Libro que mata a la Muerte - Instituto Cultural Quetzalcoatl
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El <strong>Libro</strong> <strong>que</strong> <strong>mata</strong> a <strong>la</strong> <strong>Muerte</strong><br />
Don Mario Roso de Luna<br />
históricos para entrar en los de <strong>la</strong> leyenda y el mito, según vamos viendo en tantos otros<br />
pueblos, y es un Kabir, un Viracocha, un ser superior, un anciano de b<strong>la</strong>nca barba, un jina,<br />
en fin, el <strong>que</strong> en <strong>la</strong> soledad, junto a <strong>la</strong> cueva iniciática de siempre y entre "pastores" o<br />
iniciados, se le aparece cuando el sol está en <strong>la</strong> plenitud de su carrera, para anunciarle al<br />
joven una gran catástrofe para su pueblo, <strong>que</strong> él está l<strong>la</strong>mado a evitar, oficiando a su vez de<br />
"hombre salvador, redentor o jina", para tomar después, como sucede siempre en <strong>la</strong><br />
trasmisión de <strong>la</strong> "pa<strong>la</strong>bra o misión sagrada", el propio nombre <strong>que</strong> su maestro. ¿Cómo, pues,<br />
nos asombramos, una vez más, de <strong>la</strong>s supuestas "casualidades" y "coincidencias" de pueblo<br />
a pueblo, viendo al Viracocha iniciador y al Viracocha iniciado realizar <strong>la</strong> misión augusta de<br />
salvar a su pueblo de <strong>la</strong> tempestad guerrera <strong>que</strong> sobre él se cernía, como aún en nuestros<br />
propios días ha corrido, con más o menos verosimilitud, entre los pobres soldados de <strong>la</strong>s<br />
trincheras de Occidente?<br />
Véase uno de tantos re<strong>la</strong>tos más o menos jinescos <strong>que</strong> han corrido entre los soldados y<br />
<strong>que</strong> <strong>la</strong> revista escocesa Vida y Obras nos refiere en estos términos:<br />
"El Camarada vestido de b<strong>la</strong>nco. - Extrañas narraciones llegaban a nosotros en <strong>la</strong>s<br />
trincheras. A lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> línea de 300 mil<strong>la</strong>s <strong>que</strong> hay desde Suiza hasta el mar, corrían<br />
ciertos rumores, cuyo orig-en y veracidad ignorábamos nosotros. Iban y venían con rapidez,<br />
y recuerdo el momento en <strong>que</strong> mi compañero Jorge Casay, dirigiéndome una mirada extraña<br />
con sus ojos azules, me preguntó si yo había visto al Amigo de los heridos, y entonces me<br />
refirió todo lo <strong>que</strong> sabía respecto al particu<strong>la</strong>r.<br />
"Me dijo <strong>que</strong>, después de muchos violentos combates, se había visto un hombre vestido de<br />
b<strong>la</strong>nco inclinándose sobre los heridos. Las ba<strong>la</strong>s le cercaban, <strong>la</strong>s granadas caían a su<br />
alrededor, pero nada tenía poder para tocarle. Él era, o un héroe superior a todos los héroes,<br />
o algo más grande todavía. Este misterioso personaje, a quien los franceses l<strong>la</strong>man el<br />
Camarada vestido de b<strong>la</strong>nco, parecía estar en todas partes a <strong>la</strong> vez: en Nancy, en <strong>la</strong> Argona,<br />
en Sojssons, en Ipres, en dondequiera <strong>que</strong> hubiese hombres hab<strong>la</strong>ndo de él con voz<br />
apagada. Algunos, sin embargo, sonreían diciendo <strong>que</strong> <strong>la</strong>s trincheras hacían efecto en los<br />
nervios de los hombres. Yo, <strong>que</strong> con frecuencia era descuidado en mi conversación,<br />
exc<strong>la</strong>maba <strong>que</strong> para creer tenía <strong>que</strong> ver, y <strong>que</strong> necesitaba <strong>la</strong> ayuda de un cuchillo germánico<br />
<strong>que</strong> me hiciera: caer en tierra herido.<br />
“Al día siguiente los acontecimientos se sucedieron con gran viveza en este pedazo del<br />
frente. Nuestros grandes cañones rugieron desde el amanecer hasta <strong>la</strong> noche, y comenzaron<br />
de nuevo a <strong>la</strong> mañana. Al mediodía recibimos orden de tomar <strong>la</strong>s trincheras de nuestro<br />
frente. Éstas se hal<strong>la</strong>ban a 200 yardas de nosotros, y no bien habíamos partido,<br />
comprendimos <strong>que</strong> nuestros gruesos cañones habían fal<strong>la</strong>do en <strong>la</strong> preparación. Se<br />
necesitaba un corazón de acero para marchar ade<strong>la</strong>nte, pero ningún hombre vaciló.<br />
Habíamos avanzado 150 yardas cuando comprendimos <strong>que</strong> íbamos mal. Nuestro capitán<br />
nos ordenó ponernos a cubierto, y entonces precisamente fui herido en ambas piernas.<br />
"Por misericordia divina caí dentro de un hoyo. Supongo <strong>que</strong> me desvanecí, por<strong>que</strong> cuando<br />
abrí los ojos me encontré solo. Mi dolor era horrible, pero no me atrevía a moverme, por<strong>que</strong><br />
los alemanes no me viesen, pues estaba a 50 yardas de distancia, y no esperaba a <strong>que</strong> se<br />
apiadasen de mí. Sentí alegría cuando comenzó a anochecer. Había junto a mí algunos<br />
hombres <strong>que</strong> se habrían considerado en peligro en <strong>la</strong> obscuridad, si hubiesen pensado <strong>que</strong><br />
un camarada estaba vivo todavía.<br />
"Cayó <strong>la</strong> noche, y bien pronto oí unas pisadas, no furtivas, sino firmes y reposadas, como<br />
si ni <strong>la</strong> obscuridad ni <strong>la</strong> muerte pudiesen alterar el sosiego de a<strong>que</strong>llos pies. Tan lejos estaba<br />
yo de sospechar quién fuese el <strong>que</strong> se acercaba, <strong>que</strong> aun cuando percibí <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridad de lo<br />
b<strong>la</strong>nco en <strong>la</strong> obscuridad, me figuré <strong>que</strong> era un <strong>la</strong>briego en camisa, y hasta se me ocurrió si<br />
sería una mujer demente. Mas de improviso, con un ligero estremecimiento, <strong>que</strong> no sé si fué<br />
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