"Pensar Hispanoamérica: El inicio", artículo del ... - Los Tiempos

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01.07.2014 Views

Pensar Hispanoamérica: El inicio Fernando Molina Las principales contribuciones de Hispanoamérica al pensamiento mundial son las del inicio, aquellas que resultaron de su conformación histórica. Aunque de Hispania habían salido figuras descollantes como Séneca e Isidoro de Sevilla, y España había tenido a Alfonso el Sabio, quien inició una tradición literaria y científica que el mismo año del viaje de Colón daría a luz la “Gramática” de Nebrija, ninguno de estos antecedentes puede compararse con lo que este viaje provocaría en la conciencia europea. Los descubridores navegaron en pos de reinos de los que tenían pocas referencias reales, pero sobre los que habían fabulado por siglos. Se toparon con los paisajes americanos, que en su grandiosidad resultaban en sí mismos “ideales”, es decir, como sacados de su imaginación. Concluyeron entonces que los sueños concebidos por su cultura se habían hecho realidad, que había un lugar en la Tierra en el que las criaturas mentales de sus letrados estaban provistas de corporalidad. El anuncio que de ello hicieron al mundo conmocionó a sus clases intelectuales y, por lenta decantación, cambió la cosmovisión europea. Al oeste había un lugar en que los ríos eran tales que merecerían nombres como “Madre de Dios”; donde era posible, adentrándose en unas selvas densas y calurosas como los delirios de un afiebrado o trasponiendo montañas altas como nunca antes se vio, encontrar un rosario de maravillas: fuentes de la juventud, ciudades de oro o esmeraldas, tierras sin carestía, tribus que vivían en absoluta desnudez y pureza. El espacio donde era posible situar geográficamente a California, el país de las amazonas. Por muy efímera e insustancial que fuera cada una de ellas, estas ideas en conjunto crearon el hábito de pensar en América como la tierra de promisión, el lugar donde se haría efectivo el proyecto de una nueva humanidad. En los siguientes siglos este nuevo mundo comprobaría su feracidad: sería pródigo en “frutos naturales” y planes de reforma social. Algunos de éstos fueron teóricos, como las utopías de los pensadores del siglo XVI, que se inspiraron en los informes de los cronistas americanos. Otros, en cambio, eran prácticos: el perfectamente detallado ordenamiento colonial de América, que fue el primer diseño racional de una sociedad histórica; y el también inédito comunismo teocrático que pusieron en marcha los jesuitas en las misiones de Paraguay y Moxos. Estos experimentos, en tanto precoces anticipaciones de los que ejecutarían siglos después jacobinos, bolcheviques y fascistas, marcaron el inicio de una de las corrientes fundamentales y más prolongadas del pensamiento occidental: la “política de la fe” en la aptitud de una organización generada por la razón para lograr la felicidad colectiva.

<strong>Pensar</strong> Hispanoamérica: <strong>El</strong> inicio<br />

Fernando Molina<br />

Las principales contribuciones de Hispanoamérica al pensamiento mundial son las <strong>del</strong> inicio,<br />

aquellas que resultaron de su conformación histórica. Aunque de Hispania habían salido figuras<br />

descollantes como Séneca e Isidoro de Sevilla, y España había tenido a Alfonso el Sabio, quien<br />

inició una tradición literaria y científica que el mismo año <strong>del</strong> viaje de Colón daría a luz la<br />

“Gramática” de Nebrija, ninguno de estos antecedentes puede compararse con lo que este viaje<br />

provocaría en la conciencia europea.<br />

<strong>Los</strong> descubridores navegaron en pos de reinos de los que tenían pocas referencias reales, pero<br />

sobre los que habían fabulado por siglos. Se toparon con los paisajes americanos, que en su<br />

grandiosidad resultaban en sí mismos “ideales”, es decir, como sacados de su imaginación.<br />

Concluyeron entonces que los sueños concebidos por su cultura se habían hecho realidad, que<br />

había un lugar en la Tierra en el que las criaturas mentales de sus letrados estaban provistas de<br />

corporalidad.<br />

<strong>El</strong> anuncio que de ello hicieron al mundo conmocionó a sus clases intelectuales y, por lenta<br />

decantación, cambió la cosmovisión europea. Al oeste había un lugar en que los ríos eran tales que<br />

merecerían nombres como “Madre de Dios”; donde era posible, adentrándose en unas selvas<br />

densas y calurosas como los <strong>del</strong>irios de un afiebrado o trasponiendo montañas altas como nunca<br />

antes se vio, encontrar un rosario de maravillas: fuentes de la juventud, ciudades de oro o<br />

esmeraldas, tierras sin carestía, tribus que vivían en absoluta desnudez y pureza. <strong>El</strong> espacio donde<br />

era posible situar geográficamente a California, el país de las amazonas.<br />

Por muy efímera e insustancial que fuera cada una de ellas, estas ideas en conjunto crearon el<br />

hábito de pensar en América como la tierra de promisión, el lugar donde se haría efectivo el<br />

proyecto de una nueva humanidad.<br />

En los siguientes siglos este nuevo mundo comprobaría su feracidad: sería pródigo en “frutos<br />

naturales” y planes de reforma social. Algunos de éstos fueron teóricos, como las utopías de los<br />

pensadores <strong>del</strong> siglo XVI, que se inspiraron en los informes de los cronistas americanos. Otros, en<br />

cambio, eran prácticos: el perfectamente detallado ordenamiento colonial de América, que fue el<br />

primer diseño racional de una sociedad histórica; y el también inédito comunismo teocrático que<br />

pusieron en marcha los jesuitas en las misiones de Paraguay y Moxos.<br />

Estos experimentos, en tanto precoces anticipaciones de los que ejecutarían siglos después<br />

jacobinos, bolcheviques y fascistas, marcaron el inicio de una de las corrientes fundamentales y<br />

más prolongadas <strong>del</strong> pensamiento occidental: la “política de la fe” en la aptitud de una<br />

organización generada por la razón para lograr la felicidad colectiva.


De este modo la colonización de América originó una tendencia que después, circularmente,<br />

terminaría inspirando los movimientos políticos americanos. Dice Uslar Pietri que América le<br />

ofreció al mundo la idea de que es posible ser feliz en la tierra, con toda la potencia política que tal<br />

visión tiene. Y luego (añadamos) se hizo adicta a ella.<br />

Junto con lo bueno que implica esta renovada confianza en las propias fuerzas vino también lo<br />

malo: la megalomanía. ¿No han engendrado siempre, los grandes proyectos de ingeniería social,<br />

catástrofes de dimensiones igualmente colosales?<br />

En cualquier caso, sólo por ignorancia o frivolidad es posible convertir el hecho hispanoamericano<br />

en un mero saqueo de recursos o en un simple genocidio. Fue esto, pero no sólo esto. Lo que no<br />

necesariamente implica que fuera más positivo. Pero sí más –muchísimo más– complejo.<br />

La mentalidad pragmática de los anglosajones les permitió colonizar parte de Asia y África de una<br />

forma puramente instrumental: sin la pretensión de crear nada nuevo. Buscaban incrementar su<br />

poder sobre obedientes y segregadas masas de súbditos. Un Garcilaso de la Vega, cronista<br />

descendiente de incas, o un Andrés de Santa Cruz, general descendiente de incas, o un Vicente<br />

Pazos Kanki, cura y periodista aymara, todos ellos leales a la Corona española en algún momento<br />

de sus vidas, no encuentran parangón en el contexto de la colonización anglosajona.<br />

<strong>Los</strong> españoles fueron mucho más ambiciosos. Además de oro, la plata y las especias, pretendieron<br />

expandir el reino de Dios, pastorear hombres, darle carnalidad a las utopías, encontrar los sitios<br />

legendarios y, sobre todo, refundar España en los nuevos territorios, mediante una vastísima<br />

operación que dio origen al Derecho y la administración de Indias y a las principales ciudades<br />

latinoamericanas, de México a Buenos Aires. Al hacerlo y por tener que hacerlo valoraron de otra<br />

manera (no menos cruel, pero sí más comprometida) las culturas que se les enfrentaban activa o<br />

pasivamente, y por eso terminaron mestizándose intensamente con ellas.<br />

Hubo más sangre (literal y metafóricamente hablando) en esta forma de proceder que en la otra.<br />

Pero con lo malo también vino lo bueno. No solo los utopistas y sus descendientes sacaron<br />

conclusiones teóricas <strong>del</strong> descubrimiento de la anomalía americana. Y tampoco, pese a lo que<br />

suele creerse, no sólo los europeos “no españoles” contribuyeron a la modernización ideológica<br />

que provocó el 12 de octubre de 1492. Un precedente poco recordado en el ámbito<br />

latinoamericano es el de la Escuela de Salamanca, compuesta por brillantes jesuitas españoles que<br />

además de registrar el prodigio, derivaron importantes conclusiones de él. Observando a los<br />

indígenas, que para algunos estaban situados en la mitológica “edad de oro”, así como la conducta<br />

de sus propios compatriotas, llegaron a la conclusión de que conocer a Jesús no bastaba para<br />

actuar rectamente, y que desconocerlo no obligaba a la maldad. Pusieron así el primer escalón que<br />

conduciría a la ética moderna, basada en la capacidad individual de decidir y no en una influencia<br />

sobrenatural llamada “gracia” (en la que, en cambio, los protestantes creían ciegamente).


Véase aquí otra contribución <strong>del</strong> encuentro entre españoles e indígenas: tan estupenda como el<br />

barroco y tan importante como el utopismo. Por cierto, es exactamente lo contrario de éste<br />

último. Así es Hispanoamérica: simultánea ilusión y desencanto, al mismo tiempo el veneno y su<br />

antídoto.<br />

Artículo publicado en el suplemento Ideas de Página Siete el 28 de agosto de 2011

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