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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

Y mitad cantando, mitad hablando, añadió con otra música:<br />

¡Suba, suba, suba,<br />

la Virgen al cielo,<br />

suba, suba, suba,<br />

subirá a su Reino!<br />

—¡Cuando San Juan baje el dedo, yo, «Gup... Gup... Gu... mercindo» Solares, ya no seré<br />

cartero, ya no seré cartero, ya no seré cartero... Y cantando:<br />

¡Cuando yo me muera<br />

quién me enterrará<br />

sólo las Hermanas<br />

de la Caridad!<br />

—¡Ay, juín juín juilín, por demás estás, por demás estás, por demás estás!<br />

En la neblina se perdió dando tumbos. Era un hombrecillo cabezón. El uniforme le<br />

quedaba grande y la gorra pequeña.<br />

Mientras tanto, don Juan Canales hacía lo imposible por ponerse en comunicación con su<br />

hermano José Antonio. La central de teléfonos no contestaba y ya el ruido del manubrio le<br />

producía bascas. Por fin le respondieron con voz de ultratumba. Pidió la casa de don José<br />

Antonio Canales y, contra lo que esperaba, inmediatamente la voz de su hermano mayor se<br />

oyó en el aparato.<br />

—... Sí, sí, Juan es el que te habla... ...Creí que no me habías conocido... Pues figúrate...<br />

Ella y el tipo, sí... Ya lo creo, ya lo creo... ... Por supuesto... ...Sí, sí... ¿Qué me dices?... ...¡Nooo,<br />

no le abrimos!... ...Ya te figuras... ...Y, sin duda, que de aquí se fueron para allá contigo...<br />

...¿Qué, qué?... Ya me lo suponía así... ¡Nos dejaron temblando!... ¡También a ustedes, y para<br />

tu mujer el susto no estuvo bueno; mi mujer quería salir a la puerta, pero yo me opuse!<br />

¡Naturalmente! Naturalmente, eso se cae de su peso. ... Bueno, el vecindario allí contig... ...Sí,<br />

hombre... ...Y aquí conmigo peor. Deben estar para echar chispas... Y de tu casa seguramente<br />

que se fueron para donde Luis... ¡Ah!, ¿no? ¿Ya venían?...<br />

Un palor calderil, de luego en luego claridad sumisa, jugo de limón, jugo de naranja,<br />

rubor de hoguera nueva, oro mate de primera llama, luz de amanecer, les agarró en la calle,<br />

cuando volvían de llamar inútilmente a la casa de don José Antonio.<br />

A cada paso repetía Camila:<br />

—¡Yo me las arreglaré!<br />

Los dientes le castañeaban del frío. Las praderas de sus ojos, húmedas de llanto, veían<br />

pintar la mañana con insospechada amargura. Había tomado el aire de las personas heridas<br />

por la fatalidad. Su andar era poco suelto. Su gesto un no estar en sí.<br />

Los pajaritos saludaban la aurora en los jardines de los parques públicos y en los del<br />

interior de las casas, los pequeños jardines de los patios. Un concierto celestial de músicas<br />

trémulas subía al azul divino del amanecer, mientras despertaban las rosas y mientras, por<br />

otro lado, el tantaneo de las campanas, que daban los buenos días a Nuestro Señor, alternaba<br />

con los golpes fofos de las carnicerías donde hachaban la carne; y el solfeo de los gallos que<br />

con las alas se contaban los compases, con las descargas en sordina de las panaderías al caer el<br />

pan en las bateas; y las voces y pasos de los trasnochadores con el ruido de alguna puerta<br />

abierta por viejecilla en busca de comunión o mucama en busca de pan para el viajero que en<br />

desayunando saldría a tomar el tren.<br />

Amanecía...<br />

Los zopilotes se disputaban el cadáver de un gato a picotazo limpio. Los perros perseguían<br />

a las perras, jadeantes, con los ojos enardecidos y la lengua fuera. Un perro pasaba<br />

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