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Revista Peruana del Pensamiento Marxista N°1
Revista Peruana del Pensamiento Marxista N°1
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Revista Peruana del Pensamiento Marxista<br />
cruz y la promesa de amor y paz. A los que se<br />
opusieron los mataron.<br />
Pero fueron torpes al instaurar de este modo, con<br />
tozudez, la razón colonial. Para vivir como en<br />
España –lo que era legítimo para ellos, pero<br />
absurdo para nosotros– primero lo importaban<br />
todo y luego iniciaron una política de implantación,<br />
en este territorio, de todo lo que tenían en<br />
España: comenzaron a implantar "su" neolítico<br />
para satisfacer sus hábitos alimenticios, saturados<br />
de productos que eran comunes allá pero<br />
muy costosos acá; se comieron el ganado de la<br />
tierra, sin procurar su reproducción, supliéndolo<br />
más tarde por su propia ganadería, cuyos pastos<br />
debían igualmente ser importados; destruyeron<br />
los pocos bosques que había para usar en sus<br />
casas costosos muebles o generosos fuegos…<br />
Desde entonces los peruanos comenzamos a<br />
considerar que sin pan de trigo no podemos<br />
vivir, que sin leche nos moriremos, que sin carne<br />
de vacuno o de cerdo no podemos estar. Las<br />
frutas nuestras dejaron su lugar a las europeas,<br />
siendo suplantadas por duraznos, manzanas,<br />
uvas y otras muy sabrosas pero a la vez muy<br />
exigentes de agua y suelos de los que nosotros<br />
tenemos carencias. No es malo, sino todo lo<br />
contrario, comer buen pan de trigo; el problema<br />
es que el trigo es una planta de lujo en el Perú; no<br />
es malo comer churrascos o lomo fino de vacuno<br />
y comer quesos, el problema es que el ganado<br />
vacuno requiere de condiciones de tierra y<br />
pastos que no son abundantes en el país. Los<br />
pastos de la puna, que los cientos de miles de<br />
camélidos consumían, están ahora desaprovechados,<br />
porque el gusto colonial rechaza la carne<br />
de camélido. Nuestro consumo se rige por<br />
pautas nacidas de la razón colonial y lo mismo<br />
ocurre con la producción y la infraestructura que<br />
la hace posible. Todo esto convierte en costosa la<br />
vida en Perú, de modo que los sectores más<br />
pobres no pueden tener acceso a los productos<br />
cuya producción privilegia el sistema.<br />
Hay sectores de la población que, sin embargo,<br />
se han resistido a la avasalladora política<br />
colonial; son sectores en los que no pudo<br />
penetrar el proyecto colonial y quedaron a modo<br />
de islas que ahora nosotros calificamos como<br />
"atrasadas", llamadas usualmente indígenas.<br />
Nos rasgamos las vestiduras coloniales, echándonos<br />
la culpa de "su" atraso, exigiendo su<br />
incorporación a la modernidad de la que nos<br />
sentimos conductores. Son islas de resistencia,<br />
que se mantienen en ese estado gracias a la<br />
incapacidad del proyecto colonial para absorberlas.<br />
No tienen más logros que el de su capacidad<br />
de sobrevivir en condiciones muy adversas y sin<br />
disponer ya del proyecto nacional a su favor, ni<br />
del corpus tecnológico, económico y social que<br />
era su patrimonio antes de que la condición<br />
colonial se impusiera. Así se fue congelando o<br />
proscribiendo cualquier otro proyecto que no<br />
fuera de signo colonial.<br />
Desde el siglo XVI, pero más intensamente<br />
desde el XVII, en el Perú se combatió la creatividad<br />
y el raciocinio nativo; el que existía era<br />
sofocado y liquidado. La guerra colonial contra<br />
el mundo andino fue ostentosa y despiadada.<br />
Quizá la chakitaqlla fue uno de los últimos<br />
inventos originarios del Perú y los últimos<br />
experimentos los que se hacían en los "anfiteatros"<br />
de Moray, según lo viene probando John<br />
Earls. Los que se hicieron después, fueron copias<br />
o calco, remedo de los que hacía Occidente. Lo<br />
fue también el arte, epigonal y muchas veces<br />
servil de los que servían al orden colonial.<br />
No tendría nada de importante nuestra pérdida<br />
de iniciativa y creatividad, si no fuera porque el<br />
congelamiento de nuestra añeja sabiduría<br />
representó también el congelamiento de nuestro<br />
dominio sobre el medio y por tanto de nuestra<br />
capacidad para explotarlo racional y generosamente.<br />
Nada de nuevo se inventó para dominar<br />
las punas, los desiertos o los bosques siempre<br />
verdes. Se congeló lo que ya estaba inventado en<br />
el siglo XVI, y Occidente –hábil dominados de<br />
las praderas y los bosques templados caducifolios–<br />
tampoco tenía por qué invertir recursos y<br />
tiempo en lo que no estaba en el centro mismo de<br />
sus preocupaciones. Todos juntos, nosotros y<br />
ellos, decidimos que sólo debíamos apostar por<br />
el desarrollo de los paradigmas coloniales, aun<br />
cuando debiéramos haber percibido que nada<br />
estábamos haciendo por nosotros, ya no para<br />
avanzar con lo que teníamos, sino al menos para<br />
conservar lo que ya teníamos.<br />
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