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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

renqueando, con la cola entre las piernas, y apenas si volvía a mirar, melancólico y medroso,<br />

para enseñar los dientes. A lo largo de puertas y muros dibujaban los canes las cataratas del<br />

Niágara.<br />

Amanecía...<br />

Las cuadrillas de indios que barrían durante la noche las calles céntricas regresaban a sus<br />

ranchos uno tras otro, como fantasmas vestidos de jerga, riéndose y hablando en una lengua<br />

que sonaba a canto de chicharra en el silencio matinal. Las escobas a manera de paraguas<br />

cogidas con el sobaco. Los dientes de turrón en las caras de cobre. Descalzos. Rotos. A veces se<br />

detenía uno de ellos a la orilla del andén y se sonaba al aire, inclinándose al tiempo de<br />

apretarse la nariz con el pulgar y el índice. Delante de las puertas de los templos todos se<br />

quitaban el sombrero.<br />

Amanecía...<br />

Araucarias inaccesibles, telarañas verdes para cazar estrellas fugaces. Nubes de primera<br />

comunión. Pitos de locomotoras extranjeras.<br />

La Masacuata se felicitó de verles volver juntos. No pudo cerrar los ojos de la pena en<br />

toda la noche e iba a salir en seguida para la Penitenciaría con el desayuno de Lucio Vásquez.<br />

Cara de Ángel se despidió, mientras Camila lloraba su desgracia increíble.<br />

—¡Hasta luego! —dijo sin saber por qué; él ya no tenía qué hacer allí.<br />

Y al salir sintió por primera vez, desde la muerte de su madre, los ojos llenos de lágrimas.<br />

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