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JOAQUIN PEDRO LOPEZ NOVO<br />
lismo fue impregnándose de una asimetría moral: además de ser un fenómeno<br />
retrógrado, el particularismo también era moralmente inferior al universalismo.<br />
Y mientras que nadie ha cuestionado la bondad del universalismo, el particularismo<br />
ha sido con frecuencia visto como una patología social. En suma,<br />
se ha efectuado una identificación de universalismo y universalidad, ignorando<br />
lo que el particularismo tiene de universal. Con el paso del tiempo, el vocablo<br />
«particularismo» ha acabado por convertirse en una suerte de arma arrojadiza<br />
que se esgrime con propósitos condenatorios en el debate académico y político;<br />
basta con añadir los calificativos de «particularista» o «meramente particularista»<br />
para arrojar una sombra de sospecha sobre el fenómeno así adjetivado.<br />
En lo que sigue examinaré las bases de este prejuicio contra el particularismo<br />
en la sociología contemporánea.<br />
3. EL PREJUICIO CONTRA EL PARTICULARISMO<br />
EN LA SOCIOLOGIA CONTEMPORANEA<br />
La identificación que efectuó la sociología parsoniana entre particularismo<br />
y tradicionalismo no ha sido, sin embargo, la única fuente del prejuicio contra<br />
el particularismo en la sociología contemporánea. Ha tenido también una gran<br />
importancia el hecho de que el particularismo es un fenómeno de naturaleza<br />
relacional, cuyo locus está en las relaciones interpersonales, y hasta muy<br />
recientemente las ciencias sociales han carecido de una metodología de investigación<br />
empírica capaz de aferrar la relevancia de los fenómenos sociales de<br />
naturaleza relacional. Como es bien sabido, desde los años cuarenta en adelante<br />
la investigación sociológica ha estado dominada por una metodología centrada<br />
en el análisis estadístico de las relaciones entre dos series de datos obtenidos con<br />
la técnica de la encuesta aplicada a muestras representativas: datos relativos a los<br />
estados actitudinales de las personas y datos relativos a sus atributos posicionales<br />
—sexo, edad, nivel de educación, clase social, afiliación étnica, religiosa,<br />
etcétera. Esta metodología presuponía una concepción de la estructura social<br />
como un sistema de posiciones —de naturaleza material y normativa— ocupadas<br />
por las personas, e ignoraba enteramente los fenómenos de naturaleza relacional.<br />
Es decir, las relaciones sociales concretas de las personas no tenían cabida<br />
en este análisis, y eran vistas bien como un epifenómeno de la posición social<br />
de las personas, o bien —cuando esta expectativa no se cumplía— como fenómenos<br />
pertenecientes a la esfera del azar, parasitarios de la estructura social y,<br />
por lo tanto, carentes de poder para estructurarla. Así las cosas, los sociólogos<br />
abandonaron el estudio de los fenómenos relacionales a los antropólogos sociales,<br />
y fueron precisamente éstos los que forjaron los rudimentos de la metodología<br />
del análisis de redes sociales (Barnes, 1972; Wellman y Berkowitz, 1988).<br />
Desde la segunda mitad de los años setenta la sociología ha ido abriéndose<br />
a la metodología del análisis de redes y a la visión de la vida social que le subyace,<br />
cuya idea básica es la afirmación del poder de las relaciones sociales con-<br />
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