Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl
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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />
Don Mario Roso de Luna<br />
aparición de <strong>la</strong>s formas manifestadas no es sino <strong>la</strong> entropia o "<strong>la</strong> muerte temporal" de <strong>la</strong>s<br />
energías inteligentes, de <strong>la</strong>s <strong>que</strong> aquél<strong>la</strong>s son meras "cristalizaciones" o "encarce<strong>la</strong>mientos".<br />
Si no recordásemos nuestros días anteriores, amén de <strong>la</strong> natural consecuencia lógica de<br />
esperar simétricamente otros días sucesivos, ese naturalísimo momento del dormir cotidiano<br />
llegaría a ser temido por nosotros de <strong>la</strong> manera como hoy tenemos a esotro momento<br />
solemnísimo del dormir eterno. Por eso, <strong>la</strong>s últimas pa<strong>la</strong>bras de lord Byron, al cerrar el ciclo<br />
de su accidentada existencia, parece <strong>que</strong> fueron un "¡ahora, a descansar!", de igual<br />
confianza en el después como <strong>la</strong> <strong>que</strong> mostramos nosotros a diario al cerrar nuestras<br />
fatigosas <strong>la</strong>bores del día.<br />
y si se examinan una a una igualmente <strong>la</strong>s frases de otros hombres célebres <strong>que</strong> nos ha<br />
conservado <strong>la</strong> Historia, no encontraremos en verdad otra cosa sino <strong>la</strong> idea de continuidad en<br />
esta o en a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> forma, ni más ni menos <strong>que</strong> <strong>la</strong> <strong>que</strong> tenemos siempre con fiadamente al<br />
tiempo de dormimos: "¡Ahora veo bril<strong>la</strong>r mi aurora!"<br />
dijo al morir el ciego poeta autor del Paraiso perdido. "¡Cuán hermoso es este S01l", exc<strong>la</strong>mó<br />
al amanecer en el otro mundo J. J. Rousseau, el apasionado amador de <strong>la</strong> Naturaleza, y<br />
Mozart, en igual trance, añadió, por su parte, como si en tal amanecer oyese el mejor de los<br />
carillones celestes o "campanas de <strong>la</strong> gloria" de nuestra leyenda de La Delgadina: "¡Dejadme<br />
oír esa música de consuelo tan inefable!"...<br />
"¡Luz, más luz"', gritó también en análogo trance Goethe, no pidiendo, por supuesto, luz en<br />
sus mortuorias tinieb<strong>la</strong>s, sino asombrándose de <strong>la</strong> creciente y celeste luz con <strong>que</strong> en el<br />
nuevo mundo de los muertos le amanecía. Y mientras <strong>que</strong> Dante, hab<strong>la</strong>ndo sin duda con<br />
a<strong>que</strong>llos mismos e invisibles. jinas <strong>que</strong> en vida le inspirasen <strong>la</strong> Divina Comedia, les decía al<br />
morir: "¡Venid, venid a mil", el gran Mahoma, oyendo <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada de uno de aquéllos, le<br />
contestaba a su vez: "¡Señor, Señor, he oído tu voz y hacia Ti me vut:lvo"', y ahora el Tasso,<br />
anticipándose al morir a a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> profundísima frase con <strong>la</strong> <strong>que</strong> Fenelón comienza su<br />
Telémaco, exc<strong>la</strong>maba asombrado al sentir <strong>la</strong> caricia de a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> realidad conso<strong>la</strong>dora: "¡Si no<br />
existiera <strong>la</strong> muerte, no habría en <strong>la</strong> Tierra un ser más desventurado <strong>que</strong> el hombre!"...<br />
¿A qué seguir por este camino de <strong>la</strong>s frases con <strong>que</strong> los grandes hombres han cerrado su<br />
<strong>la</strong>borioso ciclo de aquí abajo y abierto su glorioso ciclo de allá arriba? ¿A qué recordar<br />
también <strong>la</strong> sublime muerte o tránsito del Maestro Beethoven, como <strong>la</strong> de Simeón Ben Jocai y<br />
<strong>la</strong> de Isdubar, el Hea-bani caldeo, a <strong>la</strong> luz de un relámpago, bajo el estallido de horrísono<br />
trueno, e incorporándose en el lecho del dolor, con el brazo derecho en alto, para "dar<br />
solemnemente <strong>la</strong> entrada" a <strong>la</strong> invisible or<strong>que</strong>sta jina de los desencadenados elementos;<br />
or<strong>que</strong>sta ya escuchada también antaño con ocasión de su Sexta Sinfonía? ¿A qué recordar,<br />
en fin, a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> so<strong>la</strong>r l<strong>la</strong>mada jina, tan mal interpretada, del Varón de los Dolores, de "¡Heli,<br />
Heli, <strong>la</strong>cma sabactanil", con <strong>la</strong> <strong>que</strong> dió por consumado Su Sacrificio? o. Como todos los<br />
caminos van a Roma, un sabio francés, M. Varigny, se ha consagrado, por su parte, a<br />
estudiar de un modo, por decido así, experimental, el fenómeno de <strong>la</strong> muerte, tan vagamente<br />
definido, y su conclusión definitiva ha sido <strong>la</strong> de <strong>que</strong> <strong>la</strong> muerte no sólo es indolora siempre,<br />
sino <strong>que</strong> en ocasiones hasta resulta agradable, moral y materialmente. Aun<strong>que</strong> <strong>la</strong> frivolidad al<br />
uso pueda preguntarse cómo se ha podido llegar a saber semejante cosa, siendo así "<strong>que</strong> no<br />
hab<strong>la</strong>n los muertos", lo cierto es <strong>que</strong> como siempre, según <strong>la</strong> propia teoría de <strong>la</strong> Re<strong>la</strong>tividad,<br />
hay un camino para asaltar lo inaccesible. Varigny ha sabido encontrar este camino en el<br />
estudio detenido de a<strong>que</strong>llos casos límites de gentes, tales como los ahogados <strong>que</strong> han<br />
estado "a dos dedos de morir", como vulgarmente se dice, y <strong>que</strong> inevitablemente habrían<br />
muerto sin el oportuno auxilio, ya <strong>que</strong>, según <strong>la</strong> ciencia, desde <strong>que</strong> el hombre recibe un golpe<br />
mortal y pierde el conocimiento, <strong>la</strong> muerte existe. "El miedo a <strong>la</strong> muerte -dice también el sabio<br />
biólogo- no es sino un temor a lo desconocido."<br />
Tan cierto es este aserto, <strong>que</strong> nuestro amigo Ángel Guerra, el delicioso cronista, nos dice:<br />
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