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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
—Pues me se da que ustedes se van a volver espiritistas.<br />
—¿Y no es servido, Comandante?<br />
—Dios se lo pague, pero acaba, acaba la señora de echarme de comer y no me pegué la<br />
siesta porque recibí un telegrama del Ministro de Gobernación con orden de proceder en<br />
contra de ustedes si no le arreglan al médico...<br />
—Pero, Comandante, no es justo, ya ve usté que no es justo...<br />
—Bien bueno será que no sea justo, pero como donde manda Dios, calla el diablo...<br />
—Por supuesto... —exclamaron las tres con el llanto en los ojos.<br />
—A mí me da pena de venir a afliccionarlas; y así es que ya lo saben: nueve mil pesos, la<br />
casa o...<br />
En la media vuelta, el paso y la manera como les pegó la espalda a los ojos, un espaldón<br />
que parecía tronco de ceiba, estaba toda la abominable resolución del médico.<br />
En general las oía llorar. Cerraron la puerta de la calle con tranca y aldaba, temerosas de<br />
que volviera el Comandante. Las lágrimas salpicaban los platos de gallina.<br />
—¡Qué amarga es la vida, general! ¡Dichoso de usté, que se va de este país para no volver<br />
nunca!<br />
—¿Y con qué las amenazan?... —interrumpió Canales a la mayor de las tres, la cual, sin<br />
enjugarse el llanto, dijo a sus hermanas: —Cuéntelo una de ustedes...<br />
—Con sacar a mamá de la sepultura... —balbució la menor. Canales fijó los ojos en las<br />
tres hermanas y dejó de mascar.<br />
—¿Cómo es eso?<br />
—Como lo oye, general, con sacar a mamá de la sepultura...<br />
—Pero eso es inicuo...<br />
—Cuéntale...<br />
—Sí. Pues ha de saber, general, que el médico que tenemos en el pueblo es un<br />
sinvergüenza de marca mayor, ya nos lo habían dicho, pero como la experiencia se compra<br />
con el pellejo, nos dejamos hacer la jugada. ¡Qué quiere usté! Cuesta creer que haya gente tan<br />
mala...<br />
—Más rabanitos, general...<br />
La mediana alargó el plato y, mientras Canales se servía rabanitos, la menor siguió<br />
contando:<br />
—Y nos la hizo... Su cacha consiste en mandar a construir un sepulcro cuando tiene<br />
enfermo grave y como los parientes en lo que menos están pensando es en la sepultura...<br />
Llegado el momento —así nos pasó a nosotras—, con tal que no pusieran a mamá en la pura<br />
tierra, aceptamos uno de los lugares de su sepulcro, sin saber a lo que nos exponíamos...<br />
—¡Como nos ven mujeres solas! —observó la mayor, con la voz cortada por los sollozos.<br />
—A una cuenta, general, que el día que la mandó a cobrar por poco nos da vahído a las<br />
tres juntas: nueve mil pesos por quince visitas, nueve mil pesos, esta casa, porque parece que<br />
se quiere casar, o...<br />
—o... si no le pagamos, le dijo a mi hermana —¡es insufrible!—, ¡que saquemos nuestra<br />
mierda de su sepulcro!<br />
Canales dio un puñetazo en la mesa:<br />
—¡Mediquito!<br />
Y volvió el puño —platos, cubiertos y vasos tintineaban—, abriendo y cerrando los dedos<br />
como para estrangular no sólo a aquel bandido con título, sino a todo un sistema social que le<br />
traía de vergüenza en vergüenza. Por eso —pensaba— se les promete a los humildes el Reino<br />
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