Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
XXII<br />
La tumba viva<br />
Su hijo había dejado de existir... Con ese modo de moverse, un poco de fantoche, de los<br />
que en el caos de su vida deshecha se van desatando de la cordura, Niña Fedina alzó el<br />
cadáver que pesaba como una cáscara seca hasta juntárselo a la cara fibrosa. Lo besaba. Se lo<br />
untaba. Mas pronto se puso de rodillas —fluía bajo la puerta un reflejo pajizo—, inclinándose<br />
adonde la luz del alba era reguero claro, a ras del suelo, en la rendija casi, para ver mejor el<br />
despojo de su pequeño.<br />
Con la carita plegada como la piel de una cicatriz, dos círculos negros alrededor de los<br />
ojos y los labios terrosos, más que un niño de meses parecía un feto en pañales. Lo arrebató<br />
sin demora de la claridad, apretujándolo contra sus senos pletóricos de leche. Quejábase de<br />
Dios en un lenguaje inarticulado de palabras amasadas con llanto; por ratitos se le paraba el<br />
corazón y, como un hipo agónico, lamento tras lamento, balbucía: ¡hij!... ¡hij!... ¡hij!... ¡hij!...<br />
Las lágrimas le rodaban por la cara inmóvil. Lloró hasta desfallecer, olvidándose de su<br />
marido, a quien amenazaban con matar de hambre en la Penitenciaría, si ella no confesaba;<br />
haciendo caso omiso de sus propios dolores físicos, manos y senos llagados, ojos ardorosos,<br />
espalda molida a golpes; posponiendo las preocupaciones de su negocio abandonado, inhibida<br />
de todo, embrutecida. Y cuando el llanto le faltó que ya no pudo llorar, se fue sintiendo la<br />
tumba de su hijo, que de nuevo lo encerraba en su vientre, que era suyo su último<br />
interminable sueño. Incisoria alegría partió un instante la eternidad de su dolor. La idea de<br />
ser la tumba de su hijo le acariciaba el corazón como un bálsamo. Era suya la alegría de las<br />
mujeres que se enterraban con sus amantes en el Oriente sagrado. Y en medida mayor,<br />
porque ella no se enterraba con su hijo; ella era la tumba viva, la cuna de tierra última, el<br />
regazo materno donde ambos, estrechamente unidos, quedarían en suspenso hasta que les<br />
llamasen a Josafat. Sin enjugarse el llanto, se arregló los cabellos como la que se prepara para<br />
una fiesta y apretó el cadáver contra sus senos, entre sus brazos y sus piernas, acurrucada en<br />
un rincón del calabozo.<br />
Las tumbas no besan a los muertos, ella no lo debía besar; en cambio, los oprimen mucho,<br />
mucho, como ella lo estaba haciendo. Son camisas de fuerza y de cariño que los obligan a<br />
soportar quietos, inmóviles, las cosquillas de los gusanos, los ardores de la descomposición.<br />
Apenas aumentó la luz de la rendija un incierto afán cada mil años. Las sombras, perseguidas<br />
por el claror que iba subiendo, ganaban los muros paulatinamente como alacranes. Eran los<br />
muros de hueso... Huesos tatuados por dibujos obscenos. Niña Fedina cerró los ojos —las<br />
tumbas son oscuras por dentro— y no dijo palabra ni quiso quejido —las tumbas son calladas<br />
por fuera.<br />
Mediaba la tarde. Olor de cipresales lavados con agua del cielo. Golondrinas. Media luna.<br />
Las calles bañadas de sol entero aún se llenaban de chiquillos bulliciosos. Las escuelas<br />
vaciaban un río de vidas nuevas en la ciudad. Algunos salían jugando a la tenta, en mareante<br />
ir y venir de moscas. Otros formaban rueda a dos que se pegaban como gallos coléricos.<br />
Sangre de narices, mocos, lágrimas. Otros corrían aldabeando las puertas. Otros asaltaban las<br />
tilcheras de dulces, antes que se acabaran los bocadillos amelcochados, las cocadas, las<br />
tartaritas de almendra, las espumillas; o caían, como piratas, en los canastos de frutas que<br />
abandonaban tal como embarcaciones vacías y desmanteladas. Atrás se iban quedando los<br />
que hacían cambalaches, coleccionaban sellos o fumaban, esforzándose por dar el golpe.<br />
De un carruaje que se detuvo frente a la Casa Nueva se apearon tres mujeres jóvenes y<br />
una vieja doble ancho. Por su traza se veía lo que eran. Las jóvenes vestían cretonas de<br />
92