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Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl

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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />

Don Mario Roso de Luna<br />

entregado como víctimas propiciatorias al furor de aquéllos. Clorinda, <strong>la</strong> gentil amazona, los<br />

salva, y se precipita luego en personal combate contra el sin par Tancredo, <strong>la</strong> flor y nata de<br />

los caballeros de Occidente <strong>que</strong> van a rescatar de manos de los infieles el sepulcro del<br />

Señor; pero es vencida por a<strong>que</strong>l nuevo Bayardo de los francos. Plutón, el dios de los<br />

infiernos, reúne entonces a todas sus negras huestes astrales de harpías, gorgonas, hidras,<br />

esfinges y demás caterva, contra los cristianos, y el mago Hidraot, por su mandato, despliega<br />

también sus ma<strong>la</strong>s artes contra éstos, preparándoles <strong>la</strong> más temible de <strong>la</strong>s ce<strong>la</strong>das con los<br />

encantos irresistibles de Armida, su sobrina, para <strong>que</strong> el<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> sugestión del paraíso de<br />

los mentidos deleites amorosos, siembre el germen de todas <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s pasiones, sobre todo<br />

de <strong>la</strong> discordia, en el pecho de los caudillos cruzados coligados. Godofredo, entre tanto,<br />

movido acaso por celestiales avisos, envía operarios al bos<strong>que</strong> sagrado inmediato, oculto<br />

entre dos valles por cima de Jerusalén, para ta<strong>la</strong>rle, acabar con el encanto <strong>que</strong> le hacía<br />

inadorable a los mortales, y, con sus maderas, construir <strong>la</strong>s torres y demás máquinas de<br />

guerra <strong>que</strong> habían de abatir los muros de <strong>la</strong> ciudad sagrada.<br />

Para evitar este peligro, el mago Ismeno pueb<strong>la</strong> <strong>la</strong> selva de toda c<strong>la</strong>se de encantos,<br />

misterios y terrores. El Tasso nos <strong>la</strong> describe, diciendo <strong>que</strong> sus inextricables marañas<br />

esparcen una sombra funesta y letal, por lo <strong>que</strong> jamás el pastor conduce a el<strong>la</strong> su ganado, ni<br />

el peregrino <strong>la</strong> huel<strong>la</strong> con su pie, por<strong>que</strong> en el<strong>la</strong> se reúnen <strong>la</strong>s brujas con sus amantes<br />

nocturnos, celebrando en cuerpos informes y espantosos <strong>la</strong>s más criminales orgías y<br />

sacrificios sangrientos. Puede decirse <strong>que</strong> en <strong>que</strong> sea o no ta<strong>la</strong>do dicho antro arbóreo cifra<br />

todo el éxito o desgracia del asalto de los cristianos, a quienes el propio Arcángel Miguel<br />

protege y alienta. Un anciano eremita reve<strong>la</strong> también al caudillo franco <strong>la</strong>s maquinaciones<br />

seductoras de Armida, de <strong>la</strong>s <strong>que</strong> ha hecho víctima al gran Reynaldos de Montalbán.<br />

Sobreviene, en efecto, una escena de lucha en el pecho de éste, entre su pasión y su deber<br />

guerrero, inf<strong>la</strong>mado por <strong>la</strong>s persuasiones de dos cruzados a quienes ha conducido un<br />

anciano eremita, en <strong>la</strong> <strong>que</strong> de tal modo triunfa <strong>la</strong> heroica virtud del cruzado, <strong>que</strong> Armida, en el<br />

exceso de su dolor y de su rabia, al verse vencida, destruye con su conjuro todo su fantástico<br />

pa<strong>la</strong>cio y se eleva en los aires. De allí a poco, Jerusalén, <strong>la</strong> ciudad santa, cae bajo el ímpetu<br />

de los sitiadores, quienes van a prosternarse gozosos ante el sepulcro de Jesús...<br />

Esto, como se ve, no son sino glosas más o menos desnaturalizadas de <strong>la</strong>s otras hazañas<br />

caballerescas, pero "necromantemente tras<strong>la</strong>dadas del otro mundo a éste" por el poeta<br />

italiano.<br />

El Tasso, después de narrar <strong>la</strong>s aventuras <strong>que</strong> en <strong>la</strong> barca encantada acaecen a los dos<br />

guerreros Ubaldo y el danés, <strong>que</strong> van a libertar a Reynaldos del funesto encanto en <strong>que</strong> le<br />

tienen sumido <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s artes de Armida, describe así su llegada a través de mil peligros y<br />

molestias al retiro donde mora a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> nueva Circe con su amante: "Los dos caballeros<br />

prosiguen veloces su camino; mas, de repente, se encuentran con una hueste formidable de<br />

fieras cual jamás viera en sus oril<strong>la</strong>s el Nilo, ni el seno de Africa, <strong>la</strong>s selvas de Hircania o los<br />

confines del Imperio at<strong>la</strong>nte. Este formidable ejército, lejos de poder resistirles, se puso en<br />

fuga a <strong>la</strong> so<strong>la</strong> vista de <strong>la</strong> varil<strong>la</strong> mágica <strong>que</strong> les diera el anciano ermitaño y al oir su débil<br />

silbido. Llegan así sin resistencia hasta <strong>la</strong> falda del monte cubierto de nieve, y traspuesta<br />

esta final barrera, se ven en medio de una vasta l<strong>la</strong>nura, de transparente y nunca visto cielo,<br />

respirando un aire puro y embalsamado, sin <strong>que</strong> ni aun <strong>la</strong> marcha del sol comuni<strong>que</strong>, como<br />

sucede en otros movimientos, reposo en sus alientos, y sin <strong>que</strong> alternen como en otras<br />

partes el calor con <strong>la</strong>s escarchas, ni <strong>la</strong>s nubes con el tiempo sereno. sino <strong>que</strong> su cielo se<br />

viste siempre de purísimos resp<strong>la</strong>ndores y rechaza lejos de sí el calor y los fríos; los prados<br />

están eternamente tapizados de yerbas, y éstas de flores <strong>que</strong> conservan siempre su<br />

fragancia como los árboles sus sombras; el pa<strong>la</strong>cio de <strong>la</strong> encantadora, sentado en medio de<br />

un <strong>la</strong>go, se enseñorea desde allí sobre montes y mares. Cansados los dos guerreros de <strong>la</strong><br />

<strong>Instituto</strong> <strong>Cultural</strong> <strong>Quetzalcoatl</strong> (Gnosis) 214 www.samaelgnosis.net

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