¿CUÁL DIGNIDAD HUMANA? - Universidad Iberoamericana
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«más» creados en Cristo y «más» salvados que otros. Viendo las cosas así, tampoco puede<br />
haber distinciones de grado en la dignidad de una u otra persona. Las diferencias que de<br />
hecho existen en el don de la dignidad que unos u otros reciben, nos remiten tan solo a la<br />
praxis de la fe 63 .<br />
Estas reflexiones nos llevan de regreso a la pregunta teológica fundamental y a la praxis de<br />
la autoevidencia ética. ¿Qué, en concreto, significa nuestra fe para regalar y recibir dignidad?<br />
Por más que pueda parecer comprensible e irrefutable la autoevidencia ética de la exigencia<br />
y esperanza del don de la dignidad, fuera de la fe dependemos de nuestras propias<br />
fuerzas para alcanzarla 64 . Éste precisamente es el punto: nuestras propias fuerzas no alcanzan.<br />
Es evidente para todos y cada uno que negamos el don de la dignidad con mayor frecuencia<br />
que la regalamos; que raras veces estamos a la altura de las exigencias de los demás<br />
y que, más frecuentemente todavía, ni las percibimos; que ni reconocemos como tales los<br />
regalos de dignidad que otros nos dan u ofrecen; que los rechazamos porque nos parece que<br />
no los necesitamos – y menos de estos otros; y que insistimos en que el regalo de la dignidad<br />
tome la forma que nosotros nos hemos imaginado. En la comunión con Dios se nos<br />
abren los ojos, porque hemos llegado a ser una autopresencia nueva y, por eso, vemos nuestra<br />
propia realidad con ojos nuevos. Se trata realmente de un poder-ver ahí donde antes<br />
éramos ciegos (cf. Jn 9,39-41) 65 . Pero tampoco con esto basta: la comunión con Dios nos<br />
capacita para la comunión; nos libera para acercarnos al otro 66 y regalarle la dignidad que<br />
espera, porque aprendemos a ver qué es lo que realmente espera. Habrá que recordar lo que<br />
en la parte antropológica dijimos sobre la red de relaciones: podemos aprender a regalar y<br />
recibir dignidad, porque estamos abrigados en la comunión con Dios y, por eso, en una<br />
comunión interhumana. Dicho de otro modo: podemos regalar y recibir identidad, porque<br />
vivimos siempre y por adelantado de un perdón que abarca todos nuestros fracasos. Muy<br />
concretamente: en la fe no necesitamos ni justificarnos ni desesperar. Vemos, por ejemplo,<br />
el triste y desgarrador ridículo con el que un demente trata de manipularnos; nos agotamos<br />
y exasperamos en el juego de pregunta y respuesta, en el la vigésima pregunta es tan fresca<br />
como la primera, porque la respuesta nunca se entendió, pero también vemos que todo eso<br />
es tan solo la expresión de la angustia abismal del otro y, en esta forma, esperanza de ser<br />
tranquilizado y abrazado. Es cierto que también un psiquiatra puede ver lo mismo, independientemente<br />
de si cree o no; pero solo en la fe lo podemos ver con los ojos de alguien<br />
que en una dependencia mutua es responsable de este enfermo, es decir, alguien que responde<br />
por él y hasta en lugar de él (Lc 10,29-37). Solo entonces podemos tener la fuerza<br />
de abrazarlo sin dejarnos arrastrar a entrar en su misma angustia. Muchas veces gastamos<br />
una gran parte de nuestra energía psíquica en querer tener razón, en acusar, rechazar y justificarnos.<br />
63<br />
Un ejemplo podría ser la película norteamericana Dead Man Walking, 1995, Tim Robbins: una religiosa<br />
acompaña a un prisionero condenado a muerte hasta el día de su ejecución. En sus pláticas con ella, el reo<br />
descubre su identidad de alguien aceptado por Dios − «Hijo de Dios». La religiosa le ha regalado esta dignidad<br />
de parte de Dios.<br />
64<br />
Cf. P. Knauer, Handlungsnetze ..., nota 35, 144s.<br />
65<br />
La fe es como un par de lentes a través de los cuales examinamos la realidad de nuestro mundo en toda<br />
su conflictividad, K. Demmer, Wahrheit und Bedeutung ..., nota 37, 94.<br />
66<br />
P. Knauer, Handlungsnetze ..., nota 35, 141-143.<br />
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