27.08.2014 Views

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

XXXVI<br />

La Revolución<br />

No se veía nada delante. Detrás avanzaban los reptiles silenciosos, largos, escaramuzas de<br />

veredas que desdoblaban ondulaciones fluidas, lisas, heladas. A la tierra se le contaban las<br />

costillas en los aguazales secos, flaca, sin invierno. Los árboles subían a respirar a lo alto de<br />

los ramajes densos, lechosos. Los fogarines alumbraban los ojos de los caballos cansados. Un<br />

soldado orinaba de espaldas. No se le veían las piernas. Era necesario explicárselo, pero no se<br />

lo explicaban, atareados como estaban sus compañeros en limpiar las armas con sebo y<br />

pedazos de fustanes que todavía olían a mujer. La muerte se los iba llevando, los secaba en sus<br />

camas uno por uno, sin mejoría para los hijos ni para nadie. Mejor era exponer el pellejo a<br />

ver qué se sacaba. Las balas no sienten cuando atraviesan el cuerpo de un hombre; creen que<br />

la carne es aire tibio, dulce, aire un poco gordito. Y pían como pajarracos. Era necesario<br />

explicárselo, pero no se lo explicaban, ocupados como estaban en dar filo a los machetes<br />

comprados por la revolución en una ferretería que se quemó. El filo iba apareciendo como la<br />

risa en la cara de un negro. ¡Cante, compadre, decía una voz, que dende-oíto le oí cantar!<br />

Para qué me cortejeastes,<br />

Ingrato, teniendo dueña,<br />

Mejor me hubieras dejado<br />

Para arbolito de leña...<br />

¡Sígale, compadre, el tono!...<br />

¡Cante, compadre!<br />

La fiesta de la laguna<br />

Nos agarró de repente;<br />

este año no hubo luna<br />

Ni tampoco vino gente...<br />

El día que tú naciste,<br />

Ese día nací yo,<br />

y hubo tal fiesta en el cielo<br />

Que hasta tata Dios fondeó...<br />

¡Cante, compadrito, cante!... El paisaje iba tomando quinina de luna y tiritaban las hojas<br />

de los árboles. En vano habían esperado la orden de avanzar. Un ladrido remoto señalaba una<br />

aldea invisible. Amanecía. La tropa, inmovilizada, lista esa noche para asaltar la primera<br />

guarnición, sentía que una fuerza extraña, subterránea, le robaba movilidad, que sus hombres<br />

se iban volviendo de piedra. La lluvia hizo papa la mañana sin sol. La lluvia corría por la cara<br />

y la espalda desnuda de los soldados. Todo se oyó después en grande en el llanto de Dios.<br />

Primero sólo fueron noticias entrecortadas, contradictorias. Pequeñas voces que por temor a<br />

la verdad no decían todo lo que sabían. Algo muy hondo se endurecía en el corazón de los<br />

soldados; una bola de hierro, una huella de huesos. Como una sola herida sangró todo el<br />

campo: el general Canales había muerto. Las noticias se concretaban en sílabas y frases.<br />

Sílabas de silabario. Frases de oficio de Difuntos. Cigarrillos y aguardiente teñido con pólvora<br />

y malhayas. No era de creer lo que contaban, aunque fuera cierto. Los viejos callaban<br />

impacientes por saber la mera verdad, unos de pie, otros echados, otros acurrucados. Estos se<br />

arrancaban el sombrero de petate, lo somataban en el suelo y se cogían la cabeza a rascones.<br />

Por allí habían volado los muchachos, quebrada abajo, en busca de noticias. La reverberación<br />

154

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!