bert H - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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BEATRIZ GUIDO SOBRE ROJO 27<br />
paramLinercia: alimentar los gestos, la voz de las<br />
desilusiones, los guiños <strong>del</strong> desengaño.<br />
Mientras lo escucho orinar a mi lado, más inclinado<br />
el torso de lo común en ese rito necesario,<br />
silencioso y casi siempre humíllatorio, debo asociarlo<br />
inconscientemente con la guerrilla. Pero su<br />
identidad se me pierde, se confunde. Espero ansioso<br />
las próximas horas como el tiempo de la<br />
revelación.<br />
El también se siente feliz, estoy seguro. Caminamos<br />
rozándonos los brazos hacia la solitaria glorieta<br />
con glicinas y naranjos. El mozo dormita en una<br />
mesa y el dueño ha preparado unos tamales y<br />
pulque con hielo. La "Boutique Fantastique» ha<br />
quedado atrás.<br />
-¿Universitario o terrateniente? me interroga de<br />
pronto.<br />
-Ni una cosa ni la otra. Acompaño desde hace<br />
años a un hombre político, lIamémoslo así, que tiene<br />
una enorme fe en sus deshonestidades.<br />
Mi sinceridad, la forma en que armé la frase, produjo<br />
el impacto.<br />
-De esos cabrones está llena la patria.<br />
y porque dice "la patria» no me ofendo. Porque<br />
él la hace suya y es algo más que me revela su<br />
identidad.<br />
-Es mi hermano. Pactar es la vieja táctica de<br />
Spencer o de Adam Smith, ¿no? -digo.<br />
-Pero siempre esa es carrera de lobos -me<br />
responde--, llegar por sobre el fracaso de los otros.<br />
Sólo entiendo una sociedad de trabajo liberado, sin<br />
la necesidad física de vendernos como mercancía.<br />
La mercancía es la célula, la rentabilidad, el interés<br />
individual.<br />
Conocía desde niño esa dialéctica: José María,<br />
Ramón y mi Martín. Las sobremesas de los domingos<br />
inacabables, infinitos, en la calle México. "Sólo<br />
falta que me hable <strong>del</strong> amor a la humanidad, <strong>del</strong><br />
hombre liberado de su enajenación; ya ha pronunciado<br />
eso <strong>del</strong> trabajo liberado», pensé.<br />
No intenta atraerme: sin embargo, siento que<br />
nada ni nadie le interesa más que yo en ese momento.<br />
Entonces busco seguro la satisfacción para<br />
desconcertarlo; me gusta ir al fondo de las traiciones<br />
o de las contradicciones.<br />
El vuelve a adivinarme:<br />
-Con mi madre discutía siempre: ¿se necesita<br />
o no <strong>del</strong> heroísmo para traicionar una idea o un<br />
partido? Ella insistía en eso <strong>del</strong> heroísmo de las<br />
claudicaciones. Yo pensaba que era cosa de cabrones.<br />
Debilidades, el poder, la ambición superior<br />
al sacrificio.<br />
-¿Muerta?<br />
-Sí, muerta.<br />
Volvió a temblarme la piel debajo <strong>del</strong> pómulo<br />
izquierdo. Pero ya nos habían servido el segundo<br />
Kalua. Reemplazaron el pulque por Kalua: me sabe<br />
a café con hielo. Pensamos que es un refresco<br />
liviano, pero la distensión que produce en nuestros<br />
cuerpos, denuncia el contenido de alcohol sin destilar.<br />
Me siento enternecido nuevamente. Yo había nombrado<br />
a Martín y él a su madre.<br />
Comemos vorazmente con las manos; sentimos<br />
el hambre en la boca seca más que en el estómago.<br />
El dueño nos hace señas detrás de una<br />
ventanilla <strong>del</strong> mostrador y Valderrama y yo recogemos<br />
la comida.<br />
Lo que nos espera al día siguiente no importa;<br />
esa noche parece alargarse en sucederes y acontecimientos<br />
fantasmales.EI dueño nos señala unas<br />
hamacas bajo unas retamas para recostarnos. Ya<br />
me parece extraño.<br />
Me interroga de pronto.<br />
-¿Su hermano, es oficial? ¿Oficial? ¿Sí, <strong>del</strong><br />
gobierno actual? - insiste, aclara.<br />
-No, de su partido. A veces el partido suele estar<br />
en el gobierno, pero a él le interesa otra cosa.<br />
quizá el cambio de una estructura, un nuevo planteamiento.<br />
-¿Siempre dentro <strong>del</strong> capitalismo? -sigue interrogándome.<br />
-Sí, pero con otras bases. Es Keynesianista<br />
furioso ahora. Viene <strong>del</strong> marxismo -agrego sin<br />
levantar los ojos-; los conozco a todos, como se<br />
imaginará.<br />
Y como veía venir la pregunta, continúo antes<br />
de que me mencione la "santidad de la ortodoxia»:<br />
-Yo he comenzado a creer en la necesidad de<br />
ciertos pactos. No creo en los intocables.<br />
Sin levantar los ojos ni buscarme, responde:<br />
-Sí, los conozco.<br />
Cierra los ojos y leyéndose, continúa:<br />
-Solamente en las primeras etapas de lucha;<br />
aconsejan usarlos contra las dictaduras, les maravilla<br />
sentirse heróicos liberales. Nunca son definitivos<br />
y a veces de allí salen las <strong>del</strong>aciones, el<br />
fracaso de los proyectos, aun de las revoluciones<br />
-disimula. Ahora los detesto, ya no los acepto;<br />
pienso que usted tampoco, creo. Sólo su admiración<br />
para las tropas de asalto. Somos (utiliza el<br />
plural) conciencia, por eso molestamos después.<br />
Nos devuelven o nos envían para comenzar de<br />
nuevo en otra parte. Anonimato: es lo mismo que<br />
estar muerto, enterrado.<br />
No sabia él hasta qué punto yo bebía, devoraba<br />
sus palabras, cada una de ellas, y estudiaba mis<br />
respuestas para deslumbrarlo y ganar su admiración.<br />
-No hay lugar para Alyosha -dije.<br />
_Alyosha... -repitió-. Usted tiene el poder de<br />
los nombres de la infancia. Un libro<br />
colección Zig-Zag con un barbudo en la tapa.<br />
de haber encontrado un argentino como<br />
también -le respondo.<br />
Entonl~es ríe. Me muestra sus dientes casi pery<br />
simula no entender. Y a mí no me importa:<br />
reslPorlde a mi casi pregunta, a ese "yo también»<br />
dije buscándolo.<br />
-¿Mujer? -pregunté seguro de llevar la conversación<br />
a otro terreno.<br />
-Sí -dice tristemente--; hijos también. Pero<br />
hay otros hijos y otras mujeres en el mundo.<br />
¿Y usted?<br />
-Yo sigo a un hermano. Mujer no tengo. Sólo<br />
logro excitarme con mujeres distintas. No hago<br />
el amor dos veces con la misma.<br />
Vomito mi verdad a propósito, para probarlo. Me<br />
juego esta vez y no me importa. Pero no logro<br />
volverlo contra mí.<br />
-Es lógico -me responde--. Coincide con su<br />
moral o la de su hermano. La enajenación no es<br />
buena nunca. Después de todo nos condenamos o<br />
nos salvamos solos.<br />
-Hay pueblos enteros que se condenan; los alemanes,<br />
por ejemplo.<br />
-Hablaba de hombres, no de pueblos o de<br />
ideas.<br />
-¿Quién es culpable al liberarse de esa enajenación?<br />
¿El que se libera o el liberado? ¿Dónde<br />
está la verdad?<br />
-Hay que dejarlos solos. En mi casa, ellos tienen<br />
la verdad de su pueblo. Yo tengo la humanidad<br />
detrás de mí -dice como en un rezo.<br />
-¿Dejarlos solos? Mueren si uno los deja.<br />
-¿Usted cree? Ellos no, nosotros sí -me sonríe<br />
tristemente Valderrama.<br />
Otra vez logra conmoverme. Ahora sí estoy seguro<br />
que no me espera de él ningún desencanto.<br />
Sé que esa noche tiene un límite, una hora precisa<br />
de separación. Es quizá esa certeza lo que<br />
hace que comencemos el encuentro por la mitad,<br />
tal vez por el final. No me entristece, no. Cada<br />
palabra que él pronuncia o que responde a las<br />
mías es la respuesta que busco.<br />
Siento deseos de gritarle: "Poseo todo el "dinero<br />
negro» que necesito. Si Martín compra a Perón yo<br />
puedo ayudarlo a usted.» Un sentimiento nuevo,<br />
una necesidad de proteger y de seguirlo. Siempre,<br />
con los que Martín llama despectivamente "románticos»,<br />
me veo en la necesidad de mentir. Sí, mentodo<br />
el tiempo. Pero con Valderrama no.<br />
iNunca! Mi verdad lo conquista siempre y salgo<br />
por más terrible que la presente o la<br />
Hubiera relatado mis últimos días paso a paso:<br />
cómo busqué, sólo para halagar a Martín, que<br />
Perón me sonriera. Cómo vomité esa noche sin<br />
parar y cómo gozaba viendo a Martín, desesperado,<br />
ir de un lado para otro en busca de mi mejoría.<br />
Me di cuenta entonces de que Val derrama habia<br />
vomitado como yo también, varias veces en los<br />
últimos tiempos. Y su fuerza venía ahora <strong>del</strong> reconocimiento<br />
de su angustia. Nuestra debilidad, el<br />
momento preciso en que nos habíamos encontrado,<br />
daba a nuestros gestos y acciones una precisión<br />
encadenada al efecto sin límites.<br />
Ahora él saca de su bolsillo los trozos de papel<br />
de la fotografía y los coloca en mi mano. Los hubiera<br />
llevado a la boca en agradecimiento, para<br />
tragarlos <strong>del</strong>ante de él, pero los escondo en mi<br />
bolsillo.<br />
-Los arrojaré al mar como las cenizas de alguien<br />
muy querido -digo.<br />
-Gracias.<br />
Ahora lo invito a descansar en las hamacas de<br />
mimbre.<br />
-En el 53 -continúa-, peleé contra Perón en<br />
las calles de Buenos Aires... Cangallo, Bartolomé<br />
Mitre.<br />
-¿Nacional Buenos Aires?<br />
-No: Medicina, titubea. No; Derecho en Las<br />
Heras. Me embarcaron unos amigos. Tengo parientes,<br />
creo habérselo dicho.<br />
No me atrevía a decirle: -Hace solamente una<br />
semana estuve con él en Madrid.<br />
Continúa:<br />
-Creo que volvería a hacerlo, pero no por la<br />
misma causa. Y tampoco en su país. Allí están todos<br />
separados: obreros, estudiantes. Demasiada<br />
tierra, poco campesino... Y su hermano, ¿lo espera?<br />
-Sí, me espera.<br />
-Allí tengo algunos amigos, muchos muertos,<br />
amigos de lucha.<br />
-Yo también.<br />
-¿Vuelve?<br />
-Sí, pronto.<br />
Tratamos de hamacarnos ahora. Dejamos las bebidas<br />
sobre la mesa. La noche era serena y tibia,<br />
los árboles nos protegían <strong>del</strong> sereno; hacía tiempo<br />
que no entraba al sueño tan seguro, quizá feliz.<br />
-Astrada, me llama.<br />
Me incorporo. Nunca mi nombre resultó más<br />
conmovedor, más mío, más verdadero que al escuchárselo.<br />
-Mi madre está enterrada allí... circunstancialmente<br />
-murmura.<br />
Y no se atreve a seguir. Siento interrumpirlo, cortando<br />
angustiosamente su pedido.