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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
—No, ¡qué va a ser por eso!; y vos sí que para preguntona te pintás. Anda vestido así<br />
porque de aquí se va a ir a donde el <strong>Presidente</strong>.<br />
—¡Dichoso!<br />
—¡Si no capturaron anoche al general, ya me llevó puta!<br />
—¡Qué lo van a capturar anoche!<br />
—¡Mejor hacés shó!<br />
Al bajar el Auditor del carricoche se pasaron órdenes en voz baja y un capitán, seguido de<br />
un piquete de soldados, se entró a la casa de Canales con el sable desenvainado en una mano y<br />
el revólver en la otra, como los oficiales en los cromos de las batallas de la guerra rusojaponesa.<br />
Y a los pocos minutos —siglos para Vásquez, que seguía los acontecimientos con el alma<br />
en un hilo— volvió el oficial con la cara descompuesta, descolorido y agitadísimo, a dar parte<br />
al Auditor de lo que sucedía.<br />
—¿Qué?... ¿Qué? —gritó el Auditor.<br />
Las palabras del oficial salían atormentadas de los pliegues de sus huelgos crecidos.<br />
—¿Qué... que... que se ha fugado...? —rugió aquél; dos venas se le hincharon en la frente<br />
como interrogaciones negras— ... ¿Y que, que, que, que han saqueado la casa?...<br />
Sin perder segundo desapareció por la puerta seguido del oficial; una rápida ojeada de<br />
relámpago, y volvió a la calle más ligero, la mano gordezuela y rabiosa apretada a la<br />
empuñadura del espadín y tan pálido que se confundía con sus labios su bigote de ala de<br />
mosca.<br />
—¡Cómo se ha fugado es lo que yo quisiera saber! —exclamó al salir a la puerta—.<br />
¡Ordenes; para eso se inventó el teléfono, para capturar a los enemigos del gobierno! ¡Viejo<br />
salado; como lo coja lo cuelgo! ¡No quisiera estar en su pellejo!<br />
La mirada del Auditor dividió como un rayo a Niña Fedina. Un oficial y un sargento la<br />
habían traído casi a la fuerza adonde él vociferaba.<br />
—¡Perra!... —le dijo y, sin dejar de mirarla, añadió—: ¡Haremos cantar a ésta! ¡Teniente,<br />
tome diez soldados y llévela deprisita adonde corresponde! ¡Incomunicada!, ¿eh?...<br />
Un grito inmóvil llenaba el espacio, un grito aceitoso, lacerante, descarnado.<br />
—¡Dios mío, qué le estarán haciendo a ese Señor Crucificado! —se quejó Vásquez. El<br />
grito de la Chabelona, cada vez más agudo, le abría hoyo en el pecho.<br />
—¡Señor! —recalcó la fondera con retintín—, ¿no oís que es mujer? ¡Para vos que todos<br />
los hombres tienen acento de cenzontle señorita!<br />
—No me digás así...<br />
El Auditor ordenó que se catearan las casas vecinas a la del general. Grupos de soldados,<br />
al mando de cabos y sargentos, se repartieron por todos lados. Registraban patios,<br />
habitaciones, dependencias privadas, tapancos, pilas. Subían a los tejados, removían roperos,<br />
camas, tapices, alacenas, barriles, armarios, cofres. Al vecino que tardaba en abrir la puerta<br />
se le echaban abajo a culatazos. Los perros ladraban furibundos junto a los amos pálidos.<br />
Cada casa era una regadera de ladridos...<br />
—¡Como registren aquí! —dijo Vásquez, que casi había perdido el habla de la angustia—.<br />
¡En la que nos hemos metido!... Y quisiera fuera por algo, pero por embelequeros...<br />
La Masacuata corrió a prevenir a Camila.<br />
—Yo soy de opinión —vino diciendo Vásquez detrás— que se tape la cara y se vaya de<br />
aquí...<br />
Y a reculones volvió a la puerta sin esperar respuesta.<br />
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