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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
—Vea, lo que pasa es que ya esa orden no la tengo. La devolví. El Señor <strong>Presidente</strong> debe<br />
saber...<br />
—¿Cómo es eso? ¿Y por qué la devolvió?<br />
—¡Porque decía al pie que se devolviera firmada al estar cumplida! No me iba a quedar<br />
con ella, ¿verdá?... Me parece... Comprenda usté...<br />
—¡Ni una palabra, ni una palabra más! ¡Mañas conmigo! ¡Presidentazos conmigo!<br />
¡Bandolero, yo no soy niño de escuela para creerle tonterías de ese jaez! El dicho de una<br />
persona no hace prueba, salvo los casos especificados en los Códigos, cuando el dicho de la<br />
policía funge como plena prueba. Pero no se trata de un curso de Derecho Penal... Y basta...,<br />
basta; he dicho basta...<br />
—Pues si no quiere creerme a mí, vaya a preguntárselo a él; quizás así lo crea. ¿Acaso no<br />
estaba yo con usted cuando los limosneros acusaron?...<br />
—¡Silencio, o lo hago callar a palos!... ¡Ya me veo yo preguntándole al Señor <strong>Presidente</strong>!...<br />
¡Lo que sí le digo, Vásquez, es que usted sabe más de lo que le han enseñado y su cabeza está<br />
en peligro!<br />
Lucio dobló la cabeza como guillotinado por las palabras del Auditor. El viento, detrás de<br />
las ventanas, soplaba iracundo.<br />
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