27.08.2014 Views

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

solar atontaba. Una nube de pájaros se revolvía a lo lejos. De vez en cuando sonaba un<br />

disparo. Luego entró la tarde. Cielo de matadura bajo el mantillón roto de las nubes. Los<br />

fuegos de los vivacs se fueron apagando y todo fue una gran masa oscura, una solíngrima<br />

tiniebla; cielo, tierra, animales, hombres. El galope de un caballo turbó el silencio con su<br />

¡cataplán, cataplán!, que el eco repasó en la tabla de multiplicar. De centinela en centinela se<br />

fue oyendo más y más próximo, y no tardó en llegar, en confundirse con ellos, que creían<br />

soñar despiertos al oír lo que contaba el jinete. El general Canales había fallecido de repente,<br />

al acabar de comer, cuando salía a ponerse al frente de las tropas. Y ahora la orden era de<br />

esperar. «¡Algo le dieron, raíz de chiltepe, aceitillo que no deja rastro cuando mata, que qué<br />

casual que muriera en ese momento!», observó una voz. «¡Y es que se debía haber cuidado!»,<br />

suspiró otra. ¿Ahhhhh?... todos callaron conmovidos hasta los calcañales desnudos,<br />

enterrados en la tierra... ¿Su hija?...<br />

Y al cabo de un rato largo como un mal rato, agregó otra voz: «¡Si quieren, la maldigo; yo<br />

sé una oración que me enseñó un brujo de la costa; fue una vez que escaseó el maíz en la<br />

montaña y yo bajé a comprar, que la aprendí!... ¿Quieren?...» «¡Pues ái ve vos —respondió<br />

otra habla en la sombra—, lo que es por mí lo aprebo porque mató a su pagre!»<br />

El galope del caballo volvió de nuevo al camino —¡cataplán, cataplán, cataplán!—; se<br />

escucharon de nuevo los gritos de los centinelas, y de nuevo reinó el silencio. Un eco de coyotes<br />

subió como escalera de dos bandas hasta la luna que asomó tardía y con una gran rueda<br />

alrededor. Más tarde se oyó un retumbo.<br />

Y con cada uno de los que contaban lo sucedido, el general Canales salía de su tumba a<br />

repetir su muerte: sentábase a comer delante de una mesa sin mantel a la luz de un quinqué,<br />

se oía el ruido de los cubiertos, de los platos, de los pies del asistente, se oía servir un vaso de<br />

agua, desdoblar un periódico y... nada más, ni un quejido. Sobre la mesa lo encontraron<br />

muerto, el cachete aplastado sobre El Nacional, los ojos entreabiertos, vidriosos, absortos en<br />

una visión que no estaba allí.<br />

Los hombres volvieron a las tareas cotidianas con disgustos; ya no querían seguir de<br />

animales domésticos y había salido a la revolución de Chamarrita, como llamaban<br />

cariñosamente al general Canales, para cambiar de vida, y porque Chamarrita les ofrecía<br />

devolverles la tierra que con el pretexto de abolir las comunidades les arrebataron a la pura<br />

garnacha; repartir equitativamente las tomas de agua; suprimir el poste; implantar la tortilla<br />

obligatoria por dos años; crear cooperativas agrícolas para la importación de maquinaria,<br />

buenas semillas, animales de raza, abonos, técnicos; facilitación y abaratamiento del<br />

transporte; exportación y venta de los productos; limitar la prensa a manos de personas<br />

electas por el pueblo y responsables directamente ante el mismo pueblo; abolir la escuela<br />

privada, crear impuestos proporcionales; abaratar las medicinas; fundir a los médicos y<br />

abogados y dar la libertad de cultos, entendida en el sentido de que los indios, sin ser<br />

perseguidos, pudiesen adorar a sus divinidades y rehacer sus templos.<br />

Camila supo el fallecimiento de su padre muchos días después. Una voz desconocida le dio<br />

la noticia por teléfono.<br />

—Su padre murió al leer en el periódico que el <strong>Presidente</strong> de la República había sido<br />

padrino de su boda...<br />

—¡No es verdad! —gritó ella...<br />

—¿Que no es verdad? —se le rieron en las narices.<br />

—¡No es verdad, no fue padri!... ¡Aló! ¡Aló! —Ya habían cortado la comunicación;<br />

bajaron el interruptor poco a poquito, como el que se va a escondidas—. ¡Aló! ¡Aló!... ¡Aló!...<br />

Se dejó caer en un sillón de mimbre. No sentía nada. Un rato después levantó el plano de<br />

la estancia tal y como estaba ahora, que no era como estaba antes; antes tenía otro color, otra<br />

155

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!