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M i g u e l Á n g e l A s t u r i a s<br />
E l s e ñ o r p r e s i d e n t e<br />
—¡Quítese mejor ésta su porquería! —insinuó la Marrana a la oreja de Farfán. Y sin<br />
esperar respuesta —para luego es tarde— le desenganchó la espada del arnés y se la dio al<br />
cantinero.<br />
Un ferrocarril de gritos pasó corriendo, atravesó los túneles de todos los oídos y siguió<br />
corriendo...<br />
Las parejas bailaban al compás y al descompás con movimientos de animales de dos<br />
cabezas. Tocaba el piano un hombre pintarrajeado como mujer. Al piano y a él le faltaban<br />
algunos marfiles. «Soy mico, remico y plomoso», respondía a los que le preguntaban por qué<br />
se pintaba, agregando para quedar bien: «Me llaman Pepe los amigos y Violeta los<br />
muchachos. Uso camisa deshonesta, sin ser jugador de tenis, para lucir los pechos de<br />
cucurrucú, monóculo por elegancia y levita por distracción. Los polvos —¡ay, qué mal<br />
hablado!— y el colorete me sirven para disimular las picaduras de viruela que tengo en la<br />
cara, pues han de estar y estarán que la maligna conmigo jugó confeti... ¡Ay, no les hago caso,<br />
porque estoy con mi costumbre!»<br />
Un ferrocarril de gritos pasó corriendo. Bajo sus ruedas triturantes, entre sus émbolos y<br />
piñones, se revolcaba una mujer ebria, blanda, lívida, color de afrecho, apretándose las manos<br />
en las ingles, despintándose las mejillas y la boca con el llanto.<br />
—¡Ay, mis o... vaaaAAArios! ¡Ay mis ovAAArios! ¡Ay, mis o ... vaaaAAAAAArios! ¡Mis<br />
ovarios! ¡Ay... mis ovarios! ¡Ay...!<br />
Sólo los borrachos no se acercaron al grupo de los que corrían a ver qué pasaba. En la<br />
confusión, los casados preguntaban si estaba herida para marcharse antes que entrara la<br />
policía, y los demás, tomando las cosas menos a la tremenda, corrían de un punto a otro por el<br />
gusto de dar contra los compañeros. Cada vez era más grande el grupo alrededor de la mujer,<br />
que se sacudía interminablemente con los ojos en blanco y la lengua fuera. En lo agudo de la<br />
crisis se le escapó la dentadura postiza. Fue el delirio, la locura entre los espectadores. Una<br />
sola carcajada saludó el rápido deslizarse de los dientes por el piso de cemento.<br />
Doña Chón puso fin al escándalo. Andaba por allá adentro y vino a la carrera como<br />
gallina esponjada que acude a sus polluelos cacareando; tomó de un brazo a la infeliz gritona<br />
y barrió con ella la casa hasta la cocina donde, con ayuda de la Calvario, la sepultaron en la<br />
carbonera, no sin que ésta le propinase algunos puntazos con el asador.<br />
Aprovechando la confusión, el viejo enamorado de la Marrana se la birló al mayor, que ya<br />
no veía de borracho.<br />
—¡Mipiorquería!, ¿verdá, mayor Farfán? —exclamó la Diente de Oro al volver de la<br />
cocina—. ¡Para hartarse y estar todo el día echada no le duelen los ovarios; es como si a la<br />
hora de la batalla resultara un militar con que le duelen...!<br />
Una risotada de ebrios ahogó su voz. Reían como escupiendo melcocha. Ella, mientras<br />
tanto, se volvió a decir al cantinero:<br />
—¡A esta mula escandalosa iba yo a sustituirla con la muchachona que traje ayer de la<br />
Casa Nueva! ¡Lástima que se me accidentó!...<br />
—¡Y bien güena que era...!<br />
—Yo ya le dije al licenciado que veya cómo se las arregla para que el Auditor me devuelva<br />
mi pisto... No es así, no más, que se va a quedar con esos diez mil pesos ese hijo de puta... Así,<br />
papo...<br />
—¡Por usté, pues!... ¡Porque lo que es ese likcencioso me tengo sabido que es un<br />
relágrima!<br />
—¡Como todo santulón!<br />
—¡Puesss... y de ajuste likcencioso, figúrese usté!<br />
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