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—Para dejar de escuchar las voces en nuestra cabeza —dijo el chico frente a Cath. Tenía cabello corto y oscuro que llegaba a un punto moreno en la parte posterior de su cuello. Para parar, pensó Cath. Para dejar de ser cualquier cosa o estar en cualquier lugar en absoluto. —Para dejar nuestra marca —dijo Mia Farrow—. Para crear algo que nos sobrevivirá. El chico frente a Cath habló de nuevo: —Reproducción asexual. Cath se imaginó a sí misma en su laptop. Trataba de poner en palabras cómo se sentía, qué sucedía cuando estaba bien, cuando funcionaba, cuando las palabras salían antes de que ella supiera qué significaban, burbujeando desde su pecho, como una rima, como el rap, como saltar la cuerda, pensó, saltando justo antes de que la cuerda golpee tus tobillos. —Para compartir algo real —dijo otra chica. Otro par de Ray-Bans. Cath negó con la cabeza. —¿Por qué escribimos ficción? —preguntó la profesora Piper. Cath bajó la mirada a su cuaderno. Para desaparecer. 28 Estaba tan concentrado —y frustrado— que ni siquiera vió a la chica de cabello rojo sentarse a su mesa. Llevaba trenzas y anteojos puntiagudos pasados de moda, del tipo que usarías para un vestido de fiesta elegante si estuvieras yendo como una bruja. —Vas a agotarte —dijo la chica. —Sólo estoy tratando de hacer esto bien —gruñó Simon, golpeteando la moneda de dos peniques de nuevo con su varita y frunciendo el ceño dolorosamente. Nada pasó. —Así —dijo ella, agitando su mano cuidadosamente sobre la moneda. No tenía una varita, pero usaba un gran anillo morado. Había hilo envolviéndolo para mantenerlo en su dedo. —Vuela lejos a casa.

Con una sacudida, a la moneda le crecieron seis piernas y un tórax y comenzó a escabullirse. La chica la recogió amablemente del escritorio y la metió en tarro. —¿Cómo hiciste eso? —preguntó Simon. Ella era de primer año, justo como él; podía decirlo por el escudo verde en la parte frontal de su jersey. —Tú no haces magia —dijo, tratando de sonreír modestamente y mayormente tuvo éxito—. Tú eres magia. Simon miró a la pequeña chica pájaro. —Soy Penelope Bunce —dijo la chica, extendiendo su mano. —Soy Simon Snow —dijo, tomándola. —Lo sé —dijo Penelope, y sonrió. 29 —Del capítulo 8, Simon Snow y el Heredero del Mago, Copyright © 2001 by Gemma T. Leslie.

—Para dejar de escuchar las voces en nuestra cabeza —dijo el chico<br />

frente a Cath. Tenía cabello corto y oscuro que llegaba a un punto<br />

moreno en la parte posterior de su cuello.<br />

Para parar, pensó Cath.<br />

Para dejar de ser cualquier cosa o estar en cualquier lugar en<br />

absoluto.<br />

—Para dejar nuestra marca —dijo Mia Farrow—. Para crear algo que<br />

nos sobrevivirá.<br />

El chico frente a Cath habló de nuevo: —Reproducción asexual.<br />

Cath se imaginó a sí misma en su laptop. Trataba de poner en<br />

palabras cómo se sentía, qué sucedía cuando estaba bien, cuando<br />

funcionaba, cuando las palabras salían antes de que ella supiera qué<br />

significaban, burbujeando desde su pecho, como una rima, como el rap,<br />

como saltar la cuerda, pensó, saltando justo antes de que la cuerda<br />

golpee tus tobillos.<br />

—Para compartir algo real —dijo otra chica. Otro par de Ray-Bans.<br />

Cath negó con la cabeza.<br />

—¿Por qué escribimos ficción? —preguntó la profesora Piper.<br />

Cath bajó la mirada a su cuaderno.<br />

Para desaparecer.<br />

28<br />

Estaba tan concentrado —y frustrado— que ni siquiera vió a la chica<br />

de cabello rojo sentarse a su mesa. Llevaba trenzas y anteojos<br />

puntiagudos pasados de moda, del tipo que usarías para un vestido de<br />

fiesta elegante si estuvieras yendo como una bruja.<br />

—Vas a agotarte —dijo la chica.<br />

—Sólo estoy tratando de hacer esto bien —gruñó Simon,<br />

golpeteando la moneda de dos peniques de nuevo con su varita y<br />

frunciendo el ceño dolorosamente. Nada pasó.<br />

—Así —dijo ella, agitando su mano cuidadosamente sobre la<br />

moneda.<br />

No tenía una varita, pero usaba un gran anillo morado. Había hilo<br />

envolviéndolo para mantenerlo en su dedo. —Vuela lejos a casa.

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