M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s E l s e ñ o r p r e s i d e n t e 14.— Adelaida Peñal, pupila del prostíbulo El Dulce Encanto, de esta ciudad, se dirige al Señor <strong>Presidente</strong> para hacerle saber que el mayor Modesto Farfán le afirmó, en estado de ebriedad, que el general Eusebio Canales era el único general de verdad que él había conocido en el Ejército y que su desgracia se debía al miedo que le alzaba el Señor <strong>Presidente</strong> a los jefes instruidos; que, sin embargo, la revolución triunfaría. 15.— Mónica Perdomino, enferma en el Hospital General, en la cama n.° 14 de la sala de San Rafael, manifiesta que por quedar su cama pegada a la de la enferma Fedina Rodas, ha oído que en su delirio dicha enferma habla del general Canales; que como no tiene muy bien segura la cabeza no ha podido fijarse en lo que dice, pero que sería conveniente que alguien la velara y apuntara: lo que pone en conocimiento del Señor <strong>Presidente</strong> por ser una humilde admiradora de su Gobierno. 16.— Tomás Javelí participa su efectuado enlace con la señorita Arquelina Suárez, acto que dedicó al Señor <strong>Presidente</strong> de la República. 28 de abril... 98
M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s E l s e ñ o r p r e s i d e n t e XXIV Casa de mujeres malas —¡Indi-pi, a pa! —¿Yo-po? Pe-pe, ro-po, chu-pu, la-pa..., —¿Quitín-qué? —¡Na-pa, la-pa! —¡Na-pa, la-pa! —... ¡Chu-jú! —¡Cállense, pues, cállense! ¡Qué cosas! Que desde que Dios amanece han de estar ahí chalaca, chalaca; parecen animales que no entienden —gritó la Diente de Oro. Vestía su excelencia blusa negra y naguas moradas y rumiaba la cena en un sillón de cuero detrás del mostrador de la cantina. Pasado un rato, habló a una criada cobriza de trenzas apretadas y lustrosas: —¡Ve, Pancha, diciles a las mujeres que se vengan para acá; no es ése el modo, va a venir gente y ya deberían estar aquí aplastadas! ¡Siempre hay que andar arriando a éstas, por la gran chucha! Dos muchachas entraron corriendo en medias. —¡Quietas ustedes! ¡Consuelo! ¡Ah, qué bonitas las chiquitillas! ¡Chu-Malía, con sus juegos!... Y mirá, Adelaida —¡Adelaida, se te está hablando!—, si viene el mayor es bueno que le quités la espada en prenda de lo que nos debe. ¿Cuánto debe a la casa, vos, jocicón? —Nuevecientos cabales, más treinta y seis que le di anoche —contestó el cantinero. —Una espada no vale tanto: bueno..., ni que fuera de oro, pero pior es nalgas. ¡Adelaida!, ¿es con la paré, no es con vos, verdá? —Sí, doña Chón, si ya oí... —dijo entre risa y risa Adelaida Peñal, y siguió jugando con su compañera, que la tenía cogida por el moño. El surtido de mujeres de El Dulce Encanto ocupaba los viejos divanes en silencio. Altas, bajas, gordas, flacas, viejas, jóvenes, adolescentes, dóciles, hurañas, rubias, pelirrojas, de cabellos negros, de ojos pequeños, de ojos grandes, blancas, morenas, zambas. Sin parecerse, se parecían; eran parecidas en el olor; olían a hombre, todas olían a hombre, olor acre de marisco viejo. En las camisitas de telas baratas les bailaban los senos casi líquidos. Lucían, al sentarse despernancadas, los caños de las piernas flacas, las ataderas de colores gayos, los calzones rojos a las veces con tira de encaje blanco, o de color salmón pálido y remate de encaje negro. La espera de las visitas las ponía irascibles. Esperaban como emigrantes, con ojos de reses, amontonadas delante de los espejos. Para entretener la nigua, unas dormían, otras fumaban, otras devoraban pirulíes de menta, otras contaban en las cadenas de papel azul y blanco del adorno del techo, el número aproximado de cagaditas con lentitud y sin decoro. Casi todas tenían apodo. Mojarra llamaban a la de ojos grandes; si era de poca estatura, Mojarrita, y si ya era tarde y jamona, Mojarrona. Chata, a la de nariz arremangada; Negra, a la morena; Prieta, a la zamba; China, a la de ojos oblicuos; Canche, a la de pelo rubio; Tartaja, a la tartamuda. Fuera de estos motes corrientes, había la Santa, la Marrana, la Patuda, la Mielconsebo, la Mica, la Lombriz, la Paloma, la Bomba, la Sintripas, la Bombasorda. 99