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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
XVII<br />
Amor urdemales<br />
—... ¡Si vendrá, si no vendrá!<br />
—¡Como si lo estuviera viendo!<br />
—Ya tarda; pero con tal que venga, ¿no le parece?<br />
—De eso esté usté segura, como de que ahora es de noche; una oreja me quito si no viene.<br />
No se atormente...<br />
—¿Y cree usté que me va a traer noticias de papá? Él me ofreció... —Por supuesto... Pues<br />
con mayor razón...<br />
—¡Ay, Dios quiera que no me traiga malas noticias!... Estoy que no sé... Me voy a volver<br />
loca... Quisiera que viniera pronto para salir de dudas, y que mejor no viniera si me trae<br />
malas noticias.<br />
La Masacuata seguía desde el rincón de la cocinita improvisada las palpitaciones de la voz<br />
de Camila, que hablaba recostada en la cama. Una candela ardía pegada al suelo delante de la<br />
Virgen de Chiquinquirá.<br />
—En lo que está usté; ya lo creo que va a venir, y con noticias que le van a dar gusto,<br />
acuérdese de mí... Que dónde lo estoy leyendo, dirá usté... Me se pone y lo que es para eso de<br />
las corazonadas soy infalible... ¡Mirá con quién, con los hombres!... Bueno, si yo le fuera a<br />
contar... Es verdá que un dedo no hace mano, pero todos son lo mismo: al olor del hueso ái<br />
están que parecen chuchos...<br />
El ruido del soplador espaciaba las frases de la fondera. Camila la veía soplar el fuego sin<br />
ponerle asunto.<br />
—El amor, niña, es como las granizadas. Cuando se empiezan a chupar, acabaditas de<br />
hacer, abunda el jarabe que es un contento; por todos lados sale y hay que apurarse a jalar<br />
para adentro, que si no, se cae; pero después, después no queda más que un terrón de hielo<br />
desabrido y sin color.<br />
Por la calle se oyeron pasos. A Camila le latía el corazón tan fuerte que tuvo que<br />
oprimírselo con las dos manos. Pasaron por la puerta y se alejaron presto.<br />
—Creía que era él...<br />
—No debe tardar...<br />
—Debe ser que fue adonde mis tíos antes de venir aquí; probablemente se venga con él mi<br />
tío Juan...<br />
—¡Chist, gato! El gato se está bebiendo su leche, espántelo... Camila volvió a mirar al<br />
animal que, asustado por el grito de la fondera, se lamía los bigotes empapados en leche, cerca<br />
de la taza olvidada en una silla.<br />
—¿Cómo se llama su gato?<br />
—Benjuí...<br />
—Yo tenía uno que se llamaba Gota; era gata...<br />
Ahora sí se oyeron pasos y tal vez que...<br />
Era él.<br />
Mientras la Masacuata desatrancaba la puerta, Camila se pasó las manos por los cabellos<br />
para arreglárselos un poco. El corazón le daba golpes en el pecho. Al final de aquel día que<br />
ella creyó por momentos eterno, interminable, que no iba a acabar nunca, estaba entumecida,<br />
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