Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl
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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />
Don Mario Roso de Luna<br />
Con lágrimas venimos; con lágrimas mediamos en nuestra carrera, y con lágrimas, en fin,<br />
solemos despedimos de <strong>la</strong> tierra. Colocados en un punto casi imperceptible del espacio,<br />
juguetes de nuestras pasiones y esc<strong>la</strong>vos de nuestras dolencias, somos arrastrados de<br />
continuo como una pluma <strong>que</strong> se lleva el viento.<br />
Y, sin embargo, existe en el hombre una facultad poderosa <strong>que</strong>, abstrayéndole de esta<br />
<strong>la</strong>crimosa vida, encuentra inesperados recursos, propios para hacer<strong>la</strong>, no sólo tolerable, sino<br />
hasta lisonjera. La poca felicidad de <strong>que</strong> gozamos aquí abajo, más se <strong>la</strong> debemos, en efecto,<br />
a nuestra creadora imaginación <strong>que</strong> a los hechos verdaderos. Cimentados están en su propia<br />
mente, ese insondable seno de nuestra alma <strong>que</strong> no puede expresar ningún vocablo, los<br />
goces más excelsos y expansivos <strong>que</strong> disfrutar podemos. .. Mas, ¡oh condición mísera de <strong>la</strong><br />
naturaleza humanal, para lograr tamaños goces, también es preciso antes sufrir.<br />
En <strong>la</strong> infancia, cuando <strong>la</strong> razón yace en capullo, los goces y padecimientos del nuevo ser<br />
son meramente físicos. Acariciado por todos los <strong>que</strong> mira, el niño se considera con derecho a<br />
exigirlo todo. Como sus armas sean <strong>la</strong>s lágrimas, usa de el<strong>la</strong>s como el mejor guerrero, y así,<br />
retozando en su casa como el corderillo al <strong>la</strong>do de su madre en pleno campo, pasa el niño<br />
una vida bastante cercana todavía a <strong>la</strong> de los animales, aun<strong>que</strong> tranqui<strong>la</strong>.<br />
Mas <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> razón y de <strong>la</strong> responsabilidad suena al fin, y el hombre entra de lleno en<br />
el mundo, y entra encontrando precisamente en esta difícil época un gran vado en su<br />
corazón. .. Inquieto se revuelve; alza su vista al azu<strong>la</strong>do cielo, presintiendo en sí ya un<br />
gran misterio, del <strong>que</strong> nada, en verdad, alcanza a comprender; siente inundarse de tristeza<br />
su alterado pecho, y busca fuera de sí propio ya <strong>la</strong> satisfacción integral de su afán, <strong>que</strong> no es<br />
sino <strong>la</strong> ley natural de <strong>la</strong> conservación de <strong>la</strong> especie humana, cifrada en <strong>la</strong> ley imperiosa del<br />
amor entre los sexos. El amor le embarga entonces sus facultades todas; el amor le arrastra<br />
por entre peligros sin cuento, y el amor, en fin, ese mismo <strong>que</strong> tan puro se le presenta en el<br />
primer momento, acaba a veces sumiéndole en mísera corrupción. Poco diestro todavía el ya<br />
joven en el arte de pensar, se siente arrastrado por <strong>la</strong> pasión y su tiranía...<br />
Pero una ley superior aun a <strong>la</strong> pasión misma ataja bien pronto su locura. En vano intenta el<br />
joven sos<strong>la</strong>yar su fallo, pues <strong>que</strong> allí mismo, donde <strong>la</strong> Naturaleza puso el deleite, le colocó<br />
también el hastío, cual si <strong>la</strong> vida humana estuviese obligada a caminar siempre entre <strong>la</strong> flor y<br />
<strong>la</strong> espina, no siéndonos dable el coger <strong>la</strong> primera sin c<strong>la</strong>varnos dolorosamente <strong>la</strong> senda.<br />
únicamente nos está permitido en el dilema el buscar flores con <strong>la</strong> mayor hermosura posible,<br />
y al par también con <strong>la</strong>s menores espinas. Tales flores no son, empero. a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s <strong>que</strong><br />
aparecen a primera vista más ga<strong>la</strong>nas y radiantes, con perfume tan intenso <strong>que</strong> embriagan al<br />
pronto, aun<strong>que</strong> al final fastidien; ni tampoco a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s <strong>que</strong> por todas partes brindan el ser<br />
cogidas, sino otras flores más modestas, sencil<strong>la</strong>s, suaves: <strong>la</strong>s tranqui<strong>la</strong>s virtudes, <strong>que</strong><br />
cimentadas en un trabajo moderado y adornadas de un sentimiento exquisito, realzan, por<br />
encima de todo lo mortal. <strong>la</strong> excelsa condición trascendente del hombre.<br />
El encontrar tan bellísimas flores debe ser el noble afán de todo hombre sensato. Sus<br />
espinas acaban también tornándose en flores nuevas, y los eternos goces <strong>que</strong> el<strong>la</strong>s deparan,<br />
de tal modo superan a los padecimientos sufridos para conseguidas, <strong>que</strong> llegan a borrarse. al<br />
fin, estos últimos.<br />
El género humano ha sido criado para ser feliz., no para ser desgraciado, y el imaginar <strong>que</strong><br />
el natural destino de <strong>la</strong> humanidad es el vivir martirizada, es, a más de una impiedad<br />
absurda, una atroz impostura; por<strong>que</strong> no cabe pensar ni un momento <strong>que</strong> <strong>la</strong>s preciosas<br />
facultades con <strong>la</strong>s <strong>que</strong> contamos para adquirir <strong>la</strong>s virtudes dichas nos hayan sido dadas por<br />
<strong>la</strong> Naturaleza para <strong>que</strong> <strong>la</strong>s dejemos inactivas o, lo <strong>que</strong> es peor, para <strong>que</strong> <strong>la</strong>s apli<strong>que</strong>mos<br />
locamente para nuestro tormento y nuestra ruina, siendo una gran fortuna el <strong>que</strong> verdad tan<br />
conso<strong>la</strong>dora sea axiomática, casi instintiva, como todas a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s <strong>que</strong> llevan en sí el sello de<br />
<strong>la</strong> Naturaleza misma... Pobre, y aun algo más, es, pues, <strong>la</strong> sentencia <strong>que</strong> se pone en boca de<br />
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