En defensa del libro, Ernesto de la Torre Villar l ... - Revista EL BUHO
En defensa del libro, Ernesto de la Torre Villar l ... - Revista EL BUHO En defensa del libro, Ernesto de la Torre Villar l ... - Revista EL BUHO
letras libros revistas Edwin Lugo Peter Saxer Tal es el título de la interesante obra del escritor francés Marcel Proust, y añadiría que entre todas las cosas irrecuperables el tiempo es una de ellas. El tiempo es vida, es posible aún recuperar el dinero, trabajando arduamente para volver a generar riqueza, es posible volverse a enamorar para volver a recuperar el amor que se ha ido, pero un cuarto de hora desperdiciado equivale a una pérdida absoluta, porque el tiempo pasado ya no nos pertenece; y aún es posible que cuando la vida se nos va acortando y nos acercamos a la hora de la despedida, lamentamos profundamente el no haber alcanzado a escribir el libro que anhelábamos, hacer el viaje eternamente pospuesto o volver a disfrutar el magnífico don de la vida con la experiencia ganada y el propósito de no volver a incurrir en los pasados errores. Marcel Proust, el autor de este interesante libro nació en Paris en 1871. Hijo de un médico conocido, ilustre y depositario de una fortuna y de madre judía, la vida hubiera sonreído al único vástago del matrimonio, si no le hubiera sobrevenido al pequeño cuando sólo contaba nueve años, la devastadora enfermedad que se manifestaba cruelmente en frecuentes fiebres asmáticas que casi le desgarraban el 46 El Búho
pecho, poniéndolo al borde de la misma muerte, y privando al pequeño de -como cualquier niño sano- asistir a la escuela, jugar, moverse, tener amigos de su edad y disfrutar plenamente de la cómoda existencia que la desahogada posición de sus padres le hubiese permitido. Incapacitado para llevar una existencia normal, el pequeño debió adaptarse a la soledad y reclusión de su alcoba, ubicada en el segundo piso del palacete ubicado en el Boulevard Haussman donde habitaba, la cual permanecía continuamente cerrada para evitarle los cambios de temperatura, el ardor de los rayos solares y hasta el viento refrescante; su enfermiza sensibilidad se alteraba hasta con el benigno tiempo de la primavera, incluido el aspirar el perfume de las flores cuyo colorido le encantaba, llegando a ser tan vulnerable que un simple clavel que algún visitante, pariente o amigo, portaba en el ojal, bastaba para alterar aquella naturaleza frágil. Enclaustrado, envuelto en ropas o mantas, titiritando a veces pese a un cúmulo de abrigos, sin poder abandonar la habitación se fue haciendo paulatinamente un minucioso observador de las pocas personas que le rodeaban, capacidad que se acrecentaba con la lectura de libros que se fueron convirtiendo a lo largo de su penosa vida en sus únicos y verdaderos amigos a quienes no abandonó nunca, hasta convertirse en autor de aquellas hojas encuadernadas, manchadas con caracteres, mediante las cuales y ayudado por su desorbitada imaginación, al igual que otros escritores, le fue posible recorrer el mundo, conocer infinidad de personajes de lejanas latitudes, adentrarse en una enorme suma de existencias, de sentimientos, costumbres y por supuesto de destinos y trayectorias. Entre alguna breve mejoría Marcel pudo viajar a Venecia, aunque el viaje lo agotó al grado de temer por su vida. Pero la dominante ambición de continuar habitando el planeta, común denominador de todos los mortales, lo llevó a sobreponerse al grado de que arrastrando sus dolencias se fue convirtiendo en un diletante social, compartiendo amistades, charlas, comentarios y cultura; primero con la pléyade de relaciones que solían poblar su casa, donde los banquetes, los bailes, y las tertulias se multiplicaban cada semana; y después atendiendo a las invitaciones de numerosos eventos sociales que en justa correspondencia le suscribían. Entonces los criados le encasquetaban el frac y el infeliz muchacho cubierto con doble ropa interior y un grueso abrigo de pieles se aparecía en los salones, donde su simpatía, refinamiento, amabilidad, consideración y elegantes modales aprendidos en las soirées elegantísimas de las embajadas, donde se premiaba la galantería tanto como el saber manejar diestramente copas y cubiertos, le fueron convirtiendo en el invitado indispensable en los tés, conciertos privados y opíparas cenas en las que se servían los más exquisitos manjares rociados con los vinos de Burdeos y la indispensable champaña Pronto el obsequioso y cortés joven fue admitido en los palcos de los teatros y hasta en las mansiones del Faubourg Saint Germain. donde se reunía la más alta aristocracia que aunque orgullosa de su estirpe alternaba con la ostentación y riqueza de la burguesía que a falta de un título letras, libros y revistas 47
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<strong>de</strong> sus padres le hubiese permitido. Incapacitado<br />
para llevar una existencia normal, el pequeño<br />
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<strong>la</strong>s pocas personas que le ro<strong>de</strong>aban, capacidad<br />
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otros escritores, le fue posible recorrer el mundo,<br />
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<strong>de</strong> sentimientos, costumbres y por supuesto<br />
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<strong>de</strong> temer por su vida.<br />
Pero <strong>la</strong> dominante ambición <strong>de</strong> continuar<br />
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todos los mortales, lo llevó a sobreponerse<br />
al grado <strong>de</strong> que arrastrando sus dolencias se fue<br />
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amista<strong>de</strong>s, char<strong>la</strong>s, comentarios y cultura;<br />
primero con <strong>la</strong> pléya<strong>de</strong> <strong>de</strong> re<strong>la</strong>ciones que solían<br />
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<strong>la</strong>s tertulias se multiplicaban cada semana; y <strong>de</strong>spués<br />
atendiendo a <strong>la</strong>s invitaciones <strong>de</strong> numerosos<br />
eventos sociales que en justa correspon<strong>de</strong>ncia<br />
le suscribían. <strong>En</strong>tonces los criados le encasquetaban<br />
el frac y el infeliz muchacho cubierto con<br />
doble ropa interior y un grueso abrigo <strong>de</strong> pieles se<br />
aparecía en los salones, don<strong>de</strong> su simpatía, refinamiento,<br />
amabilidad, consi<strong>de</strong>ración y elegantes<br />
modales aprendidos en <strong>la</strong>s soirées elegantísimas<br />
<strong>de</strong> <strong>la</strong>s embajadas, don<strong>de</strong> se premiaba <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>ntería<br />
tanto como el saber manejar diestramente<br />
copas y cubiertos, le fueron convirtiendo en el<br />
invitado indispensable en los tés, conciertos privados<br />
y opíparas cenas en <strong>la</strong>s que se servían los<br />
más exquisitos manjares rociados con los vinos<br />
<strong>de</strong> Bur<strong>de</strong>os y <strong>la</strong> indispensable champaña<br />
Pronto el obsequioso y cortés joven fue admitido<br />
en los palcos <strong>de</strong> los teatros y hasta en <strong>la</strong>s<br />
mansiones <strong><strong>de</strong>l</strong> Faubourg Saint Germain. don<strong>de</strong> se<br />
reunía <strong>la</strong> más alta aristocracia que aunque orgullosa<br />
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y riqueza <strong>de</strong> <strong>la</strong> burguesía que a falta <strong>de</strong> un título<br />
letras, <strong>libro</strong>s y revistas 47