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Revista Peruana del Pensamiento Marxista N°1 Revista Peruana del Pensamiento Marxista N°1

24.10.2014 Views

Revista Peruana del Pensamiento Marxista ello va su vida y su existencia. Nuestro proletariado industrial no tiene una identidad nacional, y se proclama internacional por el carácter de su clase y de su fuente de vida. Sólo los campesinos más atrasados y las capas medias de origen rural, con algunos sectores del proletariado, asumen una condición nativa que nace de sus formas concretas de existencia, que usualmente tienen dificultades para insertarse en el proyecto de modernidad que proclama el sistema. Ellos reclaman un proyecto nacional, aunque no siempre sepan cómo debe ser, porque el estigma colonial de la modernidad importada también envuelve sus conciencias. Este es el punto de conflagración crítica del país: la incapacidad manifiesta de producir nuestro propio sustento y la consecuente alienación de nuestra existencia a la oferta y la demanda del exterior. La secuela es la racionalidad colonial de nuestros actos y compromisos y la pauperización estructural por agotamiento de la oferta exportadora y saturación de la demanda de productos que cada vez son menos nuestros. La razón colonial decide nuestro destino y en ella radica la fuente de donde brotan los conflictos más graves del país. En ella se nutre el racismo, que es el manto ideológico que esconde las relaciones de producción; en ella emanan los programas económicos y el "orden establecido"; es la razón de la fuerza y el poder de las instituciones republicanas, no importa cuán divorciadas estén de la realidad y cuánto la agredan. La razón colonial se comenzó a forjar –desde luego– en la etapa colonial de nuestra historia. Primero fue sustento del poder español, que legitimaba su dominio en la superioridad de su cultura y sus armas. Para tal fin, sus ideólogos se volvieron expertos denostadores del pasado precolonial, proponiendo explicaciones racistas sobre la inferioridad de nuestros recursos y desarrollando esquemas lineales de la historia, donde ellos quedaban en la cima de la evolución y nosotros en los escalones iniciales de un largo ascenso. En su esquema, nos correspondía el escaño de su edad prehistórica, lejana en el tiempo, éramos idólatras y hay quienes sostenían que éramos hijos de Caín o pasmados sobrevivientes del "paraíso terrenal". Por tanto, nuestros sabios amautas fueron estigmatizados y perseguidos como brujos y pervertidos idólatras, nuestras técnicas despreciadas por primitivas y por ser largamente superadas por ellos; nuestras costumbres envilecidas y nosotros convertidos en siervos a menos que nos sometiésemos a las exigencias y hábitos de su impronta colonial. Así nació la razón colonial, con una matriz genocida y etnocida, con la dogmática convicción de ser la razón única y verdadera, escondiendo su vesania detrás de una cruz que prometía amor y paz… en la otra vida. La razón colonial se impuso sobre la razón nacional que los pueblos habían forjado a lo largo de su historia. La racionalidad andina no era, por cierto, el producto improvisado del azar, sino el resultado de una trabajosa relación entre los hombres y sus circunstancias. Las condiciones materiales de nuestra existencia no son tan generosas como en otros lugares, pero eran manejadas con diversos niveles de éxito por nuestro pueblo, que resolvía su reproducción ampliada con un constante dominio del medio y un progresivo enriquecimiento de la condición humana. La colonia española se implantó sobre lo que era un estado económico y social boyante, con capacidad excedentaria, suficiente para mantener un régimen redistributivo sumamente generosos, con un Estado de magnitud impresionante, cuya renta garantizaba una obra pública de gran aliento en todo el ámbito de su dominio y permitía el sustento de una exquisita red de funcionarios y servidores. No era un paraíso; el sistema político y el régimen tributario eran muy rígidos y exigentes a favor de la casta inca que sustentaba el poder. Pero no era el sistema político o las formas de tributación las medidas que hicieron posible un país de notable desarrollo; el incario fue sólo una parte de una historia que enseña la manera como fue progresivamente sometido el duro ambiente, dando lugar a la posibilidad de los grandes Estados. Es el éxito del ser humano sobre sus circunstancias. 6 Artículos

Revista Peruana del Pensamiento Marxista El Perú no es un país de grandes praderas o bosques fríos caducifolios en terrenos naturalmente llanos; es un país rudo y montañoso, quebradizo y más bien árido; los bosques tropicales húmedos y sempervirentes no favorecen la formación de suelos versátiles y domesticados; las montañas no sólo son de fuerte pendiente sino también de grandes alturas, muchas de ellas con suelos igualmente indómitos; los desiertos y sus oasis tampoco son del edén. Sin embargo, todo eso fue domesticado hasta niveles que a todos nos sorprenden. Se fabricaban suelos, mediante terraceamientos, riego de varios géneros y magnitudes, fertilización artificial, etc., garantizando una agricultura eficiente y excedentaria, con capacidad de almacenamiento para resolver las necesidades de la superestructura estatal o las eventuales carencias derivadas del irregular régimen de aguas o de los frecuentes desastres naturales. El consumo de proteínas estaba garantizado por una generosa producción agropecuaria, con ganadería igualmente excedentaria, que además proveía de insumos para la industria textil y de pieles y de medios de transporte para las grandes caravanas que cruzaban los desiertos y las punas. Más aún, debido al carácter marítimo de la cordillera, desde muchos milenios atrás se mantuvo un circuito de abastecimiento de productos marinos de todo el territorio, de modo tal que mil o dos mil años antes que los españoles llegaran, aquí comíamos pescados y mariscos a varios de cientos de kilómetros del mar y hasta por encima de los cuatro mil metros de altura. Finalmente, las técnicas de conserva mediante deshidratación, con uso de sal o aprovechamiento de las condiciones del clima permitieron el traslado y almacenamiento de carne por tiempo ilimitado y a cualquier distancia. Para eso se disponía de una red impresionante de caminos que erróneamente se atribuyen en exclusividad a la política vial de los incas, aun cuando hay pruebas de que ya se estaban haciendo al menos dos mil años antes de que ellos establecieran su imperio. El neolítico andino, durante dos o tres mil años, creó un vasto arsenal de alimento y recursos productivos que nuestro pueblo aprovechó e incrementó a lo largo de su existencia. Fue tarea de los neolíticos la domesticación de plantas y animales y sobre todo el descubrimiento de la manera como podía darse la producción en condiciones óptimas en cada lugar. Nosotros pudimos domesticar la alpaca y la llama de las punas; la papa, la quinua, la kañiwa, la oca o la kiwicha de la sierra, entre otras; lo frijoles, los pallares, el algodón o el maíz de los valles; el camote, el maní y la yuca de los bosques tropicales. Y los adaptamos a la tierra y, cuando ello no era posible, adaptamos la tierra a sus condiciones. Nuestro pueblo recreó la geografía de este territorio para convertirlo en país. Si bien pueden pasar al campo de la anécdota las obras magistrales del arte andino, su habilidad en el dominio de la piedra o en la búsqueda y fijación de los tintes sobre las telas, no son anecdóticas. Las transformaciones a las que tuvo que someterse el territorio para ser habitable, no lo son, ni lo son los grandes proyectos de infraestructura agraria e hidráulica exitosamente resueltos, ni la armonía entre la ocupación del territorio y la preservación del medio, ni lo es la óptima explotación de los recursos naturales y humanos. Sobre un país en esas condiciones se montó el proyecto colonial. Cuando estaban en plena operación de los proyectos de mejoramiento de suelos habilitados en terrazas y los procedimientos más adecuados para programar el uso racional de los recursos; cuando se ensayaba procesos de aclimatación y se expandía la red de intercambios y trocaderos; cuando el cobre adquiría calidades monetarias; cuando había en Puno propietarios de decenas de miles de cabezas de ganado y los navegantes hacían viajes de miles de kilómetros a lo largo del Pacífico. En nada de eso puso atención España. El Perú era mina, no país. Los hispanos que vivían acá, o sus hijos, eran testaferros de un poder colonial que instauró –a su favor– la propiedad privada sobre los medios de producción, vía la apropiación de los bienes por la fuerza. Se hicieron propietarios de toda la riqueza, repartiéndose un país que otras manos habían construido. A los antiguos dueños les cambiaron sus bienes por la Artículos 7

Revista Peruana del Pensamiento Marxista<br />

ello va su vida y su existencia. Nuestro proletariado<br />

industrial no tiene una identidad nacional,<br />

y se proclama internacional por el carácter de su<br />

clase y de su fuente de vida. Sólo los campesinos<br />

más atrasados y las capas medias de origen rural,<br />

con algunos sectores del proletariado, asumen<br />

una condición nativa que nace de sus formas<br />

concretas de existencia, que usualmente tienen<br />

dificultades para insertarse en el proyecto de<br />

modernidad que proclama el sistema. Ellos<br />

reclaman un proyecto nacional, aunque no<br />

siempre sepan cómo debe ser, porque el estigma<br />

colonial de la modernidad importada también<br />

envuelve sus conciencias.<br />

Este es el punto de conflagración crítica del país:<br />

la incapacidad manifiesta de producir nuestro<br />

propio sustento y la consecuente alienación de<br />

nuestra existencia a la oferta y la demanda del<br />

exterior. La secuela es la racionalidad colonial de<br />

nuestros actos y compromisos y la pauperización<br />

estructural por agotamiento de la oferta exportadora<br />

y saturación de la demanda de productos<br />

que cada vez son menos nuestros.<br />

La razón colonial decide nuestro destino y en ella<br />

radica la fuente de donde brotan los conflictos<br />

más graves del país. En ella se nutre el racismo,<br />

que es el manto ideológico que esconde las<br />

relaciones de producción; en ella emanan los<br />

programas económicos y el "orden establecido";<br />

es la razón de la fuerza y el poder de las instituciones<br />

republicanas, no importa cuán divorciadas<br />

estén de la realidad y cuánto la agredan.<br />

La razón colonial se comenzó a forjar –desde<br />

luego– en la etapa colonial de nuestra historia.<br />

Primero fue sustento del poder español, que<br />

legitimaba su dominio en la superioridad de su<br />

cultura y sus armas. Para tal fin, sus ideólogos se<br />

volvieron expertos denostadores del pasado<br />

precolonial, proponiendo explicaciones racistas<br />

sobre la inferioridad de nuestros recursos y<br />

desarrollando esquemas lineales de la historia,<br />

donde ellos quedaban en la cima de la evolución<br />

y nosotros en los escalones iniciales de un largo<br />

ascenso. En su esquema, nos correspondía el<br />

escaño de su edad prehistórica, lejana en el<br />

tiempo, éramos idólatras y hay quienes sostenían<br />

que éramos hijos de Caín o pasmados<br />

sobrevivientes del "paraíso terrenal". Por tanto,<br />

nuestros sabios amautas fueron estigmatizados<br />

y perseguidos como brujos y pervertidos<br />

idólatras, nuestras técnicas despreciadas por<br />

primitivas y por ser largamente superadas por<br />

ellos; nuestras costumbres envilecidas y nosotros<br />

convertidos en siervos a menos que nos<br />

sometiésemos a las exigencias y hábitos de su<br />

impronta colonial.<br />

Así nació la razón colonial, con una matriz<br />

genocida y etnocida, con la dogmática convicción<br />

de ser la razón única y verdadera, escondiendo<br />

su vesania detrás de una cruz que<br />

prometía amor y paz… en la otra vida.<br />

La razón colonial se impuso sobre la razón<br />

nacional que los pueblos habían forjado a lo<br />

largo de su historia. La racionalidad andina no<br />

era, por cierto, el producto improvisado del azar,<br />

sino el resultado de una trabajosa relación entre<br />

los hombres y sus circunstancias. Las condiciones<br />

materiales de nuestra existencia no son tan<br />

generosas como en otros lugares, pero eran<br />

manejadas con diversos niveles de éxito por<br />

nuestro pueblo, que resolvía su reproducción<br />

ampliada con un constante dominio del medio y<br />

un progresivo enriquecimiento de la condición<br />

humana.<br />

La colonia española se implantó sobre lo que<br />

era un estado económico y social boyante, con<br />

capacidad excedentaria, suficiente para<br />

mantener un régimen redistributivo sumamente<br />

generosos, con un Estado de magnitud<br />

impresionante, cuya renta garantizaba una<br />

obra pública de gran aliento en todo el ámbito<br />

de su dominio y permitía el sustento de una<br />

exquisita red de funcionarios y servidores. No<br />

era un paraíso; el sistema político y el régimen<br />

tributario eran muy rígidos y exigentes a favor<br />

de la casta inca que sustentaba el poder. Pero<br />

no era el sistema político o las formas de<br />

tributación las medidas que hicieron posible un<br />

país de notable desarrollo; el incario fue sólo<br />

una parte de una historia que enseña la manera<br />

como fue progresivamente sometido el duro<br />

ambiente, dando lugar a la posibilidad de los<br />

grandes Estados. Es el éxito del ser humano<br />

sobre sus circunstancias.<br />

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