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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
XI<br />
El rapto<br />
Al despedirse de Rodas se disparó Lucio Vásquez —que pies le faltaban— hacia donde la<br />
Masacuata, a ver si aún era tiempo de echar una manita en el rapto de la niña, y pasó que se<br />
hacía pedazos por la Pila de la Merced, sitio de espantos y sucedidos en el decir popular, y<br />
mentidero de mujeres que hilvanaban la aguja de la chismografía en el hilo de agua sucia que<br />
caía al cántaro.<br />
¡Pipiarse a una gente, pensaba el victimario del Pelele sin aflojar el paso, qué de a<br />
rechipuste! Y ya que Dios quiso que me desocupara tempranito en el Portal, puedo darme este<br />
placer. ¡María Santísima, si uno se pone que no cabe del gusto cuando se pepena algo o se<br />
roba una gallina, que será cuando se birla a una hembra!<br />
La fonda de la Masacuata asomó por fin, pero las aguas se le juntaron al ver el reloj de la<br />
Merced... Casi era la hora... o no vio bien. Saludó a algunos de los policías que guardaban la<br />
casa de Canales y de un solo paso, ese último paso que se va de los pies como conejo, clavóse<br />
en la puerta del fondín.<br />
La Masacuata, que se había recostado en espera de las dos de la mañana con los nervios<br />
de punta, estrujábase pierna contra pierna, magullábase los brazos en posturas incómodas,<br />
espolvoreaba brazas por los poros, enterraba y desenterraba la cabeza de la almohada sin<br />
poder cerrar los ojos.<br />
Al toquido de Vásquez saltó de la cama a la puerta sofocada, con el resuello grueso como<br />
cepillo de lavar caballos.<br />
—¿Quién es?<br />
—¡Yo, Vásquez, abrí!<br />
—¡No te esperaba!<br />
—¿Qué hora es? —preguntó aquél al entrar.<br />
—¡La una y cuarto! —repuso la fondera en el acto, sin ver el reloj, con la certeza de la que<br />
en espera de las dos de la mañana contaba los minutos, los cinco minutos, los diez minutos, los<br />
cuartos, los veinte minutos...<br />
—¿Y cómo es que yo vi en el reloj de la Merced las dos menos un cuarto?<br />
—¡No me digás! ¡Ya se les adelantaría otra vez el reloj a los curas! —Y decime, ¿no ha<br />
regresado el del billete?<br />
—No.<br />
Vásquez abrazó a la fondera dispuesto de antemano a que le pagara su gesto de ternura<br />
con un golpe. Pero no hubo tal; la Masacuata, hecha una mansa paloma, se dejó abrazar y al<br />
unir sus bocas, sellaron el convenio dulce y amoroso de llegar a todo aquella noche. La única<br />
luz que alumbraba la estancia ardía delante de una imagen de la Virgen de Chiquinquirá.<br />
Cerca veíase un ramo de rosas de papel. Vásquez sopló la llama de la candela y le echó la<br />
zancadilla a la fondera. La imagen de la Virgen se borró en la sombra y por el suelo rodaron<br />
dos cuerpos hechos una trenza de ajos.<br />
Cara de Ángel asomó por el teatro a toda prisa, acompañado de un grupo de facinerosos.<br />
—Una vez la muchacha en mi poder —les venía diciendo—, ustedes pueden saquear la<br />
casa. Les prometo que no saldrán con las manos vacías. Pero ¡eso sí!, mucho ojo ahora y<br />
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