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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
El cantinero, que se había acercado a servirles, agregó maquinalmente:<br />
—¡A su salú, señores!<br />
Ambos vaciaron las copas de un solo trago.<br />
—De aquello no hubo nada... —Vásquez escupió estas palabras con el último sorbo de<br />
alcohol diluido en espumosa saliva—; el subdirector metió a su ahijado y cuando yo le hablé<br />
por vos, ya el chance se lo había dado a ése que tal vez es un mugre.<br />
—¡Vos dirés!<br />
—Pero como donde manda capitán no manda marinero... Yo le hice ver que vos querías<br />
entrar a la policía secreta, que eras un tipo muy de a petate. ¡Ya vos sabés cómo son las<br />
caulas!<br />
—Y él, ¿qué te dijo?<br />
—Lo que estás oyendo, que ya tenía el puesto un ahijado suyo, y ya con eso me tapó el<br />
hocico. Ahora que te voy a decir, está más difícil que cuando yo entré conseguir hueso en la<br />
secreta. Todos han choteado que ésa es la carrera del porvenir.<br />
Rodas frotó sobre las palabras de su amigo un gesto de hombros v una palabra<br />
ininteligible. Había venido con la esperanza de encontrar trabajo.<br />
—¡No, hombre, no es para que te aflijás, no es para que te aflijás! En cuanto sepamos de<br />
otro hueso te lo consigo. Por Dios, por mi madre, que sí; más ahora que la cosa se está<br />
poniendo color de hormiga y que de seguro van a aumentar plazas. No sé si te conté... —dicho<br />
esto, Vásquez se volvió a todos lados—. ¡No soy baboso! ¡Mejor no te cuento!<br />
—¡Bueno, pues, no me contés nada; a mí qué me importa!<br />
—La cosa está tramada...<br />
—¡Mirá, viejo, no me contés nada; haceme el favor de callarte! ¡Ya dudaste, ya dudaste,<br />
vaya...!<br />
—¡No, hombre, no, qué rascado sos vos!<br />
—¡Mirá, callate, a mí no me gustan esas desconfianzas, parecés mujer! ¿Quién te está<br />
preguntando nada para que andés con esas plantas?<br />
Vásquez se puso de pie, para ver si alguien le oía, y agregó a media voz, aproximándose a<br />
Rodas, que le escuchaba de mal modo, ofendido por sus reticencias:<br />
—No sé si te conté que los pordioseros que dormían en el Portal la noche del crimen, ya<br />
volaron lengua, y que hasta con frijoles se sabe quiénes se pepenaron al coronel —y subiendo<br />
la voz—, ¿quiénes dirés vos?— y bajándola a tono de secreto de Estado—, nada menos que el<br />
general Eusebio Canales y el licenciado Abel Carvajal...<br />
—¿Por derecho es eso que me estás contando?<br />
—Hoy salió la orden de captura contra ellos, con eso te lo digo todo.<br />
—¡Ahí está, viejo —adujo Rodas más calmado—; ese coronel que decían que mataba una<br />
mosca de un tiro a cien pasos y al que todos le cargaban pelos, se lo volaron sin revólver ni<br />
fierro, con sólo apretarle el pescuezo como gallina! En esta vida, viejo, el todo es decidirse.<br />
¡Qué de a zompopo esos que se lo soplaron!<br />
Vásquez propuso otro farolazo y ya fue pidiéndolo:<br />
—¡Dios pisitos, don Lucho!<br />
Don Lucho, el cantinero, llenó de nuevo las copas. Atendía a los clientes luciendo sus<br />
tirantes de seda negra.<br />
—¡Atravesémonoslo, pues, vos! —dijo Vásquez y, entre dientes, después de escupir,<br />
agregó—: ¡A vos seguido se te va el pájaro! ¡Ya sabés que es mi veneno ver las copas llenas, y<br />
si no lo sabés, sabélo! ¡Salú!<br />
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