Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl
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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />
Don Mario Roso de Luna<br />
"La antigua pa<strong>la</strong>bra "paraíso", <strong>que</strong> el hebreo, como todas <strong>la</strong>s lenguas de Oriente, había<br />
tomado de <strong>la</strong> Persia, y <strong>que</strong> en un principio sirvió para designar los par<strong>que</strong>s de los reyes<br />
a<strong>que</strong>ménidas, resumía en a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> época el sueño de todos, <strong>la</strong> quimérica aspiración<br />
universal. ¡El Paraíso!... ¡El jardín delicioso donde se continuaría para siempre una vida llena<br />
de encantos inefables! ¿Cuánto tiempo duró a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> embriaguez? Se ignora. Durante el<br />
curso de a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> mágica aparición, nadie midió el tiempo, como nadie mide <strong>la</strong> duración de un<br />
éxtasis. El vuelo de horas <strong>la</strong>s dejó en suspenso: una semana fué como un siglo. Pero, ya<br />
durase años o meses, a<strong>que</strong>l ensueño fué tan hermoso, <strong>que</strong>, después de él, <strong>la</strong> humanidad ha<br />
continuado viviendo de su recuerdo, y todavía es su debilitado perfume nuestra única y<br />
suprema conso<strong>la</strong>ción. Nunca al pecho humano di<strong>la</strong>tó un gozo tan puro ni tan inmenso. En<br />
a<strong>que</strong>l esfuerzo, el más vigoroso <strong>que</strong> haya hecho <strong>la</strong> humanidad para elevarse sobre el barro<br />
de nuestro p<strong>la</strong>neta, hubo un momento en <strong>que</strong> olvidó los <strong>la</strong>zos de plomo <strong>que</strong> <strong>la</strong> ligan a <strong>la</strong> tierra<br />
y <strong>la</strong>s angustias de <strong>la</strong> vida. ¡Feliz el <strong>que</strong> entonces pudo ver <strong>la</strong> luz de a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> divina aurora y<br />
participar siquiera por un día de a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> ilusión- mágica y sin igual! Pero ¡más dichoso<br />
todavía -nos diría Jesús- el <strong>que</strong>, libre de toda ilusión, reproduce en sí mismo <strong>la</strong> aparición<br />
celeste, y sin ensueños milenarios, sin paraíso quimérico, sin otro móvil <strong>que</strong> <strong>la</strong> rectitud de su<br />
voluntad y <strong>la</strong> poesía de su alma, sepa crear de nuevo, y por sí solo, el verdadero Reino de<br />
Dios en su propio corazón!... "<br />
Sigue luego Renán trazando el marco jina de <strong>la</strong> Galilea de entonces, al recibir <strong>la</strong> doctrina<br />
iniciática del Divino Maestro, diciendo: «El hermoso clima de Galilea convertía <strong>la</strong> existencia<br />
de a<strong>que</strong>llos honrados pescadores en delicioso y perpetuo encanto. Todos eran ignorantes en<br />
extremo, débiles de espíritu y creyentes de espectros y apariciones. Sencillos, buenos,<br />
dichosos, b<strong>la</strong>ndamente mecidos por <strong>la</strong>s cristalinas ondas de un mar en miniatura, o bien<br />
arrul<strong>la</strong>dos por el oleaje mientras dormitaban sobre el césped de sus risueños bordes,<br />
a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s familias de pescadores preludiaban, a no dudarlo, el Reino de Dios... Difícil es, en<br />
efecto, el figurarse el encanto, <strong>la</strong> embriaguez de una vida <strong>que</strong> de ese modo se desliza a <strong>la</strong><br />
faz del cielo; el robusto y dulce entusiasmo <strong>que</strong> infunde en el alma el continuo contacto con<br />
<strong>la</strong> Naturaleza, y los sueños de a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s noches pasadas bajo <strong>la</strong> inmensidad de <strong>la</strong> azu<strong>la</strong>da<br />
bóveda al trémulo fulgor de <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s. En otra noche semejante fué cuando Jacob,<br />
apoyada <strong>la</strong> cabeza sobre una piedra, leyó en los astros <strong>la</strong> promesa de una posteridad<br />
innumerable, y vió <strong>la</strong> esca<strong>la</strong> misteriosa por <strong>la</strong> cual iban y venían los Elohim!- entre los cielos y<br />
<strong>la</strong> tierra. En <strong>la</strong> época de Jesús, el cielo continuaba abierto, y <strong>la</strong> tierra no había sido<br />
profanada. Las nubes se entreabrían aún sobre el hijo del hombre, y los ángeles subían y<br />
bajaban, sirviéndole de mensajeros. Las visiones del Reino de Dios se 'hal<strong>la</strong>ban en todas<br />
partes, puesto <strong>que</strong> el hombre <strong>la</strong>s abrigaba en su propio corazón. La mirada tranqui<strong>la</strong> y dulce<br />
de a<strong>que</strong>l<strong>la</strong>s almas sencil<strong>la</strong>s contemp<strong>la</strong>ba el universo en su origen ideal; quizá el mundo<br />
mismo descubría sus misterios a <strong>la</strong> conciencia divinamente lúcida de a<strong>que</strong>llos seres<br />
dichosos, cuya pureza de corazón les hizo merecedores un día de ver a Dios... A<strong>que</strong>llo era el<br />
advenimiento a <strong>la</strong> tierra del consuelo universal: «!.Bienaventurados los pobres de espíritu,<br />
por<strong>que</strong> de ellos es el "reino de los cielos; bienaventurados los <strong>que</strong> lloran, por<strong>que</strong> ellos "serán<br />
conso<strong>la</strong>dos; bienaventurados los mansos, por<strong>que</strong> ellos poseerán <strong>la</strong> tierra; bienaventurados<br />
los <strong>que</strong> tienen hambre y sed de "justicia, por<strong>que</strong> ellos serán saciados; bienaventurados los<br />
misericordiosos, por<strong>que</strong> ellos alcanzarán misericordia; bienaventurados "los limpios de<br />
corazón, por<strong>que</strong> ellos verán a Dios; bienaventurados los <strong>que</strong> padecen persecución por <strong>la</strong><br />
justicia, por<strong>que</strong> de ellos "es el reino de los cielos!..."<br />
Y para contraste con a<strong>que</strong>l<strong>la</strong> Galilea feliz, he aquí, en fin, según el mismo Renán, el cuadro<br />
de <strong>la</strong> Galilea de hoy arrastrando penosamente el karma de su escepticismo y su dureza. 129<br />
129 "Cuán poco impresionó a sus contemporáneos <strong>la</strong> personalidad de Jesús -dice H. P. B.-, es cosa <strong>que</strong> asombra al<br />
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