27.08.2014 Views

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

Busca buscando se arrimó a la pila y al ver su imagen en el agua quieta, chilló como mono<br />

herido y con la risa hecha temblor de miedo entre los labios, el pelo sobre la cara y sobre el<br />

pelo las manos, acurrucóse poco a poquito para huir de aquella visión insólita. Suspiraba<br />

frases de perdón como si se excusara ante ella misma de ser tan fea, de estar tan vieja, de ser<br />

tan chiquita, de estar tan clinuda... De repente dio otro grito. Por entre la lluvia estropajosa<br />

de sus cabellos y las rendijas de sus dedos había visto saltar el sol desde el tejado, caerle<br />

encima y arrancarle la sombra que ahora contemplaba en el patio. Mordida por la cólera se<br />

puso en pie y la tomó contra su sombra y su imagen golpeando el agua y el piso, el agua con<br />

las manos, el piso con los pies. Su idea era borrarlas. La sombra se retorcía como animal<br />

azotado, mas a pesar del furioso taconeo, siempre estaba allí. Su imagen despedazábase en la<br />

congoja del líquido golpeado, pero en cesando la agitación del agua reaparecía de nuevo.<br />

Aulló con berrinche de fiera rabiosa, al sentirse incapaz de destruir aquel polvito de carbón<br />

regado sobre las piedras, que huía bajo sus pisotones como si de veras sintiera los golpes, y<br />

aquel otro polvito luminoso espolvoreado en el agua y con no sé qué de pez de su imagen que<br />

abollaba a palmotadas y puñetazos.<br />

Ya los pies le sangraban, ya botaba las manos de cansancio y su sombra y su imagen<br />

seguían indestructibles.<br />

Convulsa e iracunda, con la desesperación del que arremete por última vez, se lanzó de<br />

cabeza contra la pila...<br />

Dos rosas cayeron en el agua...<br />

La rama de un rosal espinudo le había arrebatado los ojos...<br />

Saltó por el suelo como su propia sombra hasta quedar exánime al pie de un naranjo que<br />

pringaba de sangre un choreque de abril.<br />

La banda marcial pasaba por la calle. ¡Cuánta violencia y cuánto aire guerrero! ¡Qué<br />

hambre de arcos triunfales! Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de los trompeteros por<br />

soplar duro y parejo, los vecinos, lejos de abrir los ojos con premura de héroes fatigados de<br />

ver la tizona sin objeto en la dorada paz de los trigos, se despertaban con la buena nueva del<br />

día de fiesta y el humilde propósito de persignarse para que Dios les librara de los malos<br />

pensamientos, de las malas palabras y de las malas obras contra el <strong>Presidente</strong> de la República.<br />

La Chabelona topó a la banda al final de un rápido adormecimiento. Estaba a oscuras. Sin<br />

duda la señorita había venido de puntillas a cubrirle los ojos por detrás.<br />

«¡Niña Camila, si ya sé que es usté, déjeme verla!», balbuceó, llevándose las manos a la<br />

cara para arrancarse de los párpados las manos de la señorita, que le hacían un daño<br />

horrible.<br />

El viento aporreaba las mazorcas de sonidos calle abajo. La música y la oscuridad de la<br />

ceguera que le vendaba los ojos como en un juego de niños trajeron a su recuerdo la escuela<br />

donde aprendió las primeras letras, allá por Pueblo Viejo. Un salto de edad y se veía ya<br />

grande, sentada a la sombra de dos árboles de mango y luego, lueguito, relueguito, de otro<br />

salto, en una carreta de bueyes que rodaba por caminos planos y olorosos a troj. El chirriar<br />

de las ruedas desangraba como doble corona de espinas el silencio del carretero imberbe que<br />

la hizo mujer. Rumia que rumia fueron arrastrando los vencidos bueyes el tálamo nupcial.<br />

Ebriedad de cielo en la planicie elástica... Pero el recuero se dislocaba de pronto y con ímpetu<br />

de catarata veía entrar a la casa un chorro de hombres... Su hálito de bestias negras, su grita<br />

infernal, sus golpes, sus blasfemias, sus risotadas, el piano que gritaba hasta desgañitarse<br />

como si le arrancaran las muelas a manada limpia, la señorita perdida como un perfume y un<br />

mazazo en medio de la frente acompañado de un grito extraño y de una sombra inmensa.<br />

La esposa de Genaro Rodas, Niña Fedina, encontró a la sirvienta tirada en el patio, con<br />

las mejillas bañadas en sangre, los cabellos en desorden, las ropas hechas pedazos, luchando<br />

54

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!