La Revolución de los Transgénicos - Universidad Iberoamericana

La Revolución de los Transgénicos: Certezas e Incertidumbres
y el comercio mundial, la validación social y democrática de las innovaciones tecnológicas.
En la segunda parte de su exposición, el Lic. Linares se refirió algunas directrices éticas
en torno a la tecnología de los transgénicos, para lo cual apeló a un conjunto de cuatro
principios, los cuales se han discutido en la ética aplicada, la bioética y la ética de la tecnociencia.
Estos son: responsabilidad, precaución, justicia y protección de la autonomía.
a) Responsabilidad colectiva: La nueva tecnología del ADN recombinante abre nuevas
posibilidades pragmáticas, pero también nuevas responsabilidades y márgenes de incertidumbre.
Los transgénicos se convierten en objeto de responsabilidad colectiva por los efectos que
pudieran ocasionar en el medio ambiente, en la salud humana y en las condiciones
socioeconómicas de la producción agrícola. La responsabilidad sobre estos nuevos productos
artefactuales (los OGM) implica que la humanidad debe conocer y anticipar los efectos actuales
y probables que tendrán sobre el medio ambiente y la sociedad. La responsabilidad sobre
estas producciones implica también que su finalidad pueda generar beneficios para el mayor
número posible de personas, y que los probables efectos negativos no sean superiores a ellos,
ni resulten incontrolables o que pongan en peligro la salud o las condiciones ambientales de
la biodiversidad. En suma, el aumento en el poder de intervención tecnológica en el mundo
implica necesariamente una ampliación de la responsabilidad colectiva. La responsabilidad por
los efectos posibles y a largo plazo de la liberación de OGM en el medio ambiente implica
asimismo nuevas tareas de coordinación de esfuerzos colectivos y sistémicos de investigación
científica y gestión política, para los cuales no existen instituciones políticas internacionales
adecuadas.
b) Precaución: Como consecuencia de la nueva responsabilidad, se deriva la aplicación
del principio de precaución. Este principio fue adoptado en la Declaración de Río sobre el
Medio Ambiente y el Desarrollo (1992), en el que se establece que “con el fin de proteger
el medio ambiente los Estados deberán aplicar ampliamente el criterio de precaución conforme
a sus capacidades. Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica
absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces”.
El Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad (2002) también integra el mismo principio e
intenta generar un marco de políticas globales para que los Estados se hagan cargo de los
OGM. El principio de precaución indica que, dado un margen mínimo de incertidumbre,
conviene establecer medidas de cautela, de prueba continua, de estudios y debates científicos,
de seguimiento o trazabilidad en la fabricación y comercialización de cualquier producto
tecnológico. El principio de precaución, vinculado con el de responsabilidad, indica que por
primera vez se tendrá que supervisar, monitorear, controlar, registrar y crear bases de datos
mundiales para dar seguimiento a los nuevos productos transgénicos. Asimismo, la aplicación
del principio de precaución implica una justa distribución de la responsabilidad y las obligaciones
y la búsqueda de alternativas y de modificaciones tecnocientíficas para evitar los posibles
riesgos. El principio de precaución parte del reconocimiento de que es imposible un riesgo
cero. Las medidas precautorias deberán ser factibles, tanto en términos económicos como
sociales y políticos y congruentes con las prácticas tecnocientíficas, además de costeables,
revisables o revocables. La evaluación debe hacerse caso por caso, por lo que ninguna medida
precautoria puede aceptarse de entrada como definitiva y generalizable.
Universidad Iberoamericana Ciudad de México
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