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Hugo L. del Río<br />
¿Me amarás si te digo que he vivido como lo que<br />
soy: un perro? Chucho callejero casi siempre: patadas<br />
en esta calle, patadas en la otra; aquí me arrojan<br />
agua hirviendo; allá me ofrecen un pedazo de carne<br />
con vidrio molido; muchos automovilistas cambian de<br />
carril con ánimo de atropellarme y dogos más grandes o<br />
más hábiles que yo me muerden y me zarandean.<br />
El hambre y el frío se tutean conmigo; sólo la lluvia<br />
me limpia un poco el pelaje. El pordiosero mutilado<br />
que me daba casi toda su mísera ración se murió hace<br />
rato y sé, porque entiendo el lenguaje de los humanos,<br />
que los de la perrera municipal han cruzado entre sí<br />
apuestas a que me capturan.<br />
Quizás lo lograrán. Por qué no.<br />
No me malinterpretes: quejas, no. Hubo y hay perras<br />
tan roñosas como yo que me dieron caricias y calor, y<br />
algunos perros famélicos fueron mis amigos y compañeros<br />
de correrías.<br />
Algunos murieron, otros cambiaron de barrio. Hoy<br />
camino solo, con una de mis pobres patas muy lastimada.<br />
Los perros del rumbo me ven con malos ojos y<br />
me gruñen, las perras se dan aires de grandeza y me<br />
ignoran.<br />
Y los niños, claro, me tiran piedras y botellas. Pero<br />
sé esquivar toda clase de proyectiles. En la calle aprendes<br />
a sobrevivir.<br />
Déjame decirte que también conocí la buena vida.<br />
Fui perro guardián en casas de ricos. Tenía mi casita de<br />
madera con una caja de cartón como cama. En invierno<br />
me procuraban mantas de lana y todos los días comía<br />
croquetas con vitaminas.<br />
Bueno, debo decirte que hasta novias me conseguían.<br />
Perdonarás, también, la falta de modestia, pero fui<br />
héroe. Salvé de un par de secuestradores al hijito de uno<br />
de mis patrones. A mi gusto mordí a los truhanes, los hice<br />
sangrar, los hice gritar.<br />
Pagué el precio, claro. Me dieron un balazo en una<br />
de las patas, que nunca me volvió a quedar bien. Pero<br />
la familia me llevó a un hospital de mascotas domésticas<br />
y fui bien atendido.<br />
Y ahí la conocí.<br />
Las cosas buenas nunca duran mucho. Nada me<br />
costaba quedarme en aquella casa, dejarme querer. Pero,<br />
qué quieres:<br />
Claro, una perrita guapísima. Me volví loco por ella.<br />
Cuando se la llevaron escapé del hospital y durante<br />
meses seguí su rastro. El olfato y todo eso. Tú sabes.<br />
Cuando la encontré, meses después, estaba yo hecho<br />
un asco. Frunció su hociquito, que tantas veces besé,<br />
alzó con desdén su cabecita de reina y me mandó a freír<br />
espárragos.<br />
Te hablaré con franqueza y seré muy claro. Lo único<br />
que te puedo ofrecer es mi amor. Conmigo sólo te esperan<br />
días de hambre y golpes y noches de frío y lluvia.<br />
confabulario 47