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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
regrese lo va a querer mucho! ¡Ah, ya no ve las horas de salir a tomar parte en esto que se<br />
llama la vida!... ¡No, no es que yo no quiera, sino que mejor se está ahí bien guardadito!»<br />
El <strong>Presidente</strong> no la recibió. Alguien le dijo que era mejor solicitar audiencia. Telegramas,<br />
cartas, escritos en papel sellado... Todo fue inútil; no le contestó.<br />
Anochecía y amanecía con el hueco del no dormir en los párpados, que a ratitos botaba<br />
sobre lagunas de llanto. Un gran patio. Ella, tendida en una hamaca, jugando con un<br />
caramelo de las mil y una noches y una pelotica de hule negro. El caramelo en la boca, la<br />
pelotica en las manos. Por llevarse el caramelo de un carrillo a otro, se le escapó la pelotica,<br />
botó en el piso del corredor, bajo la hamaca, y rebotó en el patio muy lejos, mientras el<br />
caramelo le crecía en la boca, cada vez más lejos, hasta desaparecer de pequeñita. No estaba<br />
completamente dormida. El cuerpo le temblaba al contacto de las sábanas. Era un sueño con<br />
luz de sueño y luz eléctrica. El jabón se le fue de las manos dos y tres veces, como la pelotica, y<br />
el pan del desayuno comía por pura necesidad —le creció en la boca como el caramelo.<br />
Desiertas las calles, de misa las gentes y ella ya por los Ministerios atalayando a los<br />
ministros, sin saber cómo ganarse a los porteros, viejecillos gruñones que no le contestaban<br />
cuando les hablaba, y le echaban fuerte, racimos de lunares de carne, cuando insistía.<br />
Pero su marido había corrido a recoger la pelotica. Ahora recordaba la otra parte de su<br />
sueño. El patio grande. La pelotica negra. Su marido cada vez más pequeñito, cada vez más<br />
lejos, como reducido por una lente, hasta desaparecer del patio tras la pelotica, mientras a<br />
ella, y no pensó en su hijo, le crecía el caramelo en la boca.<br />
Escribió al cónsul de Nueva York, al ministro de Wáshington, al amigo de una amiga, al<br />
cuñado de un amigo pidiendo noticias de su marido, y como echar las cartas a la basura. Por<br />
un abarrotero judío supo que el honorable secretario de la Legación Americana, detective y<br />
diplomático, tenía noticias ciertas de la llegada de Cara de Ángel a Nueva York. No sólo se<br />
sabe oficialmente que desembarcó —así consta en los registros del puerto, así consta en los<br />
registros de los hoteles en que se hospedó, así consta en los registros de la policía—, sino<br />
también por los periódicos y por noticias de personas llegadas muy recientemente de allá. «Y<br />
ahora lo están buscando —le decía el judío—, y vivo o muerto tienen que dar con él, aunque<br />
parece ser que de Nueva York siguió en otro barco para Singapur.» «¿Y dónde queda eso?»,<br />
preguntaba ella. «¿En dónde ha de quedar? En Indochina», respondía el judío entrechocando<br />
las planchas de sus dientes postizos. «¿Y como cuánto dura una carta en venir de allá?»,<br />
indagaba ella. «Exactamente no sé, pero no más de tres meses.» Ella contaba con los dedos.<br />
Cuatro tenía Cara de Ángel de haberse ido.<br />
En Nueva York o en Singapur... ¡Qué peso se le quitaba de encima! ¡Qué consuelo tan<br />
grande sentirlo lejos —saber que no se lo habían matado en el puerto, como dio en decir la<br />
gente—, lejos de ella, en Nueva York o en Singapur, pero con ella en el pensamiento!<br />
Se apoyó en el mostrador del almacén del judío para no caer redonda. El gusto la<br />
mareaba. Iba como en el aire, sin tocar los jamones envueltos en papel plateado, las botellas<br />
en paja de Italia, las latas de conservas, los chocolates, las manzanas, los arenques, las<br />
aceitunas, el bacalao, los moscateles, conociendo países del brazo de su marido. ¡Tonta que fui<br />
atormentarme por atormentarme! Ahora comprendo por qué no me ha escrito y hay que<br />
seguir haciendo la comedia. El papel de la mujer abandonada que va en busca del que la<br />
abandonó, ciega de celos..., o el de la esposa que quiere estar al lado de su marido en el trance<br />
difícil del parto.<br />
El camarote reservado, el equipaje hecho, todo listo ya para partir, de orden superior le<br />
negaron el pasaporte. Un como reborde de carne gorda alrededor de un hueco con dientes<br />
manchados de nicotina se movió de arriba abajo, de abajo arriba, para decirle que de orden<br />
superior no se le podía extender el pasaporte. Ella movió los labios de arriba abajo, de abajo<br />
arriba ensayando a repetir las palabras como si hubiera entendido mal.<br />
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