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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
—Y yo, diga, sin saber nada y una hijita de la gran flauta malinformándome con el Señor<br />
<strong>Presidente</strong>...<br />
—Y desde entonces que esta Cara de Ángel andaba en cuentos con el general Canales; era<br />
un ten con ten con su hija, la que después fue su mujer, y que, según dicen, se comió el<br />
mandado del patrón. Todo esto lo sé yo porque Vásquez, el Terciopelo, lo encontró en una<br />
fonda que se llamaba El Tus-Tep, horas antes de que se fugara el general.<br />
—El Tus-Tep... —repitió el mayor haciendo memoria.<br />
—Era una fonda que quedaba en la mera, mera esquina. Adiós, pues, donde había dos<br />
muñecos pintados en la pared, uno de cada lado de la puerta, una mujer y un hombre; la<br />
mujer con el brazo en gancho diciéndole al hombre —yo todavía me acuerdo de los letreros:<br />
—«¡Ven a bailar el tustepito!», y el hombre con una botella respondiéndole: «¡No, porque<br />
estoy bailando el tustepón!»<br />
El tren arrancó poco a poco. Un terroncito de alba se mojaba en el azul del mar. De entre<br />
las sombras fueron surgiendo las casas de paja del poblado, las montañas lejanas, las<br />
embarcaciones míseras del comercio costero y el edificio de la Comandancia, cajita de<br />
fósforos con grillos vestidos de tropa.<br />
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