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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

Camila volvió a mirar a Cara de Ángel. El semblante dice muchas veces más que las<br />

palabras. Pero se le perdieron los ojos en las pupilas del favorito, negras y sin pensamiento.<br />

Es menester que se siente, niña... —observó la Masacuata. Volvía arrastrando la banquita<br />

que Vásquez ocupaba esa tarde, cuando el señor de la cerveza y el billete entró en la fonda por<br />

primera vez...<br />

... ¿Esa tarde hacía muchos años o esa tarde hacía pocas horas? El favorito fijaba los ojos,<br />

alternativamente, en la hija del general y en la llama de la candela ofrecida a la Virgen de<br />

Chiquinquirá. El pensamiento de apagar la luz y hacer una que no sirve le negreaba en las<br />

pupilas. Un soplido y... suya por la razón o la fuerza. Pero trajo las pupilas de la imagen de la<br />

Virgen a la figura de Camila caída en el asiento y, al verle la cara pálida bajo las lágrimas<br />

granudas, el cabello en desorden y el cuerpo de ángel a medio hacer, cambió el gesto, le quitó<br />

la taza de la mano con aire paternal y se dijo: «¡pobrecita!»...<br />

Las toses de la fondera, para darles a entender que los dejaba a solas y sus improperios al<br />

encontrar a Vásquez completamente borracho, tirado en el patiecito oloroso a rosas de<br />

cachirulo que seguía a la trastienda, coincidieron con nuevos llantos de Camila.<br />

—¡Vos sí que dialtiro sos liso —la Masacuata estaba hecha una chichigua—,<br />

desconsiderado, que sólo servís para derramarle a uno las bilis! ¡Bien dicen que con vos el que<br />

parpadea pierde! ¡Mucho que decís que me querés!... Se ve..., se ve... ¡Apenas di media vuelta<br />

te sembraste la garrafa! ¡Para vos que no me cuesta..., que lo salgo a fiar..., que me lo<br />

regalan!... ¡Ladronote!... ¡Salí de aquí o te saco a pescozadas!<br />

La voz quejosa del borracho, los golpes de su cabeza en el suelo cuando la fondera empezó<br />

a jalarlo de los pies... El aire cerró la puerta del patiecito. No se oyó más.<br />

—Pero si ya pasó, si ya pasó... —entredecía Cara de Ángel al oído de Camila, que lloraba<br />

a mares—. Su papá no corre peligro y usted escondida aquí está segura; aquí estoy yo para<br />

defenderla... Ya pasó, no llore; llorando así se va a poner más nerviosa... Míreme sin llorar y<br />

le explico todo bien cómo fue...<br />

Camila dejó de llorar poco a poco. Cara de Ángel, que le acariciaba la cabeza, le quitó el<br />

pañuelo de la mano para secarle los ojos. Una lechada de cal y pintura rosada fue el día en el<br />

horizonte, entre las cosas, bajo las puertas. Los seres se olfateaban antes de verse. Los árboles,<br />

enloquecidos por la comezón de los trinos y sin poderse rascar. Bostezo y bostezo las pilas. Y<br />

el aire botando el pelo negro de la noche, el pelo de los muertos, para tocarse con peluca<br />

rubia.<br />

—Pero lo indispensable es que usted se calme, porque es echarlo a perder todo. Se<br />

compromete usted, comprometemos a su papá y me compromete a mí. Esta noche volveré<br />

para llevarla a casa de sus tíos. El cuento aquí es ganar tiempo. Hay que tener paciencia. No<br />

se pueden arreglar ciertas cosas así no más. Algunas necesitan más eme-o-de-o que otras.<br />

—No, si por mí qué pena; ya, con lo que me ha dicho, me siento segura. Se lo agradezco.<br />

Todo está explicado y debo quedarme aquí. La angustia es por mi papá. Lo que yo quisiera es<br />

tener la certeza de que a mi papá no le ha pasado nada.<br />

—Yo me encargaré de traerle noticias.<br />

—¿Hoy mismo?<br />

—Hoy mismo...<br />

Antes de salir, Cara de Ángel se volvió para darle con la mano un golpecito cariñoso en la<br />

mejilla.<br />

—¡Cal-ma-da!<br />

La hija del general Canales alzó los ojos otra vez llenos de lágrimas y le contestó:<br />

—Noticias...<br />

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