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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

La voz del auditor no se alteró en lo más mínimo para dar aquella orden; lo dijo como el<br />

gerente de un banco que manda pagar a un cliente doscientos pesos.<br />

Rodas no comprendía. Levantó la cabeza para mirar a los esbirros descalzos que le<br />

esperaban. Y comprendió menos cuando les vio las caras serenas, impasibles, sin dar<br />

muestras del menor asombro. El amanuense adelantaba hacia él la cara pecosa y los ojos sin<br />

expresión. El alcaide habló con el Auditor. El Auditor habló con el alcaide. Rodas estaba<br />

sordo. Rodas no comprendía. Empero, tuvo la impresión del que va a hacer de cuerpo cuando<br />

el alcaide le gritó que pasara al cuarto vecino —un largo zaguán abovedado— y cuando al<br />

tenerlo al alcance de la mano, le dio un empellón brutal.<br />

El Auditor vociferaba contra Rodas al entrar Lucio Vásquez, el otro reo.<br />

—¡No se puede tratar bien a esta gente! ¡Esta gente lo que necesita es palo y más palo!<br />

Vásquez, a pesar de sentirse entre los suyos, no las tenía todas consigo, y menos oyendo lo<br />

que oía. Era demasiado grave haber contribuido, aunque involuntariamente y ¡por<br />

embelequería!, a la fuga del general Canales.<br />

—¿Su nombre?<br />

—Lucio Vásquez.<br />

—¿Originario?<br />

—De aquí...<br />

—¿De la Penitenciaría?<br />

—¡No, cómo va a ser eso: de la capital!<br />

—¿Casado? ¿Soltero?<br />

—¡Soltero toda la vida!<br />

—¡Responda a lo que se le pregunta como se debe! ¿Profesión u oficio?<br />

—Empleado toda la vidurria...<br />

—¿Qué es eso?<br />

—¡Empleado público, pues...!<br />

—¿Ha estado preso?<br />

—Sí.<br />

—¿Por qué delito?<br />

—Asesinato en cuadrilla.<br />

—¿Edad?<br />

—No tengo edad.<br />

—¿Cómo que no tiene edad?<br />

—¡No sé cuántos tengo; pero clave ahí treinta y cinco, por si hace falta tener alguna edad!<br />

—¿Qué sabe usted del asesinato del Pelele?<br />

El Auditor lanzó la pregunta a quemarropa, con los ojos puestos en los ojos del reo. Sus<br />

palabras, contra lo esperado por él, no produjeron ningún efecto en el ánimo de Vásquez, que<br />

en forma muy natural, poco faltó para que se frotara las manos, dijo:<br />

—Del asesinato del Pelele lo que sé es que yo lo maté —y, llevándose la mano al pecho,<br />

recalcó para que no hubiera duda—: ¡Yo!...<br />

—¡Y a usted le parece esto algo así como una travesura! —exclamó el Auditor— ¿O es tan<br />

ignorante que no sabe que puede costarle la vida?...<br />

—Tal vez...<br />

—¿Cómo que tal vez?<br />

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