Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl
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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />
Don Mario Roso de Luna<br />
otro mundo": ese mundo doble <strong>que</strong> forzosamente tienen <strong>que</strong> recorrer los héroes, como los<br />
recorriera Ulises. Los ejemplos de tales viajes "iniciáticos" no acabarían nunca.<br />
Fenelón, por ejemplo, en sus Aventuras de Telémaco, el hijo de Ulises, nos describe el<br />
viaje de éste por el otro mundo en los siguientes términos: "Angustiado Telémaco por ciertos<br />
sueños en los <strong>que</strong> creía ver ya muerto a su adorado padre, se dispuso a bajar al reino de <strong>la</strong>s<br />
sombras por un lugar célebre, poco lejos del campamento. Alejóse Telémaco de él sin <strong>que</strong><br />
nadie lo notase, caminando a <strong>la</strong> luz de <strong>la</strong> Luna e invocando a a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> poderosa deidad <strong>que</strong><br />
siendo Selene en el cielo, era al par casta Diana en <strong>la</strong> tierra y Hécate formidable en los<br />
abismos. Temblábale <strong>la</strong> tierra bajo su p<strong>la</strong>nta; fulguraban en vivos relámpagos los cielos y le<br />
palpitaba el corazón, bañándose su cuerpo en un frío sudor de muerte... Dos cretenses <strong>que</strong><br />
le habían acompañado hasta cierta distancia, se <strong>que</strong>daron más muertos <strong>que</strong> vivos,- rogando<br />
por él en un templo. Espada en mano, apenas dió algunos pasos nuestro héroe comenzó a<br />
vislumbrar una vaga luz, cual <strong>la</strong> <strong>que</strong> suele alumbrar nuestras noches. Reparó entonces en<br />
unas pálidas sombras <strong>que</strong> revoloteaban en derredor suyo y a <strong>la</strong>s <strong>que</strong> ahuyentaba con su<br />
espada. Luego le cerró el paso un cenagoso río, cuyas impuras ondas describen a <strong>la</strong><br />
continua angustiosos remolinos. Allí, en a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s márgenes pantanosas, vagaban los<br />
innumerables espectros de cuantos muertos habían <strong>que</strong>dado aquí sin sepultura, y <strong>que</strong> para<br />
pasar a <strong>la</strong> otra oril<strong>la</strong> imploraban en vano <strong>la</strong> misericordia del despiadado Caronte, el dios<br />
infernal cuya vejez eterna es siempre me<strong>la</strong>ncólica y odiosa.<br />
Y luego, describiendo ya el reino de Plutón, como antecámara del otro mundo, el sabio<br />
arzobispo francés sigue diciendo: "En torno del trono de ébano del rey de los infiernos<br />
revoloteaban fatídicos los congojosos desvelos; <strong>la</strong>s crueles desconfianzas; <strong>la</strong>s venganzas,<br />
cubiertas de heridas, y desti<strong>la</strong>ndo sangre los injustos odios. La roedora avaricia se devoraba<br />
a sí misma, y el despecho se desgarraba <strong>la</strong>s carnes con sus propias manos. Allí estaban, en<br />
fin, <strong>la</strong> loca soberbia <strong>que</strong> lo arruina todo; <strong>la</strong> traición, siempre alimentada de sangre y sin poder<br />
gozar. sin embargo, jamás del fruto de sus perfidias; <strong>la</strong> envidia, esparciendo en torno de sí<br />
mortal veneno, y destrozándose a sí misma cuando dañar no puede; <strong>la</strong> impiedad, <strong>que</strong> se<br />
<strong>la</strong>bra un abismo sin fondo, en el cual ha de precipitarse sin esperanza; <strong>la</strong>s visiones<br />
macabras, los horribles fantasmas de los muertos, espanto de los vivos; <strong>la</strong>s aterradoras<br />
pesadil<strong>la</strong>s y los crueles desvelos <strong>que</strong> causan tanta angustia como los más horrorosos<br />
ensueños. Todas, todas estas y otras imágenes funestas ceñían al fiero Plutón y llenaban su<br />
fatídico pa<strong>la</strong>cio...<br />
Allí los condenados no han menester más castigo de sus delitos <strong>que</strong> el espectáculo de sus<br />
delitos mismos. Animado secretamente Telémaco por <strong>la</strong> diosa Minerva, entró valerosamente<br />
en a<strong>que</strong>l abismo. Allí se encontró con una multitud de hombres <strong>que</strong> yacían castigados por<br />
haber procurado <strong>la</strong>s ri<strong>que</strong>zas con crueldades, engaños y traiciones. Reparó <strong>que</strong> entre ellos<br />
se hal<strong>la</strong>ban muchos sacrílegos hipócritas <strong>que</strong>, fingiendo tener amor a <strong>la</strong> religión, se habían<br />
prevalido, sin embargo, de el<strong>la</strong>, como del más excelente pretexto para satisfacer su soberbia,<br />
bur<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> sencillez de los crédulos. Estos, <strong>que</strong> así se habían servido para el mal hasta de <strong>la</strong><br />
propia virtud, <strong>que</strong> es <strong>la</strong> mayor dádiva <strong>que</strong> pueden hacernos los dioses, eran castigados como<br />
los más delincuentes entre todos los hombres. Los hijos <strong>que</strong> habían degol<strong>la</strong>do a sus padres;<br />
<strong>la</strong>s esposas <strong>que</strong> habían bañado sus manos en <strong>la</strong> sangre de sus maridos; los traidores <strong>que</strong><br />
habían traicionado a su patria y vio<strong>la</strong>do todos los juramentos, padecían allí harto menores<br />
penas <strong>que</strong> los hipócritas y simoníacos. Así lo habían <strong>que</strong>rido los tres jueces del infierno,<br />
por<strong>que</strong> decían <strong>que</strong> los tales no se contentan con ser malos, como el resto de los impíos, sino<br />
<strong>que</strong>, además, pretenden pasar por buenos, y hacen, con su falsa virtud, <strong>que</strong> los hombres no<br />
se atrevan a creer en <strong>la</strong> verdadera. Los dioses, de los <strong>que</strong> tan impía y so<strong>la</strong>padamente se han<br />
bur<strong>la</strong>do en el mundo, y a quienes han hecho despreciables en <strong>la</strong> opinión de los otros, ahora<br />
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