fun f c La te rançaise texto por LEONOR CARNICER • Imágenes por w w w.pullmaneditions.com Francia ha sido desde hace siglos un icono de moda y en lo que respecta a destinos vacacionales no podía quedarse atrás. Tanto la Riviera francesa como la costa de Normandía supieron atraer a lo más granado de la beautiful people de la época, fascinados por la llamada irresistible del mar. Allí se daban cita aristócratas, intelectuales, artistas y bons vivants buscando el descanso y la diversión de un ambiente exclusivo, en el que se mezclaban el lujo de los casinos con la magnificencia de las villas. Pura inspiración para escritores y creadores que convirtieron la Costa Azul y la Côte Fleurie en escenario inolvidable de sus obras. www.spend-in.com SPEND IN•43
fun Afinales del siglo XIX, y tras la llegada de la industrialización, las ciudades se hicieron cada vez más bulliciosas y caóticas, así que los urbanitas parisinos decidieron alejarse del mundanal ruido y retirarse a descansar en lugares más placenteros y saludables, especialmente al borde del mar. De la noche a la mañana, algunos pueblecitos de la costa normanda como Cabourg, Deauville o Trouville se hicieron famosos y prosperaron con la llegada de la alta sociedad internacional, que acudía a los casinos más elegantes y se dejaba ver por los paseos marítimos más cosmopolitas. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, los franceses, y con ellos el resto del mundo, descubrieron la Costa Azul. El calor del Mediterráneo desbancó por completo a los fríos territorios normandos. Niza, Cannes, Saint Tropez y Montecarlo se impusieron en la batalla turística por la exclusividad vacacional. La Côte Fleurie Seguramente el Norte de Francia no cuenta con un clima tan agradable y cálido como el del mar Mediterráneo, pero es innegable que el encanto de las costas de Normandía y el verde de sus campos atrajeron a numerosos visitantes, aristócratas y bohemios que deseaban alejarse de la vorágine de las grandes urbes. La denominada Côte Fleurie hace referencia a los verdes y floridos campos que adornan la costa de la baja Normandía, frente al Canal de la Mancha. Al borde del mar se suceden los pueblecitos con encanto como Honfleur, Deauville, Trouville, Tourgéville, Cap d’Antibes, Beaulieu sur Mer o Cabourg. En los tiempos de Marcel Proust, el folleto que publicitaba el Grand Hotel de Cabourg para atraer visitantes no sólo hablaba de las excelencias de su restaurante y la beldad de los jardines del Casino, sino de “las leyes de Su Majestad la Moda, que no pueden violarse impunemente sin pasar por un beocio”. Así de exquisitos eran los veraneantes del Cabourg de la Belle Époque que describió Proust en su obra ‘En busca del tiempo perdido’. Durante los veranos de 1907 a 1914, el escritor francés se refugió en la buhardilla del Grand Hotel para vislumbrar, a través de los ojos de buey, el paseo marítimo por el que deambulaban “las muchachas en flor” y el mar. Proust buscaba en ese océano Atlántico los efectos de luz que narraba Baudelaire y pintó Whistler, que día tras día cambiaban, y, como él mismo decía, nunca se repetían, “porque cada uno de estos mares no estaba allí más de un día. Al día siguiente ya había otro, muchas veces parecido. Pero nunca vi el mismo dos veces”. Cabourg, en la ficción Balbec, se convirtió con el tiempo en el símbolo de una época en la que, como la famosa Magdalena de Proust, evocaba el recuerdo que todavía permanece en los sentidos para reconstruir el “edificio inmenso de la memoria”. Durante el periodo de entre guerras, Deauville desbancó definitivamente a Cabourg como lugar de veraneo a la moda, pero su “descubrimiento” como lugar de recreo se remontaba a la mitad del siglo XIX. Deauville era un pueblecito pesquero con mucho encanto conocido por sus excelentes caballos, pero gracias a una carta del Duque de Morny, empezó a adquirir una cierta popularidad, puesto que el aristócrata lo describió como “un lugar calmado, de calles desiertas, que forma con Trouville, animada y ruidosa, un contraste absoluto. Pero esta falta de vida es sólo aparente, ya que los deliciosos jardines que la rodean están cuidados con un mimo que no podría ser más refinado”. La llegada del emperador Napoleón III hacia 1860 puso de moda Deauville y atrajo a numerosos especuladores urbanísticos que se encargaron de asentar en sus vacaciones a la corte imperial francesa y a la creciente alta burguesía parisina. Con la implantación del ferrocarril en 1865 la transformación fue total, ya que permitió una conexión directa con París en menos de seis horas. Los turistas fueron llegando y poco a poco la ciudad cambió ostensiblemente: se construyó un hipódromo para acoger las cada vez más populares carreras de caballos y un pequeño casino. En menos de tres años se edificaron más de 40 villas y palacios en los alrededores, numerosos alojamientos de recreo, el Gran Hotel, el complejo de hidroterapia ‘La Terrasse’ y un paseo marítimo de casi dos kilómetros de largo. Una broma muy popular entre los vecinos decía que los burgueses acomodados podían mantener a su mujer en Deauville y a su amante en Trouville, haciendo referencia a los diferentes estatus socioeconómicos entre los dos pueblos costeros. Mientras que Trouville permaneció como una pequeña y alegre localidad pesquera de clase trabajadora, Deauville se convirtió en un lugar floreciente y cosmopolita. De hecho, el escritor norteamericano Scott Fitgerald ambientó la luna de miel de los personajes de ‘El gran Gatsby’ en esta localidad. Con la llegada del siglo XX se amplió el hipódromo y más de 60 yates de recreo ingleses y franceses atracaron en sus muelles. Durante este próspero periodo muchas boutiques de lujo decidieron abrir sus puertas en las calles de Deauville, entre ellas, la primera tienda de Coco Chanel que supuso el despegue de Tras las II Guerra Mundial las playas de Normandía perdieron importancia frente a la Costa Azul, que se consolidó como destino de moda para los veraneantes de la jet-set su carrera en el mundo de la moda. Otras muchas boutiques parisinas se sumaron a ella y decidieron que valía la pena establecerse en este nuevo resort normando. Algunas de las familias adineradas que disfrutaron de la calidez de esta costa fueron los millonarios Rothschild, que poseían una residencia cercana a la localidad; o el de la pareja formada por la heredera naviera griega y criadora de caballos Christina Goulandris y su marido, el magnate irlandés Tony O’Reilly, que actualmente poseen un chateau que, según se dice, está erigido en el mismo terreno desde el que Guillermo el Conquistador planeaba invadir <strong>In</strong>glaterra. También el diseñador francés Yves Saint Laurent fue propietario de una mansión en Deauville, la cual decoró con obras de Picasso, Cocteau, Braque y Christian Bérard y compartió con numerosos bulldogs franceses, todos de nombre Moujik. Côte d‘Azur Tras la Segunda Guerra mundial la Costa Azul se convirtió en la nueva zona de veraneo de los artistas, los actores de cine, los espíritus libres y la beautiful people en general que rodeaba del esplendor de los casinos más lujosos, los automóviles más modernos y los estilismos más chic. Durante las noches de verano, la Grande Bleue (así llaman los franceses al Mare Nostrum) sirvió de marco excepcional para las celebraciones más exclusivas y elegantes, pero también fue una inspiración para muchos aristas que convirtieron la Riviera en escenario de un 44• SPEND IN www.spend-in.com