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ASTURIAS MIGUEL ANGEL. Senor Presidente

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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />

E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />

En la mitad de la habitación ocupada por la fonda, frente a la estantería, altar de botellas<br />

de todos colores, esperaban Cara de Ángel, la Masacuata y las vecinas, sin chistar palabra,<br />

consultándose temores y esperanzas con los ojos, respirando a compás lento, orquesta de<br />

resuellos oprimidos por la idea de la muerte. La puerta medio entornada dejaba ver en las<br />

calles luminosas el templo de la Merced, parte del atrio, las casas y a los pocos transeúntes que<br />

por allí pasaban. Cara de Ángel sufría al ver a esas gentes que iban y venían sin importarles<br />

que Camila se estuviera muriendo; arenas gruesas en cernidor de sol fino; sombras con<br />

sentido común; absurdo contrasentido de los cinco sentidos; fábricas ambulantes de<br />

excremento...<br />

Por el silencio arrastraba cadenitas de palabras la voz del confesor. La enferma tosió. El<br />

aire rompía los tamborcitos de sus pulmones.<br />

—Me acuso, Padre, de todos los pecados veniales y mortales que he cometido y que no<br />

recuerdo.<br />

Los latines de la absolución, la precipitada fuga del Demonio y los pasos del Ángel que,<br />

como una luz, se acercaba de nuevo a Camila con las alas blancas y calientes, sacaron al<br />

favorito de su cólera contra los transeúntes, de su odio inexplicable por todo lo que no<br />

participaba de su pena, odio infantil, teñido de ternura, y le hicieron concebir —la gracia<br />

llega por ocultos caminos— el propósito de salvar a un hombre que estaba en gravísimo<br />

peligro de muerte; Dios, en cambio, tal vez le daba la vida de Camila, lo que, según la ciencia,<br />

ya era imposible.<br />

El cura se marchó sin hacer ruido; se detuvo en la puerta a encender un cigarrillo de tuza<br />

y a recogerse la sotana, que en la calle era ley que la llevasen oculta bajo la capa. Parecía un<br />

hombre de ceniza dulce. Andaba en lenguas que una muerta lo llamó para que la confesara.<br />

Tras él salieron las vecinas currutacas y Cara de Ángel, que corría a realizar su propósito.<br />

El Callejón de Jesús, el Caballo Rubio y el Cartel de Caballería. Aquí preguntó al oficial<br />

de guardia por el mayor Farfán. Se le dijo que esperara un momento y el cabo que fue a<br />

buscarlo, entró gritando:<br />

—¡Mayor Farfán!... ¡Mayor Farfán!...<br />

La voz se extinguía en el enorme patio sin respuesta. Un temblor de sonidos contestaba en<br />

los aleros de las casas lejanas:... ¡Yor fán fán!... ¡Yor fán fán!...<br />

El favorito quedóse a pocos pasos de la puerta, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.<br />

Perros y zopilotes disputábanse el cadáver de un gato a media calle, frente al comandante que,<br />

asomado a una ventana de rejas de hierro, se divertía con aquella lucha encarnizada,<br />

atusándose las guías del bigote. Dos señoras bebían fresco de súchiles en una tiendecita llena<br />

de moscas. De la casa vecina, pasando un portón, salían cinco niños vestidos de marineros,<br />

seguidos de un señor pálido como matasano y de una señora embarazada (papá y mamá). Un<br />

hachador de carne pesaba entre los niños encendiendo un cigarrillo; llevaba el traje<br />

ensangrentado, las mangas de la camisa arremangadas, y junto al corazón, el hacha filuda.<br />

Los soldados entraban y salían. En las losas del zaguán se marcaba una serpiente de huellas<br />

de pies descalzos y húmedos, que se perdían en el patio. Las llaves del cuartel tintineaban en el<br />

arma del centinela parado cerca del oficial de guardia, que ocupaba una silla de hierro en<br />

medio de un círculo de salivazos.<br />

Con paso de venadito aproximóse al oficial una mujer de piel cobriza, curtida por el sol y<br />

encanecida y arrugada por los años, y, subiéndose el rebozo de hilo, para hablar con la cabeza<br />

cubierta en señal de respeto, suplicó:<br />

—Va a dispensar, mi señor, si por vida suyita le pido que me dé su permiso para hablar<br />

con mi hijo. La Virgen se lo va a agradecer.<br />

El oficial lanzó un chorro de saliva hediendo a tabaco y dientes podridos, antes de<br />

responder.<br />

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