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habían demostrado en relación con el arte y sobre el<br />

cual artistas como Jacoboy habían reflexionado. Esta<br />

experiencia se planteó sobre el capital de conocimiento<br />

acumulado por la vanguardia durante los épicos y<br />

refulgentes sesenta. Su operación estética consistió en<br />

la mezcla de discursos, de informaciones provenientes<br />

de distintas fuentes y, sobre todo, en la idea de que era<br />

posible montar un circuito que se retroalimentaba con<br />

los materiales que se producían en la misma exposición.<br />

La desmaterialización de los soportes, la confluencia<br />

disciplinaria, y la idea de que era posible y necesario<br />

trabajar el espacio sindical como una máquina capaz de<br />

producir transformaciones en la conciencia individual y<br />

la nueva materia de conocimiento, son los elementos<br />

sobre los que se articula ese plus, ese exceso de los<br />

puntos de partida que trastornó el lenguaje, disolviendo<br />

los soportes y encerrando, en su propio exceso, su<br />

misma disolución.<br />

Tucumán Arde fue el eslabón final de una vanguardia<br />

que, en su acelerado desarrollo, agotó todas sus<br />

opciones. Es quizás el encontrarse frente a la concreción<br />

de lo que hasta el momento podía escribirse en una<br />

proclama o manifiesto, pero difícilmente realizarse, lo<br />

que situó a estos sectores ante la evidencia de una<br />

realidad que, pese a todo, no se transformaba. Y es<br />

ésta, junto a otras evidencias, las que colocaron a<br />

los artistas frente al imperativo de tener que decidir<br />

entre regresar al refugio seguro de sus prácticas, o<br />

lanzarse a transformar la realidad por medio de un<br />

accionar directo. Después de lo que evaluaron como<br />

una experiencia traumática, muchos artistas dejaron<br />

de trabajar en el terreno del arte; abandonaron toda<br />

actividad o pasaron a actuar en el terreno de la política.<br />

El mismo tiempo, las acciones “colectivas y violentas”<br />

que las multitudes protagonizaban en la calles excedían<br />

las máximas aspiraciones de estos artistas.<br />

2.Cuerpos comunitarios, cuerpos violentados<br />

Algunas obras nos permiten, en sus recorridos y<br />

relaboraciones, leer, en un relato visual, la condensación<br />

de las estructuras de sentimiento que articulan un<br />

período en la historia. Es desde estas premisas que<br />

quiero detenerme en algunos de los trabajos que Víctor<br />

Grippo realiza entre 1972 y 1977, que condensan la<br />

experiencia traumática de la precipitada clausura de los<br />

sesenta a partir de una palimpséstica trama de sentidos.<br />

Son trabajos e intervenciones en la escena pública que,<br />

en sí mismos, compactan expectativas sociales desde<br />

lecturas poéticas. Registros que se vuelven doblemente<br />

reveladores cuando se los lee en un segundo nivel, en<br />

el tránsito entre una obra y la siguiente, en un sentido<br />

cronológico.<br />

En 1972 Víctor Grippo levanta (junto al escritor Gamarra<br />

y a un obrero constructor, el señor Rossi) un horno<br />

de pan en la plaza Roberto Arlt. La realización del<br />

horno, la fabricación del pan y su distribución entre<br />

el público, apuntaban a la ocupación de la escena<br />

pública y al restablecimiento, por un breve lapso de<br />

tiempo, y en forma prioritariamente simbólica, de los<br />

lazos comunitarios quebrados por un contexto de<br />

creciente violencia. La calle se proponía como el lugar<br />

de una restitución y de una celebración de rasgos<br />

culturales; como un espacio en que, en un acto casi<br />

ritual, el trabajo del artista y el del obrero se diluían en<br />

su materialidad, y el discurso poético intervenía como<br />

subtexto no explícito, pero evidente para una lectura<br />

atenta y erudita, que podía leer la resemantización del<br />

episodio bíblico en una acción de aparente simpleza y<br />

cotidianeidad.<br />

La posibilidad de una interpretación como esta queda<br />

legitimada a partir de una obra que Grippo realiza cinco<br />

años después, en la que el pan aparece nuevamente,<br />

aunque en una violenta transmutación que redobla, en<br />

su frágil y trastornada materialidad de pan carbonizado,<br />

la transformación violenta de la historia. Las<br />

condiciones de censura y autocensura que imperaron<br />

después del golpe de estado de 1976, condicionaron<br />

las prácticas y los discursos culturales, llevando al<br />

desarrollo exacerbado de un sistema de retórica<br />

capaz de expresar el sentimiento de inseguridad que<br />

afectaba a toda la trama social. Valijita de panadero,<br />

una obra de Víctor Grippo realizada en 1977, da<br />

cuenta de esta nueva situación desde su propio y<br />

condensado repertorio iconográfico. Mientras en 1973<br />

el pan era para el artista un modo de celebración<br />

del restablecimiento de prácticas comunitarias y<br />

colectivas, ahora este elemento actuaba casi como un<br />

testimonio: el pan quemado, colocado dentro de una<br />

valija de vidrio en la que se lo exhibía junto a la frase<br />

“valijita de panadero: harina + agua + calor (excesivo)”<br />

funcionaban, en cierto modo, como la evidencia<br />

106 http//www.fba.unlp.edu.ar/<strong>textos</strong>

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