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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
de codos en el mostrador con el aire de la persona que no se va a marchar pronto. ¿Y si<br />
pidiera otra cerveza? La pidió y para ganar tiempo pagó con un billete de cien pesos. Tal vez<br />
la fondera no tenía vuelto. Ésta abrió el cajón de la venta con disgusto, hurgó entre los billetes<br />
mugrientos y lo cerró de golpe. No tenía vuelto. Siempre la misma historia de salir a buscar<br />
cambio. Se echó el delantal sobre los brazos desnudos y agarró la calle, no sin volver a mirar<br />
al de la banquita para recomendarle que estuviera ojo al Cristo con el cliente: un que sí voy a<br />
tener cuidado, un que no se vaya a robar algo. Precaución inútil, porque en ese momento salió<br />
una señorita de la casa del general, como llovida del cielo, y Cara de Ángel no esperó más.<br />
—Señorita —le dijo andando a la par de ella—, prevenga al dueño de la casa de donde<br />
acaba de salir usted, que tengo algo muy urgente que comunicarle.<br />
—¿Mi papá?<br />
—¿Hija del general Canales?<br />
—Sí, señor...<br />
—Pues... no se detenga; no, no... Ande..., andemos, andemos... Aquí tiene usted mi tarjeta.<br />
Dígale, por favor, que le espero en mi casa lo más pronto posible; que de aquí me voy para<br />
allá, que allá le espero, que su vida está en peligro... Sí, sí, en mi casa, lo más pronto posible...<br />
El viento le arrebató el sombrero y tuvo que volver corriendo a darle alcance. Dos y tres<br />
veces se le fue de las manos. Por fin le dio caza. Los aspavientos del que persigue un ave de<br />
corral.<br />
Volvió al fondín, con el pretexto del vuelto, a ver la impresión que su salida repentina<br />
había hecho al de la banquita y lo encontró luchando con la fondera; la tenía acuñada contra<br />
la pared y con la boca ansiosa le buscaba la boca para darle un beso.<br />
—¡Policía desgraciado, no es de balde que te llamas Bascas! —dijo la fondera cuando, del<br />
susto, al oír los pasos de Cara de Ángel, el de la banquita la soltó.<br />
Cara de Ángel intervino amistosamente para favorecer sus planes; desarmó a la fondera,<br />
que se había armado de una botella, y volvió a mirar al de la banquita con ojos complacientes.<br />
—¡Cálmese, cálmese, señora! ¿Qué son esas cosas? ¡Quédese con el vuelto y arréglense<br />
por las buenas! Nada logrará con hacer escándalo y puede venir la policía, más si el amigo...<br />
—Lucio Vásquez, pa servir a usté...<br />
—¿Lucio Vásquez? ¡Sucio Bascas! ¡Y la policía..., para todo van saliendo con la policía!<br />
¡Que preben! ¡Que preben a entrar aquí! No le tengo miedo a nadie ni soy india, ¿oye, señor?,<br />
¡para que éste me asuste con la Casa Nueva!<br />
—¡A una casa-mala te meto si yo quiero! —murmuró Vásquez, escupiendo en seguida<br />
algo que se jaló de las narices.<br />
—¡Será metedera! ¡Cómo no, Chón!<br />
—¡Pero, hombre, hagan las paces, ya está!<br />
—¡Sí, señor, si yo ya no estoy diciendo nada!<br />
La voz de Vásquez era desagradable; hablaba como mujer, con una vocecita tierna,<br />
atiplada, falsa. Enamorado hasta los huesos de la fondera, luchaba con ella día y noche para<br />
que le diera un beso con su gusto, no le pedía más. Pero la fondera no se dejaba por aquello de<br />
que la que da el beso da el queso. Súplicas, amenazas, regalitos, llantos fingidos y verdaderos,<br />
serenatas, tustes, todo se estrellaba en la negativa cerril de la fondera, la cual no cedió nunca<br />
ni jamás se dio por las buenas. «El que me quiera —decía—, ya sabe que conmigo el amor es<br />
lucha a brazo partido.»<br />
—Ahora que se callaron —continuó Cara de Ángel, hablaba como para él, frotando el<br />
índice en una monedita de níquel clavada en el mostrador—, les contaré lo que pasa con la<br />
señorita de allí enfrente.<br />
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