Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl
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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />
Don Mario Roso de Luna<br />
"vulva" femenina, y en esto precisamente consistía <strong>la</strong> prueba primera de <strong>la</strong> fortaleza de<br />
cuerpo y de espíritu del candidato, quien, aprisionado del modo más congojosísimo entre<br />
a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s angosturas, sufría así <strong>la</strong> prueba de <strong>la</strong> tierra, prueba seguida bien pronto (Schuré,<br />
Los Grandes Iniciados; H. P. B., Isis sin Velo, etc.) de <strong>la</strong> prueba del agua, puesto <strong>que</strong> en<br />
ninguna de tales grutas solía faltar el <strong>la</strong>go subterráneo, <strong>la</strong>go en cuyas aguas, supiese nadar o<br />
no, tenía <strong>que</strong> <strong>la</strong>nzarse intrépidamente el candidato, cosa conservada también por todo el<br />
mito caballeresco, y recordada, en fin, por Cervantes en a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s frases del capítulo L, parte<br />
primera, re<strong>la</strong>tivas al caballero <strong>que</strong> para dar comienzo a su gran aventura tenía <strong>que</strong> echarse<br />
de cabeza a un <strong>la</strong>go pavoroso:<br />
"¿Hay mayor contento <strong>que</strong> ver como si dijéramos <strong>que</strong> aquí ahora se muestra de<strong>la</strong>nte de<br />
nosotros un gran <strong>la</strong>go de pez hirviendo a borbollones 172 , y andan nadando y cruzando por él<br />
muchas serpientes y dragones con otros animales feroces espantables, y <strong>que</strong> del medio del<br />
<strong>la</strong>go sale una voz tristísima <strong>que</strong> dice: "¡Tú, caballero, quienquiera <strong>que</strong> seas, <strong>que</strong> el temeroso<br />
<strong>la</strong>go estás mirando, si quieres alcanzar "el bien <strong>que</strong> tras estas negras aguas se encubre,<br />
muestra el valor de "tu fuerte pecho y arrójate en mitad de el<strong>la</strong>s!..., etc.?" Prueba <strong>que</strong>, una<br />
vez vencida por el candidato, le permitía llegar a los elíseos campos jinas de <strong>la</strong> iniciación <strong>que</strong><br />
venía luego, tras otros no menos pavorosos rigores.<br />
Tras <strong>la</strong>s pruebas de <strong>la</strong> tierra y del agua, venía <strong>la</strong> del aire, a <strong>la</strong> <strong>que</strong> novelescamente alude -<br />
por<strong>que</strong> otra cosa no podía hacer- nuestra Maestra H. P. B., en el capítulo X de Por <strong>la</strong>s grutas<br />
y selvas del lndostán, al describirnos sus aventuras y <strong>la</strong>s del coronel Olcott en el hipogeo de<br />
Bagh. especie de antro troglodítico, entre los ríos Vagrey y lima, el más adecuado para una<br />
prueba semejante, pues <strong>que</strong> de él nos dice <strong>la</strong> escritora:<br />
"Al modo de los demás hipogeos de <strong>la</strong> India, <strong>la</strong>s cavernas de Bagh están tal<strong>la</strong>das en el<br />
talud de <strong>la</strong> roca, cual si hubiese hecho ga<strong>la</strong> con ello de cuanto es capaz <strong>la</strong> tenacidad del<br />
hombre. Diríase <strong>que</strong> sus arquitectos-ascetas no se propusieron más fin <strong>que</strong> el de exasperar<br />
a los infelices mortales <strong>que</strong> contemp<strong>la</strong>sen <strong>la</strong>s para ellos casi inaccesibles moradas. Tanto<br />
<strong>que</strong>, para remontar hasta allí, tuvimos <strong>que</strong> empezar subiendo setenta y dos como escalones<br />
<strong>la</strong>brados en <strong>la</strong> roca. Pero, ¡cuán recompensados nos vimos luego <strong>que</strong> llegamos a <strong>la</strong> cima!<br />
Larga hilera de obscuras bocanas cuadradas, de unos seis pies de <strong>la</strong>do, se abrían<br />
misteriosas ante nuestros ojos, y, una vez dentro, <strong>que</strong>damos sobrecogidos ante <strong>la</strong> sombría<br />
grandiosidad del solitario templo. Tras <strong>la</strong> cuadrada p<strong>la</strong>taforma de <strong>la</strong> entrada se alzaba un<br />
pórtico, en el <strong>que</strong> se veía <strong>la</strong> imagen del elefante de Ganesha, y otra desmochada, imposible<br />
de identificar. Encendidas <strong>la</strong>s antorchas, penetramos resueltamente más adentro. Un frío y<br />
húmedo hálito de tumba nos envolvía; el eco de nuestras pa<strong>la</strong>bras se prolongaba más y más<br />
por el ámbito de a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s profundidades, hasta transformadas en extraños aullidos.<br />
Estremecidos, comenzamos a comunicarnos en voz baja nuestras impresiones, mientras <strong>que</strong><br />
mínimo <strong>que</strong> permite dar paso al cuerpo de un hombre medianamente corpulento.<br />
Como <strong>la</strong> vida es, se quiera o no, una continua iniciación en <strong>la</strong>s verdades y misterios de <strong>la</strong> Naturaleza, nosotros, ¿y quién<br />
no?, hemos experimentado a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s angustias al visitar, por ejemplo, esas petrificadas y fantásticas selvas del ayer, de <strong>la</strong>s<br />
capas carboníferas de <strong>la</strong>s minas. Véase <strong>la</strong> descripción de tales angustias <strong>que</strong> hacemos en el capítulo V, parte nI, de nuestra<br />
obra El tesoro de los <strong>la</strong>gos de Somiedo. Véanse también los rituales iniciáticas de todas <strong>la</strong>s antiguas y nuevas instituciones<br />
<strong>que</strong>, para el examen del candidato en su respectiva iniciación, emplean pruebas análogas, substituyendo <strong>la</strong> primitiva falta de<br />
luz del antro iniciático con el vendado de los ojos, el enmascaramiento, etc., etcétera, como no ignora ninguno de los<br />
muchos <strong>que</strong> han pasado por tales cosas.<br />
172 C<strong>la</strong>ro <strong>que</strong> lo <strong>que</strong> a borbollones hervía no era el agua del <strong>la</strong>go, sino <strong>la</strong> sangre del excitadísimo candidato y sus nervios,<br />
puestos a máxima tensión en a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s pavorosas tinieb<strong>la</strong>s, en <strong>la</strong>s <strong>que</strong> no veía sino los espectros, sierpes y demás terrores de<br />
lo astral <strong>que</strong> ve toda imaginación cuando se desborda por el terror o por <strong>la</strong> fiebre.<br />
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