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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

—Te llamé, Miguel, para algo que me interesa que se arregle esta misma noche. Las<br />

autoridades competentes han ordenado la captura de ese pícaro de Eusebio Canales, el<br />

general que tú conoces, y lo prenderán en su casa mañana a primera hora. Por razones<br />

particulares, aunque es uno de los que asesinaron a Parrales Sonriente, no conviene al<br />

Gobierno que vaya a la cárcel y necesito su fuga inmediata. Corre a buscarlo, cuéntale lo que<br />

sabes y aconséjale, como cosa tuya, que se escape esta misma noche. Puedes prestarle ayuda<br />

para que lo haga, pues, como todo militar de escuela, cree en el honor, se va a querer pasar de<br />

vivo y si lo agarran mañana le quito la cabeza. Ni él debe saber esta conversación; solamente<br />

tú y yo... Y tú ten cuidado que la policía no se entere que andas por ahí; mira cómo te las<br />

arreglas para no dar el cuerpo y que este pícaro se largue. Puedes retirarte.<br />

El favorito salió con media cara cubierta en la bufanda negra. (Era bello y malo como<br />

Satán). Los oficiales que guardaban el comedor del amo le saludaron militarmente.<br />

Presentimiento; o acaso habían oído que llevaba en las manos la cabeza de un general. Sesenta<br />

desesperados bostezaban en la sala de audiencia, esperando que el Señor <strong>Presidente</strong> se<br />

desocupara. Las calles cercanas a Palacio y a la Casa Presidencial se veían alfombradas de<br />

flores. Grupos de soldados, al mando del Comandante de Armas, adornaban el frente de los<br />

cuarteles vecinos con faroles, banderitas y cadenas de papel de China azul y blanco.<br />

Cara de Ángel no se dio cuenta de aquellos preparativos de fiesta. Había que ver al<br />

general, concertar un plan y proporcionarle la higa. Todo le pareció fácil antes que ladraran<br />

los perros en el bosque monstruoso que separaba al Señor <strong>Presidente</strong> de sus enemigos, bosque<br />

de árboles de orejas que al menor eco se revolvían como agitadas por el huracán. Ni una<br />

brizna de ruido quedaba leguas a la redonda con el hambre de aquellos millones de cartílagos.<br />

Los perros seguían ladrando. Una red de hilos invisibles, más invisibles que los hilos del<br />

telégrafo, comunicaba cada hoja con el Señor <strong>Presidente</strong>, atento a lo que pasaba en las<br />

vísceras más secretas de los ciudadanos.<br />

Si fuera posible hacer pacto con el diablo, venderle el alma con tal de burlar la vigilancia<br />

de la policía y permitir la fuga al general... Pero el diablo no se presta para actos caritativos;<br />

bien que hasta dónde no dejaría raja aquel lance singular... La cabeza del general y algo<br />

más... Pronunció las palabras como si de verdad llevara en las manos la cabeza del general y<br />

algo más.<br />

Había llegado a la casa de Canales, situada en el barrio de la Merced. Era un caserón de<br />

esquina, casi centenario, con cierta soberanía de moneda antigua en los ocho balcones que<br />

caían a la calle principal y el portón para carruajes que daba a la otra calle. El favorito pensó<br />

detenerse aquí y, caso de oír gente dentro, llamar para que le abrieran. Le hizo desistir la<br />

presencia de los gendarmes, que rondaban en la acera de enfrente. Apuró el paso y fue<br />

echando los ojos por las ventanas a ver si dentro había a quién hacerle señas. No vio a nadie.<br />

Imposible detenerse en la acera sin hacerse sospechoso. Pero en la esquina opuesta a la casa se<br />

abría un fondín de mala muerte, y para poder permanecer cerca de allí lo que faltaba era<br />

entrar y tomar algo. Una cerveza. Hizo decir algunas palabras a la que despachaba y con el<br />

vaso de cerveza en la mano volvió la cara para ver quién ocupaba una banquita acuñada a la<br />

pared, bulto de hombre que al entrar alcanzó a ver con el rabo de ojo. Sombrero de la<br />

coronilla a la frente, casi sobre los ojos, toalla alrededor del pescuezo, el cuello de la chaqueta<br />

levantado, pantalones campanudos, botines abotonados sin abotonar, talón alto, tapa de hule,<br />

cuero amarillo, género café. Distraídamente levantó los ojos el favorito y fue viendo las<br />

botellas alineadas en los tramos de la estantería, la ese luminosa de la bombita de la luz<br />

eléctrica, un anuncio de vinos españoles, Baco cabalgando un barril entre frailes barrigones y<br />

mujeres desnudas, y un retrato del Señor <strong>Presidente</strong>, echado a perder de joven, con<br />

ferrocarriles en los hombros, como charreteras, y un angelito dejándole caer en la cabeza una<br />

corona de laurel. Retrato de mucho gusto. De vez en vez volvía la mirada a la casa del general.<br />

Sería grave que el de la banquita y la fondera fueran más que amigos y estuvieran haciendo<br />

malobra. Se desabrochó la chaqueta al tiempo de cruzar una pierna sobre la otra y recostarse<br />

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