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RobeRto bRavo - Revista EL BUHO

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Nunca le pregunté qué motivos tuvo para venir a vivir a la<br />

ciudad de México; don Isidoro era muy reservado en cuanto a<br />

su vida privada. Yo me dedicaba a obedecer sus instrucciones.<br />

Mi casa estaba cerca del pueblo de Iztacalco, a pocos kilómetros<br />

de la de don Isidoro, de modo que la mayor parte del día<br />

lo pasaba con él. Yo, de trece años, me afanaba en aprender<br />

todos los secretos del oficio. Don Isidoro me decía:<br />

—Las infusiones, las mezclas y los tés deben llevar la<br />

medida exacta de ingredientes para que surtan efecto; si<br />

las cosas no se preparan con el cuidado y la porción necesarios,<br />

es mejor que no se las des a los enfermos.<br />

Cada mañana yo llegaba puntualmente y tocaba la puerta<br />

de madera de la casa de mi patrón, entre pirules, eucaliptos,<br />

nísperos, limoneros y otros árboles frutales; también había un<br />

área pequeña donde don Isidoro sembraba algunas plantas<br />

que servían para las curaciones, como, por ejemplo, albahaca,<br />

manzanilla, hierbabuena, tomillo, laurel, mejorana, ajo, epazote,<br />

malva, jengibre, ajenjo y menta. Alrededor de ello se oían el<br />

cacarear de gallinas, el parloteo de guajolotes y el ladrido de<br />

tres pequeños perros: El Güero, El Flaco y Benji.<br />

En una ocasión llegué más temprano que de costumbre y<br />

divisé a alguien sentado a la orilla del río; me parapeté tras un<br />

árbol para ver de quién se trataba: era don Isidoro, que pensativo<br />

observaba la salida del sol y el vuelo de algunas aves. No<br />

me atreví a interrumpirlo.<br />

Cada día me granjeaba nuevas experiencias. Una mañana<br />

llegó una señora acompañada por un hombre fornido,<br />

que cargaba a un niño de acaso doce años llamado Pascual.<br />

La señora, madre de la criatura, contó (entre lágrimas) a don<br />

Isidoro que su hijo sufría desmayos desde hacía un mes,<br />

que apenas tenía fuerza en las piernas y que no comía; peor<br />

aún, se convulsionaba con los ojos casi en blanco, o bien,<br />

por la madrugada, aún dormido, se arrastraba al tiempo que<br />

profería palabras extrañas y gritos que semejaban el rugido<br />

de algunas bestias. Yo escuchaba todo eso horripilado, y mi<br />

horror se disparó cuando la señora dijo que Pascual había<br />

estrangulado a dos perros que fueran sus mascotas. La señora<br />

ya no dormía; se la pasaba esperando que su retoño le hiciera<br />

Margarita Cardeña<br />

26 El Búho

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