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Baz siquiera se molestaría en traer ayuda. Probablemente ni siquiera importaba; nadie llegaría allí a tiempo. Simon blandió la espada en dirección al conejo, cortó, y el animal retiró la pata como si se hubiera clavado una espina. Entonces la bestia se levantó sobre sus patas traseras, prácticamente gritando. Simon se puso de pie… y vio un ovillo después de que la bola de fuego alcanzara el pelaje blanco del conejo. —¡Roedor sucio y sangriento! —estaba gritando Baz—. Se suponía que serías un protector. Un amuleto de la buena suerte. No un jodido monstruo. Pensar que yo solía hacerte tortas y quemar incienso… ¡Reclamo mis pasteles! —Dile —dijo Simon. —Callate, Snow. Tú tienes una varita y una espada, ¿y así eliges mover tu inútil lengua hacia mí? Simon volvió a apuntar al conejo con su espada. En una pelea, siempre elegiría la espada sobre la varita. En medio de las bolas de fuego mágico, Baz estaba intentando hechizos de parálisis y dolorosas maldiciones. Nada sino el fuego parecía hacer la diferencia. La espada estaba trabajando —Simon podía lastimar al conejo— pero no lo suficiente. Fácilmente podría estar rasguñándolo con una aguja de coser. —¡Creo que es inmune a la magia! —gritó Baz, justo cuando el conejo cargó contra él. Simon recorrió la espalda del conejo e intento hundir su espada a través del denso pelaje en su pescuezo. La hoja se deslizó por su piel sin atravesarla. Baz también se puso en marcha, lanzando su varita a un lado y saltando sobre el pecho del conejo. El animal se revolvió y Simon cogió su cuello para luego sostenerlo. Captó vistazos de Baz a través del frenesí de pieles y colmillos. El conejo se retorcía hacia Baz con sus dientes, y este lo sostenía de su larga oreja, golpeándole la nariz con el brazo. Entonces la cabeza de Baz desapareció en la piel del conejo. La próxima vez que Simon lo volvió a ver, el rostro del otro chico estaba teñido de rojo con sangre. —¡Baz! —Simon perdió su agarre, y el conejo lo lanzó a través de la habitación. Aterrizó en el anillo de futones y trató de girar con el impacto. Cuando se levantó nuevamente, vio que el conejo estaba agitándose sobre su espalda, las cuatro patas rasgando en el aire. Baz se recostó en su 256

estómago, como si estuviera abrazando a un gigante animal de peluche. El blanco pelaje alrededor de su cabeza era un desastre sangriento. —No —susurró Simon—. ¡Baz! ¡No! —Corrió hacia el conejo, sosteniendo la espada con ambas manos sobre su cabeza, luego la hundió con toda su fuerza dentro de un ojo rojo. El conejo colapsó, totalmente inerte, una pata cayendo a un fuego. —Baz —graznó Simon, tirando del brazo del otro chico. El esperaba que Baz estuviera inerte también, pero no podía moverlo. Simon lo intentó de nuevo, enterrando los dedos en el delgado hombro de Baz. Baz extendió la mano hacia atrás y lo empujó. Simon cayó al suelo, confundido. Ahí fue cuando se dio cuenta de que Baz estaba presionando su rostro en el cuello del conejo. Asistiéndolo. Había tajos a lo largo de la garganta y oreja de la liebre, más profundos que cualquier cosa que Simon hubiera hecho con su espada. Baz encogió las rodillas contra el pecho del conejo y lo empujó con las gigantes fauces hacia un lado, enterrando la cabeza más profundamente en la sangre de su cuello. —Baz —susurró Simon, poniéndose lentamente de pie. Durante un momento, durante unos momentos, solo observó. Finalmente Baz parecía haber terminado. Él tiró el conejo y se quedó allí, con la espalda hacia Simon. Simon observó mientras Baz alcanzaba la espada del Mago y la sacaba deslizándola sangrientamente del ojo de la bestia. Entonces Baz giró, echando los hombros hacia atrás y levantando el mentón en el aire. Su rostro, su frente entera, su corbata del colegio y su camisa blanca estaban empapados en sangre. Goteaba de su nariz y su mentón, y ya estaba acumulándose debajo de la mano que sostenía la espada. Mucha sangre. Tan mojado como si acabara de salir del baño. Baz lanzó la espada y cayó a los pies de Simon. Luego se frotó la boca y los ojos con la manga. Eso solo esparció la sangre, no la limpió. Simon no sabía qué decir. Cómo responder a esto. Toda esta sangrienta información. Cogió la espada y la limpió en su capa. —¿Estás bien? —Baz se lamió los labios como si estuvieran secos, Simon pensó y asintió. —Bien —dijo Simon, y se dio cuenta de que lo decía en serio. Cath dejó de leer. Los ojos de Levi estaban abiertos. Estaba observándola. Su boca estaba cerrada, pero no apretada y lucía casi emocionado. —¿Es ese el final? —preguntó. 257

Baz siquiera se molestaría en traer ayuda. Probablemente ni siquiera<br />

importaba; nadie llegaría allí a tiempo. Simon blandió la espada en<br />

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prácticamente gritando.<br />

Simon se puso de pie… y vio un ovillo después de que la bola de<br />

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—¡Roedor sucio y sangriento! —estaba gritando Baz—. Se suponía<br />

que serías un protector. Un amuleto de la buena suerte. No un jodido<br />

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—Dile —dijo Simon.<br />

—Callate, Snow. Tú tienes una varita y una espada, ¿y así eliges<br />

mover tu inútil lengua hacia mí?<br />

Simon volvió a apuntar al conejo con su espada. En una pelea,<br />

siempre elegiría la espada sobre la varita.<br />

En medio de las bolas de fuego mágico, Baz estaba intentando<br />

hechizos de parálisis y dolorosas maldiciones. Nada sino el fuego parecía<br />

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La espada estaba trabajando —Simon podía lastimar al conejo—<br />

pero no lo suficiente. Fácilmente podría estar rasguñándolo con una aguja<br />

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—¡Creo que es inmune a la magia! —gritó Baz, justo cuando el<br />

conejo cargó contra él.<br />

Simon recorrió la espalda del conejo e intento hundir su espada a<br />

través del denso pelaje en su pescuezo. La hoja se deslizó por su piel sin<br />

atravesarla.<br />

Baz también se puso en marcha, lanzando su varita a un lado y<br />

saltando sobre el pecho del conejo. El animal se revolvió y Simon cogió su<br />

cuello para luego sostenerlo. Captó vistazos de Baz a través del frenesí de<br />

pieles y colmillos. El conejo se retorcía hacia Baz con sus dientes, y este lo<br />

sostenía de su larga oreja, golpeándole la nariz con el brazo. Entonces la<br />

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Simon lo volvió a ver, el rostro del otro chico estaba teñido de rojo con<br />

sangre.<br />

—¡Baz! —Simon perdió su agarre, y el conejo lo lanzó a través de la<br />

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Cuando se levantó nuevamente, vio que el conejo estaba agitándose<br />

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