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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

Rodas, que estaba distraído, se apresuró a brindar. En seguida, al despegarse la copa<br />

vacía de los labios, exclamó:<br />

—¡Papos eran ésos que se mandaron al otro lado al coronel, de volver por el Portal!<br />

¡Cualquier día!<br />

—¿Y quién está diciendo que van a volver?<br />

—¿Cómo?<br />

—¡Mie... entras se averigua, todo lo que vos querás! ¡Ja, ja, ja! ¡Ya me hiciste rirr!<br />

—¡Con lo que salís vos! Lo que yo digo es que si ya saben quiénes se tiraron al coronel, no<br />

vale la pena que estén esperando que esos señores vuelvan por el Portal para capturarlos, o...<br />

no hay duda que por la linda cara de los turcos estás cuidando el Portal. ¡Decí! ¡Decí!<br />

—¡No alegués ignorancias!<br />

—¡Ni vos me vengás con cantadas a estas horas!<br />

—Lo que la policía secreta hace en el Portal del Señor, no tiene nada que ver con el lío del<br />

coronel Parrales, ni te importa...<br />

—... ¡de torta por si al caso!<br />

—¡De pura torta, y cuchillo que no corta!<br />

—¡La vieja que te aborta! ¡Ay, juerzas!<br />

—No, en serio, lo que la policía secreta aguarda en el Portal no tiene que ver con el<br />

asesinato. De veras, de veras que no. Ni te figurás lo que estamos haciendo allí... Estamos<br />

esperando a un hombre con rabia.<br />

—¡Me zafo!<br />

—¿Te acordás de aquel mudo que en las calles le gritaban «madre»? Aquel alto, huesudo,<br />

de las piernas torcidas, que corría por las calles como loco... ¿Te acordás?... Sí te habés de<br />

acordar, ya lo creo. Pues a ése es al que estamos atalayando en el Portal, de donde desapareció<br />

hace tres días. Le vamos a dar chorizo...<br />

Y al decir así Vásquez se llevó la mano a la pistola.<br />

—¡Haceme cosquillas!<br />

—No, hombre, si no es por sacarte franco; es cierto, créelo que es cierto; ha mordido a<br />

plebe de gente y los médicos recetaron que se le introdujera en la piel una onza de plomo.<br />

¡Qué tal te sentís!<br />

—Vos lo que querés es hacerme güegüecho, pero todavía no ha nacido quién, viejito, no<br />

soy tan zorenco. Lo que la policía espera en el Portal es el regreso de los que le retorcieron el<br />

pescuezo al coronel...<br />

—¡Jolón, no! ¡Qué negro, por la gran zoraida! ¡Al mudo, lo que estás oyendo, al mudo, al<br />

mudo que tiene rabia y ha mordido a plebe de gente! ¿Querés que te lo vuelva a repetir?<br />

El Pelele engusanaba la calle de quejidos, a la rastra el cuerpo que le mordía el dolor de<br />

los ijares, a veces sobre las manos, embrocado, dándose impulso con la punta de un pie,<br />

raspando el vientre por las piedras, a veces sobre el muslo de la pierna buena, que encogía<br />

mientras adelantaba el brazo para darse empuje con el codo. La plaza asomó por fin. El aire<br />

metía ruido de zopilotes en los árboles del parque magullados por el viento. El Pelele tuvo<br />

miedo y quedó largo rato desclavado de su conciencia, con el ansia de las entrañas vivas en la<br />

lengua seca, gorda y reseca como pescado muerto en la ceniza, y la entrepierna remojada<br />

como tijera húmeda.<br />

Grada por grada subió al Portal del Señor, grada por grada, a estirones de gato<br />

moribundo, y se arrinconó en una sombra con la boca abierta, los ojos pastosos y los trapos<br />

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