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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

inmóviles. Desesperación. Ceguera blanca. Piedras y más piedras. Insectos. Osamentas<br />

limpias, calientes, como ropa interior recién planchada. Fermentos. Revuelo de pájaros<br />

aturdidos. Agua con sed. Trópico. Variación sin horas, igual el calor, igual siempre, siempre...<br />

El general llevaba un pañuelo a guisa de tapasol sobre la nuca. Al paso de la mula, a su<br />

lado, caminaba el indio.<br />

—Pienso que andando toda la noche podemos llegar mañana a la frontera y no sería malo<br />

que arriesgáramos un poco por el camino real, pues tengo que pasar por Las Aldeas, en casa<br />

de unas amigas...<br />

—¡Tata, por el camine rial! ¿Qué vas a hacer? ¡Te va a encontrarte el montade!<br />

—¡Un ánimo recto! ¡Seguime, que el que no arriesga no gana y esas amigas nos pueden<br />

servir de mucho!<br />

—¡Ay, no, tata!<br />

Y sobresaltado agregó el indio:<br />

—¿Oís? ¿Oís, tata...?<br />

Un tropel de caballos se acercaba, pero a poco cesó el viento y entonces, como si<br />

regresaran, se fue quedando atrás.<br />

—¡Calla!<br />

—¡El montade, tata, yo sé lo que te digue, y hora no hay más que cojemes por aquí, onque<br />

tengames que dar un gran güelte pa salir a Las Aldees!<br />

Detrás del indio sesgó el general por un extravío. Tuvo que desmontarse y bajar tirando<br />

de la mula. A medida que se los tragaba el barranco se iban sintiendo como dentro de un<br />

caracol, más al abrigo de la amenaza que se cernía sobre ellos. Oscureció en seguida. Las<br />

sombras se amontonaban en el fondo del siguán dormido. Árboles y pájaros parecían<br />

misteriosos anuncios en el viento que iba y venía con vaivén continuo, sosegado. Una<br />

polvareda rojiza cerca de las estrellas fue todo lo que vieron de la montada que pasaba al<br />

galope por el sitio del que se acababan de apartar.<br />

Habían andado toda la noche.<br />

—En saliende al subidite visteamos Las Aldees, patrón...<br />

El indio se adelantó con la cabalgadura a prevenir a las amigas de Canales, tres hermanas<br />

solteras que se pasaban la vida del Trisagio a las anginas, del novenario al dolor de oído, del<br />

dolor de cara a la espina en el costado. Se desayunaron de la noticia. Casi se desmayan. En el<br />

dormitorio recibieron al general. La sala no les daba confianza. En los pueblos, no es por<br />

decir, pero las visitas entran gritando ¡Ave María! ¡Ave María! hasta la cocina. El militar les<br />

relató su desgracia con la voz pausada, apagadiza, enjugándose una lágrima al hablar de su<br />

hija. Ellas lloraban afligidas, tan afligidas que de momento olvidaron su pena, la muerte de su<br />

mamá, por lo que traían riguroso luto.<br />

—Pues nosotras le arreglamos la fuga, el último paso al menos. Voy a salir a informarme<br />

entre los vecinos... Ahora que hay que acordarse de los que son contrabandistas... ¡Ah, ya sé!<br />

Los vados practicables casi todos están vigilados por la autoridad.<br />

La mayor, que así hablaba, interrogó con los ojos a sus hermanas.<br />

—Sí, por nosotras queda la fuga, como dice mi hermana, general; y como no creo que le<br />

caiga mal llevar un poco de bastimento, yo se lo voy a preparar.<br />

Y a las palabras de la mediana, a quien hasta el dolor de muelas se le espantó del susto,<br />

agregó la menor:<br />

—Y como aquí con nosotras va a pasar todo el día, yo me quedo con él para platicarle y<br />

que no esté tan triste.<br />

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