Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl
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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />
Don Mario Roso de Luna<br />
existen!<br />
El joven gal<strong>la</strong>rdo, altruísta, lleno de elevados anhelos hacia el Ideal de un porvenir en bien<br />
de sus semejantes; el joven <strong>que</strong> le. yendo <strong>la</strong> historia de los grandes genios o jinas, sus<br />
predecesores, quiere legítimamente emu<strong>la</strong>rlos con a<strong>que</strong>l "¡Yo también soy pintor!" del clásico<br />
Maestro del medioevo, y <strong>que</strong> en lo mejor de su carrera, cuando menos lo piensa, cae bajo <strong>la</strong><br />
garra de una pasión funesta, de un ideal falso <strong>que</strong> acaso le lleve hasta el crimen, ¿no puede<br />
decirse <strong>que</strong> ha caído en un encantamiento fatal, <strong>que</strong> habrá de aherrojarle quizá por todo el<br />
tiempo <strong>que</strong> le reste de vida? El hombre maduro <strong>que</strong> tras una lucha titánica por realizar un<br />
ideal redentor llega a verle al fin realizado, o a echar, por lo menos, firmísimas bases para <strong>la</strong><br />
realización futura, ¿podría contar el número de los fantasmas tentadores o pavorosos, los<br />
endriagos perversos, los vestigios tremebundos a quienes antes ha vencido? ¿Se atrevería<br />
nadie tampoco a contar el número de los hombres -caballeros andantes o no de un ideal- a<br />
quienes otro caballero andante, también separado de él, no ya por miles de leguas terrestres,<br />
sino aun por ese abismo <strong>que</strong> el tiempo abre entre los <strong>que</strong> ya murieron y los <strong>que</strong> aún viven,<br />
socorre y salva al otro en forma del libro <strong>que</strong> dejara escrito? ¿Y qué más sierpe bramadora<br />
tampoco <strong>que</strong> ese Proteo de <strong>la</strong> tentación en todos los órdenes, <strong>que</strong> "nos cerca como león<br />
buscando a quien devorar", según <strong>la</strong> frase evangélica?...<br />
El mundo astral y de <strong>la</strong> pasión es infinitamente más grande, más sagrado y más real <strong>que</strong> el<br />
cretino mundo físico de esos hombres escépticos <strong>que</strong> "nacen, crecen, se reproducen y<br />
mueren", al tenor de esa Historia Natural impía <strong>que</strong> se atrevió a colocar entre los irracionales<br />
al ser dotado de razón, de responsabilidad y de libre arbitrio; y en ese tan vasto como<br />
ignorado mundo hay luchadores silenciosos más valientes <strong>que</strong> el Cid, más conquistadores<br />
<strong>que</strong> Sesostris, Daría, Alejandro, Cortés o Pizarra, como hay y habrá siempre escritores<br />
venerandos capaces de levantar todo un mundo con <strong>la</strong> punta de su pluma, por<strong>que</strong> esa pluma<br />
es <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>nca misma <strong>que</strong> rec<strong>la</strong>mara Arquímedes, y cuyo fulero ansiado es <strong>la</strong> roca viva de una<br />
fe sincera en ese Cristo Interior o Atma de nuestra conciencia, conciencia <strong>que</strong> es<br />
consubstancia con <strong>la</strong> Conciencia Universal del Cosmos, o Anima-Mundi; y los libros de<br />
Caballería, los primeros al menos, como antes indicáramos, son como todos los libros<br />
religiosos, libros de lo astral, del supramundo jina, no libros de lo físico.<br />
El mal estuvo, como siempre, en su divulgación entre gentes incapaces de entender, ni<br />
menos de desentrañar sus simbolismos, por<strong>que</strong> su lenguaje iba de alma a alma, no de oído a<br />
oído. Su texto, como tantos otros textos religiosos, eran parábo<strong>la</strong>s, no hechos; imágenes, no<br />
cosas tangibles. Sus héroes no eran iniciadores en guerras humanas, sino discípulos,<br />
chatriyas, de un ideal, y sus respectivas damas no eran tales damas de carne y hueso. Don<br />
Quijote mismo, apenas si en su juventud viera una vez a Duleinea, en <strong>la</strong> <strong>que</strong> encarnó, sin<br />
embargo, el Ideal de su Alma, Ideal <strong>que</strong>, como todas <strong>la</strong>s almas, al tenor de <strong>la</strong> frase<br />
evangélica, carece de sexo. Es más: hasta <strong>la</strong> Helena de Troya, como <strong>la</strong> Helena de Apolonio<br />
de Tyal<strong>la</strong>, o Como <strong>la</strong> Iseo de Tristán, no eran tales mujeres históricas, como trata de<br />
hacernos creer nuestra triste necromancia, sino Mujeres símbolos. 166<br />
166 En <strong>la</strong> imposibilidad de dar aquí completa demostración de estos asertos, nos permitimos remitir al lector al capítulo<br />
1, parte IV, de El tesoro de los <strong>la</strong>gos de Somiedo, donde se puntualizan.<br />
Este simbolismo eterno del consorcio supremo del Alma humana con su Divino Espíritu, <strong>que</strong> inmortalizara también a<br />
Apuleyo con su leyenda de Psiquis y Eros, está representado, entre otros mil, en Oriente, con el idilio de Nalo o Nalú, rey de<br />
Nisia o Dyonisia y Diamanti, <strong>la</strong> hija de Bima, rey de Vidya-Arba, .a quien un cisne sirve de mensajero en sus amores, según<br />
se describe en nuestro dicho Tesoro, parte nI, capítulo nI. El Alma humana, allí representada por Nalú o Luna, tiene <strong>que</strong><br />
atravesar, antes de hal<strong>la</strong>r a su divino Esposo, por el terrible juicio de <strong>la</strong> asamblea Svayambara, donde tiene <strong>que</strong> aprender a<br />
conocerle, pues <strong>que</strong> nunca le ha visto, habiéndose enamorado sólo por oídas, y a distinguirle entre otros seis dioses<br />
engañadores de idénticas apariencias a <strong>la</strong>s de Damianti, Nalu, viéndose perdida, entona, como <strong>la</strong> EIsa del Lohengrin, de<br />
Wágner, el Tema de <strong>la</strong> justificación, para <strong>que</strong> los fa<strong>la</strong>ces dioses tomen su verdadera forma, mientras <strong>que</strong> el Amado conserva<br />
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