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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
—Extraño, ya lo creo, para un hombre de la vasta ilustración del Señor <strong>Presidente</strong>, que<br />
con sobrada razón se le tiene en el mundo por uno de los primeros estadistas de los tiempos<br />
modernos; pero no para mí.<br />
Su Excelencia puso los ojos bajo los párpados, para ahogar la visión invertida de las cosas<br />
que el alcohol le producía en aquel momento.<br />
—¡Chis, yo sé mucho!<br />
Y esto diciendo dejó caer la mano en la selva negra de sus botellas de «whisky» y sirvió un<br />
vaso a Cara de Ángel.<br />
—Bebe, Miguel... —un ahogo le atajó las palabras, algo trabado en la garganta; golpeóse<br />
el pecho con el puño para que le pasara, contraídos los músculos del cuello flaco, gordas las<br />
venas de la frente, y con ayuda del favorito, que le hizo tomar unos tragos de sifón, recobró el<br />
habla a pequeños eructos.<br />
—¡Já! ¡já! ¡já! ¡já! —rompió a reír señalando a Cara de Ángel—. ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já! En<br />
artículo de muerte... —Y carcajada sobre carcajada—. ...En artículo de muerte. ¡Já! ¡já! ¡já!<br />
¡já!...<br />
El favorito palideció. En la mano le temblaba el vaso de «whisky» que le acababa de<br />
brindar.<br />
—El Se...<br />
—ÑORRR <strong>Presidente</strong> todo lo sabe —interrumpió Su Excelencia—. ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já!... En<br />
artículo de muerte y por consejo de un débil mental como todos los espiritistas... ¡Já! ¡já! ¡já!<br />
¡já!<br />
Cara de Ángel se puso el vaso como freno para no gritar y beberse el «whisky»; acababa<br />
de ver rojo, acababa de estar a punto de lanzarse sobre el amo y apagarle en la boca la<br />
carcajada miserable, fuego de sangre aguardentosa. Un ferrocarril que le hubiera pasado<br />
encima le habría hecho menos daño. Se tuvo asco. Seguía siendo el perro educado, intelectual,<br />
contento de su ración de mugre, del instinto que le conservaba la vida. Sonrió para disimular<br />
su encono; con la muerte en los ojos de terciopelo, como el envenenado al que le va creciendo<br />
la cara.<br />
Su Excelencia perseguía una mosca.<br />
—Miguel, ¿tú conoces el juego de la mosca...?<br />
—No, Señor <strong>Presidente</strong>...<br />
—¡Ah, es verdad que túuuUUU..., en artículo de muerte...! ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já!... ¡Ji! ¡ji! ¡ji!<br />
¡ji!... ¡Jó! ¡jó! ¡jó! ¡jó!... ¡Jú! ¡jú! ¡jú! ¡jú!...<br />
Y carcajeándose continuó persiguiendo la mosca que iba y venía de un punto a otro, la<br />
falda de la camisa al aire, la bragueta abierta, los zapatos sin abrochar, la boca untada de<br />
babas y los ojos de excrecencias color de yema de huevo.<br />
—Miguel —se detuvo a decir sofocado, sin lograr darle caza—, el juego de la mosca es de<br />
lo más divertido y fácil de aprender; lo que se necesita es paciencia. En mi pueblo yo me<br />
entretenía de chico jugando reales a la mosca.<br />
Al hablar de su pueblo natal frunció el entrecejo, la frente calmada de sombras; volvióse<br />
al mapa de la República, que en ese momento tenía a la espalda, y descargó un puñetazo sobre<br />
el nombre de su pueblo.<br />
Un columbrón a las calles que transitó de niño, pobre, injustamente pobre, que transitó de<br />
joven, obligado a ganarse el sustento en tanto los chicos de buena familia se pasaban la vida<br />
de francachela en francachela. Se vio empequeñecido en el hoyo de sus coterráneos, aislado de<br />
todos y bajo el velón que le permitía instruirse en las noches, mientras su madre dormía en un<br />
catre de tijera y el viento con olor de carnero y cuernos de chiflón topeteaba las calles<br />
desiertas. Y se vio más tarde en su oficina de abogado de tercera clase, entre marraneas,<br />
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