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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

mariposa: la Siguemonta. Pero oyó la voz de su marido que preguntaba a la puerta si se podía<br />

entrar, y se sintió segura.<br />

El agua saltaba con ellos como animal contento. En las telarañas luminosas de los reflejos<br />

colgados de los muros se veían las siluetas de sus cuerpos grandes como arañas monstruosas.<br />

Penetraba la atmósfera el olor del suquinay, la presencia ausente de los volcanes, la humedad<br />

de las pancitas de las ranas, el aliento de los terneros que mamaban praderas transformadas<br />

en líquido blanco, la frescura de las cascadas que nacían riendo, el vuelo inquieto de las<br />

moscas verdes. Los envolvía un velo impalpable de haches mudas, el canto de un<br />

guardabarranca y el revoloteo de un shara.<br />

El bañero asomó a la puerta preguntando si eran para los señores los caballos que<br />

mandaban de Las Quebraditas. El tiempo de salir del baño y de vestirse. Camila sintió un<br />

gusano en la toalla que se había puesto sobre los hombros, mientras se peinaba, para no<br />

mojarse el vestido con los cabellos húmedos. Sentirlo, gritar, venir Cara de Ángel y acabar<br />

con el gusano, todo fue uno. Pero ella ya no tuvo gusto: la selva entera le daba miedo, era<br />

como de gusanos su respiración sudorosa, su adormecimiento sin sueño.<br />

Los caballos se espantaban las moscas con la cola al pie de un amate. El mozo que los<br />

trajo se acercó a saludar a Cara de Ángel con el sombrero en la mano.<br />

—¡Ah, eres tú; buenos días! ¿Y qué andas haciendo por aquí?...<br />

—Trabajando, dende que usté me hizo el favor de sacarme del cuartel que ando por aquí,<br />

ya va para un año.<br />

Creo que nos agarró el tiempo...<br />

—Así parece, pero yo más creyo, patrón, que es al sol al que le está andando la mano más<br />

ligero, y no han pasado los azacuanes.<br />

Cara de Ángel consultó Camila si se marchaban; se había detenido a pagar al bañero.<br />

—A la hora que tú digas...<br />

—Pero ¿no tienes hambre? ¿No quieres alguna cosa? ¡Tal vez aquí el bañero nos puede<br />

vender algo!<br />

—¡Unos huevitos! —intervino el mozo, y de la bolsa de la chaqueta, con más botones que<br />

ojales, sacó un pañuelo en el que traía envueltos tres huevos.<br />

—Muchas gracias —dijo Camila—, tienen cara de estar muy frescos.<br />

—¡De usté son las gracias, niña, y en cuanto a los huevitos, son puro buenos; esta mañana<br />

los pusieron las gallinas y yo le dije a mi mujer: «Dejármelos por ái aparte, que se los pienso<br />

llevar a don Ángel»!<br />

Se despidieron del bañero, que seguía moqueando con el mal de ojo y comiendo frijoles.<br />

—Pero yo decía —agregó el mozo— que bien bueno sería que la señora se bebiera los<br />

huevitos, que de aquí pa allá está un poco retirado y puede que le dé hambre.<br />

—No, no me gustan crudos y me puede hacer mal —contestó Camila.<br />

—¡Yo porque veyo que la señora está un poco desmandada!<br />

—Es que aquí, como me ve, me estoy levantando de la cama...<br />

—Sí —dijo Cara de Ángel—, estuvo muy enferma.<br />

—¡Pero ahora se va a alentar —observó aquél, mientras apretaba las cinchas de los<br />

galápagos—; a las mujeres, como a las flores, lo que les hace falta es riesgo; galana se va a<br />

poner con el casamiento!<br />

Camila bajó los párpados ruborosa, sorprendida como la planta que en lugar de hojas<br />

parece que le salen ojos por todos lados, pero antes miró a su marido y se desearon con la<br />

mirada, sellando el tácito acuerdo que entre los dos faltaba.<br />

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