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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

Cara de Ángel cerró los baúles sin apartar los ojos de los de su esposa cariñosos y zonzos.<br />

Llovía a cántaros. El agua se escurría por las canales con peso de cadena. Los ahogaba la<br />

aflictiva noción del día próximo, ya tan próximo, y sin decir palabra —todo estaba listo— se<br />

fueron quitando los trapos para meterse en la cama, entre el tijereteo del reloj que les hacía<br />

pedacitos las últimas horas —¡tijeretictac!, ¡tijeretictac!, ¡tijeretictac!...— y el zumbido de los<br />

zancudos que no dejaban dormir.<br />

—Ahora sí que dialtiro se me pasó por alto que cerraran los cuartos para que no se<br />

entraran los zancudos. ¡Qué tont-ay, Dios mío!<br />

Por toda respuesta, Cara de Ángel la estrechó contra su pecho; la sentía como ovejita sin<br />

balido, desvalida.<br />

No se atrevía a apagar la luz, ni a cerrar los ojos, ni a decir palabra. Estaban tan cerca en<br />

la claridad, cava tal distancia la voz entre los que se hablan, los párpados separan tanto... Y<br />

luego que en la oscuridad era como estar lejos, y luego que con todo lo que querían decirse<br />

aquella última noche, por mucho que se dijeran, todo les habría parecido dicho como por<br />

telegrama.<br />

La bulla de las criadas, que andaban persiguiendo un pollo entre los sembrados, llenó el<br />

patio. Había cesado la lluvia y el agua se destilaba por las goteras como en una clepsidra. El<br />

pollo corría, se arrastraba, revoloteaba, se somataba por escapar a la muerte.<br />

—Mi piedrecita de moler... —le susurró Cara de Ángel al oído, aplanchándole con la<br />

palma de la mano el vientrecillo combo.<br />

—Amor... —le dijo ella recogiéndose contra él. Sus piernas dibujaron en la sábana el<br />

movimiento de los remos que se apoyan en el agua arrebujada de un río sin fondo.<br />

Las criadas no paraban. Carreras. Gritos. El pollo se les iba de las manos palpitante,<br />

acoquinado, con los ojos fuera, el pico abierto, medio en cruz las alas y la respiración en largo<br />

hilván.<br />

Hechos un nudo, regándose de caricias con los chorritos temblorosos de los dedos, entre<br />

muertos y dormidos, atmosféricos, sin superficie... —¡Amor! —le dijo ella—... —¡Cielo! —le<br />

dijo él—... ¡Mi cielo! —le dijo ella...<br />

El pollo dio contra el muro o el muro se le vino encima...<br />

Las dos cosas se le sentían en el corazón... Le retorcieron el pescuezo... Como si volara<br />

muerto sacudía las alas... «¡Hasta se ensució, el desgraciado!», gritó la cocinera y<br />

sacudiéndose las plumas que le moteaban el delantal fue a lavarse las manos en la pila llena de<br />

agua llovida.<br />

Camila cerró los ojos... El peso de su marido... el aleteo... La queda mancha... El reloj, más<br />

lento, ¡tijeretic!, ¡tijeretac!, ¡tijeretic!, ¡tijeretac!...<br />

Cara de Ángel se apresuró a hojear los papeles que el <strong>Presidente</strong> le había mandado con un<br />

oficial a la estación. La ciudad arañaba el cielo con las uñas sucias de los tejados al irse<br />

quedando y quedando atrás. Los documentos le tranquilizaron. ¡Qué suerte alejarse de aquel<br />

hombre en carro de primera, rodeado de atenciones, sin cola con orejas, con cheques en la<br />

bolsa! Entrecerró los ojos para guardar mejor lo que pensaba. Al paso del tren los campos<br />

cobraban movimiento y echaban a correr como chiquillos uno tras otro, uno tras otro, uno<br />

tras otro: árboles, casas, puentes...<br />

... ¡Qué suerte alejarse de aquel hombre en carro de primera!<br />

... Uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro La casa perseguía el árbol, el árbol a la<br />

cerca, la cerca al puente, el puente al camino, el camino al río, el río a la montaña, la montaña<br />

a la nube, la nube a la siembra, la siembra al labriego, el labriego al animal...<br />

... Rodeado de atenciones, sin cola con orejas...<br />

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