Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl

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El Libro que mata a la Muerte Don Mario Roso de Luna 167 , antes que de su propia Dama, o sea del Ideal, su Supremo Espíritu,. ni más ni menos que aquel célebre yogui de la leyenda brahmánica que no quiso entrar en el conquistado Devachán sin que le acompañase su perro, el único compañero y amigo de sus tristezas pasadas, y a quien quería asociar en su triunfo. Vedle, en fin, a nuestro héroe llegar cansado y hambriento, no al ventucho que antes viésemos, sino a su "soberbio castillo", como los celebérrimos del Penjab en la India, "con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes con que semejantes castillos se pintan", castillo entre cuyas almenas un enano -vulgo "apacentador de puercos" - da con un gigantesco cuerno, que conmueve sonoramente los ámbitos vecinos, la señal alegre de la llegada del novel caballero, quien es recibido con pompa por el alcaide de la fortaleza y agasajado por las damas-rameras, como Lanzarote del Lago, "cuando de Bretaña vino". Come luego sabrosas truchas, que no bacalao; bebe por una caña horadada néctar del Olimpo, que no vino pardillo; al son de la concertada música del silbato de un castrador de puercos, y archisatisfecho de aquel banquete de abadejo y de pan duro, se dispone a velar sus armas, apadrinado por el castellano-truhán, de quien recibe "una gran pescozada iniciática" y un gentil espaldarazo, mientras que las buenas "mozas del partido" le calzan la espuela y le ciñen la espada, entre requiebros y cumplidos... Todo esto y mucho más es la vestidura jina de la primera aventura del Héroe, Quit('.dla, y veréis cómo desaparece todo encanto, y el castillo gallardo se transforma de nuevo en ventorro polvoriento y ruin; el alcaide hospitalario, en maleante de los de la playa de Sanlúcar; las doncellas, en pendonas; el Rocinante, en jamelgo fláccido; volviendo a amarillear secos los rastrojos y a caldearse insoportablemente los barbechos rojizos, porque se ha cegado la fuente de las maravillas imaginativas, y tras el vestido de floridos céspedes literarios, así arrancado, vuelve a aparecer el esqueleto puro del realismo positivista", ¿No pasa esto siempre en el mundo, verdadero "don Juan Pérez de Montalbán", de la célebre sátira castellana, que viene así a quedar en simple Juan Pérez! ¿No es siempre vulgar y humildísimo el origen de las cosas que luego suelen deslumbrarnos? Pues todo ello no es sino mero efecto de perspectiva al pasar del mundo jina al mundo de la realidad animalo viceversa, y de aquí la acertada frase de Carlos Federico Amiel, cuando afirma ser los paisajes "meros estados del alma" del que los contempla, ora alegres, ora indiferentes, ora tristes. y es tan indeleble el infalsificable sello jina que el genio pone en las cosas más vulgares, 167 No es ésta la única vez que Don Quijote se muestra hermano de todo lo existente. En los capítulos XXV y XXVI, parte primera, por ejemplo, al querer imitar los ascetismos caballerescos del gran Amadís en la Peña Pobre, empieza con aquella célebre invocación que dice: "¡Este es el lugar, ¡oh cielos!, que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mismos me habedes puesto; este es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño arroyo, y mis continuos y profundos suspiros moverán sin cesar las hojas deseos montaraces árboles en señal y testimonio de la pena que mi asendereado corazón padece! IOh vosotros, quienquiera que seáis, rústicos dioses que en este inhabitable lugar tenéis vuestra morada, oíd las quejas deste desdichado amante...! ¡Oh vosotras, Nepeas y Dríadas que tenéis por costumbre habitar en la espesa selva. . o, ayudadme a lamentar mi desventura, o, a lo menos, no os canséis de oilla!... ¡Oh solitarios árboles que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi soledad, dad indicio con el blando movimiento de vuestras ramas de que no os desagrada mi presencial", Y, aprovechando luego las cortezas de los árboles y la menuda arena, acaba grabando en ellos aquellos originalísimos versos que empiezan: "Arboles, yerbas y plantas que en aqueste sitio estáis, tan altas, verdes y tantas, si de mi mal no os holgáis escuchad mis quejas santas", Instituto Cultural Quetzalcoatl (Gnosis) 226 www.samaelgnosis.net

El Libro que mata a la Muerte Don Mario Roso de Luna que ya no podemos retornar a los lugares aquellos sin recordar la primera salida del Héroe, ni ver molinos de viento sin rememorar otra de sus más célebres aventuras. ni contemplar una toboseña tinaja sin que nos venga a las mientes la patria de Dulcinea, ni ver retablos de ferias sin remembrar a Ginesillo de Para pilla...; cosas éstas de la asociación de la idea real con la artística, admirablemente explotadas por Wágner, con los llamados leit motiv musicales de sus dramas -motivos análogos a los pictóricos y a los de las demás bellas artes-, y en los que la idea jina o imaginaria y la nota real de los mismos vienen a ser tan inseparables, que por la una deducimos la otra, con el más hermoso, quizá, de los lenguajes del símbolo. Y era cosa, para más comprobar cuanto llevamos dicho, de recorrer uno por uno los más salientes pasajes jinas del libro, recordando, por ejemplo, aquella bajada de Don Quijote, émulo de Orfeo y de Perseo, al simpático infierno o "lugar inferior" de la cueva de Montesinos, "donde le anocheció y amaneció y tornó a anochecer y a amanecer tres veces", entre procesiones de fantasmas que recuerdan a la Huestia, o Santa compaña asturiana, y vivires jinas, no poco parecidos a los de estotro mundo de los hombres, mientras que en el reloj de éstos habían transcurrido tres horas a lo sumo. No menos digna de recordación jina resultaría asimismo la otra procesión de encantadores y la peroración de Merlín, urdida por el avispado caletre del secretario de los duques, la muerte y resurrección de la malferida amante Altisidora, la transformación de Dulcinea en rústica aldeana por la expedita vía de los encantamientos, aquel volar sin tasa del leñífero pero alígero Clavileño, etcétera, etcétera, moneda falsa todo ello del efectivo mundo de los jinas, pero cuya existencia como tal moneda falsa presupone indeclinablemente la existencia previa de aquellas mismas cosas que falsea o ridiculiza. "Los dioses de nuestros padres son nuestros demonios", se ha dicho muchas veces, y aquí podría repetirse: A una época iniciática, a base del Baladro de Merlín y demás supervivencias del mito universal de Hércules-Alcide, sucede otra archiignorante, degradada, hija de los terrores del milenio, y que, con fe risueña y plácida de niños, toma al pie de la letra lo que sólo es verdad en lo astral y en lo simbólico, cayendo en una perversión de gustos sin segundo, que, creyéndola efectiva espada física, preferían la mental "espada" de Roldán, partiendo en dos la dura roca de la ignorancia que obstruye al candidato la Senda del Conocimiento, a la física espada de cualquiera de los héroes de la historia: un Viriato o un Horacio Codes. Por este plano inclinado, pues, no se subía ya a la altura del Ideal iniciático, sino que se caía más y más hacia el abismo de una milagrería sin fin, fuera de todas las leyes naturales y de todos los fueros del simple buen sentido. Una tercera época tenía que sobrevenir, y sobrevino en efecto. Una época crítica que prefiriese burlarse, para sanearlas con las frescas auras del ridículo, de unas creencias, absurdas ya desde el momento en que las claves iniciáticas de ellas se habían perdido, envenenando con la mera letra que mata las mentes de aquellos seres a quienes hubiera podido salvar el olvidado espíritu de las mismas, que es el solo que vivifica. En tal sentido, la formidable sátira cervantina prestó un inmenso servicio, como lo presta todo lo que destruye los cadáveres, es decir, los cuerpos, antes activos y vivos de los que ha huído ya el espíritu que les daba aliento, aunque por ley también de natural reacción pudiese dar lugar ella, como dió, en efecto, para que se cayese en el extremo contrario de un escepticismo y un desconfiar sanchopancesco que, por falta de ideales, nos ha traído al borde de la ruina intelectual, moral y física. Instituto Cultural Quetzalcoatl (Gnosis) 227 www.samaelgnosis.net

El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />

Don Mario Roso de Luna<br />

167 , antes <strong>que</strong> de su propia Dama, o sea del Ideal, su Supremo Espíritu,. ni más ni menos <strong>que</strong><br />

a<strong>que</strong>l célebre yogui de <strong>la</strong> leyenda brahmánica <strong>que</strong> no quiso entrar en el conquistado<br />

Devachán sin <strong>que</strong> le acompañase su perro, el único compañero y amigo de sus tristezas<br />

pasadas, y a quien <strong>que</strong>ría asociar en su triunfo.<br />

Vedle, en fin, a nuestro héroe llegar cansado y hambriento, no al ventucho <strong>que</strong> antes<br />

viésemos, sino a su "soberbio castillo", como los celebérrimos del Penjab en <strong>la</strong> India, "con<br />

sus cuatro torres y chapiteles de luciente p<strong>la</strong>ta, sin faltarle su puente levadizo y honda cava,<br />

con todos a<strong>que</strong>llos adherentes con <strong>que</strong> semejantes castillos se pintan", castillo entre cuyas<br />

almenas un enano -vulgo "apacentador de puercos" - da con un gigantesco cuerno, <strong>que</strong><br />

conmueve sonoramente los ámbitos vecinos, <strong>la</strong> señal alegre de <strong>la</strong> llegada del novel<br />

caballero, quien es recibido con pompa por el alcaide de <strong>la</strong> fortaleza y agasajado por <strong>la</strong>s<br />

damas-rameras, como Lanzarote del Lago, "cuando de Bretaña vino". Come luego sabrosas<br />

truchas, <strong>que</strong> no baca<strong>la</strong>o; bebe por una caña horadada néctar del Olimpo, <strong>que</strong> no vino<br />

pardillo; al son de <strong>la</strong> concertada música del silbato de un castrador de puercos, y<br />

archisatisfecho de a<strong>que</strong>l ban<strong>que</strong>te de abadejo y de pan duro, se dispone a ve<strong>la</strong>r sus armas,<br />

apadrinado por el castel<strong>la</strong>no-truhán, de quien recibe "una gran pescozada iniciática" y un<br />

gentil espaldarazo, mientras <strong>que</strong> <strong>la</strong>s buenas "mozas del partido" le calzan <strong>la</strong> espue<strong>la</strong> y le<br />

ciñen <strong>la</strong> espada, entre requiebros y cumplidos...<br />

Todo esto y mucho más es <strong>la</strong> vestidura jina de <strong>la</strong> primera aventura del Héroe, Quit('.d<strong>la</strong>, y<br />

veréis cómo desaparece todo encanto, y el castillo gal<strong>la</strong>rdo se transforma de nuevo en<br />

ventorro polvoriento y ruin; el alcaide hospita<strong>la</strong>rio, en maleante de los de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya de<br />

Sanlúcar; <strong>la</strong>s doncel<strong>la</strong>s, en pendonas; el Rocinante, en jamelgo fláccido; volviendo a<br />

amarillear secos los rastrojos y a caldearse insoportablemente los barbechos rojizos, por<strong>que</strong><br />

se ha cegado <strong>la</strong> fuente de <strong>la</strong>s maravil<strong>la</strong>s imaginativas, y tras el vestido de floridos céspedes<br />

literarios, así arrancado, vuelve a aparecer el es<strong>que</strong>leto puro del realismo positivista", ¿No<br />

pasa esto siempre en el mundo, verdadero "don Juan Pérez de Montalbán", de <strong>la</strong> célebre<br />

sátira castel<strong>la</strong>na, <strong>que</strong> viene así a <strong>que</strong>dar en simple Juan Pérez! ¿No es siempre vulgar y<br />

humildísimo el origen de <strong>la</strong>s cosas <strong>que</strong> luego suelen deslumbrarnos? Pues todo ello no es<br />

sino mero efecto de perspectiva al pasar del mundo jina al mundo de <strong>la</strong> realidad animalo<br />

viceversa, y de aquí <strong>la</strong> acertada frase de Carlos Federico Amiel, cuando afirma ser los<br />

paisajes "meros estados del alma" del <strong>que</strong> los contemp<strong>la</strong>, ora alegres, ora indiferentes, ora<br />

tristes.<br />

y es tan indeleble el infalsificable sello jina <strong>que</strong> el genio pone en <strong>la</strong>s cosas más vulgares,<br />

167 No es ésta <strong>la</strong> única vez <strong>que</strong> Don Quijote se muestra hermano de todo lo existente. En los capítulos XXV y XXVI, parte<br />

primera, por ejemplo, al <strong>que</strong>rer imitar los ascetismos caballerescos del gran Amadís en <strong>la</strong> Peña Pobre, empieza con a<strong>que</strong>l<strong>la</strong><br />

célebre invocación <strong>que</strong> dice: "¡Este es el lugar, ¡oh cielos!, <strong>que</strong> diputo y escojo para llorar <strong>la</strong> desventura en <strong>que</strong> vosotros<br />

mismos me habedes puesto; este es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentará <strong>la</strong>s aguas deste pe<strong>que</strong>ño arroyo, y mis<br />

continuos y profundos suspiros moverán sin cesar <strong>la</strong>s hojas deseos montaraces árboles en señal y testimonio de <strong>la</strong> pena <strong>que</strong><br />

mi asendereado corazón padece! IOh vosotros, quienquiera <strong>que</strong> seáis, rústicos dioses <strong>que</strong> en este inhabitable lugar tenéis<br />

vuestra morada, oíd <strong>la</strong>s <strong>que</strong>jas deste desdichado amante...! ¡Oh vosotras, Nepeas y Dríadas <strong>que</strong> tenéis por costumbre habitar<br />

en <strong>la</strong> espesa selva. . o, ayudadme a <strong>la</strong>mentar mi desventura, o, a lo menos, no os canséis de oil<strong>la</strong>!... ¡Oh solitarios árboles<br />

<strong>que</strong> desde hoy en ade<strong>la</strong>nte habéis de hacer compañía a mi soledad, dad indicio con el b<strong>la</strong>ndo movimiento de vuestras ramas<br />

de <strong>que</strong> no os desagrada mi presencial",<br />

Y, aprovechando luego <strong>la</strong>s cortezas de los árboles y <strong>la</strong> menuda arena, acaba grabando en ellos a<strong>que</strong>llos originalísimos<br />

versos <strong>que</strong> empiezan:<br />

"Arboles, yerbas y p<strong>la</strong>ntas<br />

<strong>que</strong> en a<strong>que</strong>ste sitio estáis,<br />

tan altas, verdes y tantas,<br />

si de mi mal no os holgáis<br />

escuchad mis <strong>que</strong>jas santas",<br />

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