bert H - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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24<br />
BEATRIZ GUIDO<br />
SOBRE ROJO<br />
25<br />
quizá Elesde el preciso momento en que nos encontramos<br />
frente a los chicos. Sólo bastaba que él<br />
me dijera: «Ven conmigo. Deja a tu padre y a tu<br />
madre y sígueme...» y lo hubiera seguido como<br />
seguí a Martín desde el día en que me dijo, en<br />
cuarto año Nacional: «Perdé un año, ¿total qué te<br />
importa? Veníte conmigo; nos vamos para hablar<br />
con Perón en Caracas.» Y lo seguí entonces ciegamente,<br />
sin titubear.<br />
Ese mismo sentimiento de "pasar a otras manos»<br />
que tanto me avergüenza y que creía superado,<br />
volvió a aparecer en mí frente a este hombre que<br />
conocía desde hacía pocas horas. Las circunstancias,<br />
el hecho casi irreal de la «Boutique Fantastique"<br />
me producía un placer mucho más poderoso<br />
que el temor y el asco por las enanas. Nos unía<br />
esta vez la misma exaltación: exaltación de vivir o<br />
descubrir lo casi inencontrable en otro lugar de<br />
la tierra. Escapar de allí era la aventura, y en esa<br />
aventura caminábamos los dos.<br />
Son cuatro o quizá ocho las que ahora nos empujan<br />
con manos raposas, pequeñas horquillas o<br />
rastrillos. Yo sigo indagando para que vuelva a mi<br />
memoria el significado de «ciclón Flora».<br />
No nos resistimos. Curiosidad tal vez, un refugio<br />
para las próximas horas o la sensación de impotencia<br />
y a la vez de orgullo viril que nos impide<br />
agredirlas o pegarles. Además, no he dicho lo que<br />
nos decían o parecían decir, entre risas ahogadas<br />
y chillidos semejantes a los de pájaros y roedores<br />
nocturnos: "Papacito, corazón de papaya, mentaditos,<br />
mentitas, luz de luciérnagas, bombón de canela,<br />
placer de novicias, beso de monjas, maestros,<br />
señores.»<br />
Dos de ellas nos ofrecían obscenos cuadros vivos<br />
de esculturales promesas que resultaban al final<br />
inocentes en su extrema impudencia. Una que<br />
no habla español: «Honey pie, sweetheart, apple<br />
blossom, baby» -entendí. Otra se encaramó sobre<br />
los hombros de Val derrama, quien se vio así obligado<br />
a cargarla con el brazo izquierdo.<br />
Entramos a un cuarto similar a la sala de recibo.<br />
Una gran cama sobre una tarima lo diferenciaba.<br />
Solamente cuando nos tiraron sobre la cama comprendí<br />
que la íntención real era desvestirnos para<br />
robarnos.<br />
-¿Cuánto trae encima? -chillaron a mi oído.<br />
Val derrama las escucha y busca anhelante en el<br />
doble cinto, demasiado ancho para su cuerpo magro.<br />
En mágico· movimiento entrelaza su mano con<br />
mi izquierda para ocultar el objeto que guarda<br />
la suya obligándome a seguírlo junto a la pared.<br />
-Travelers checks, como cualquier turista yankee,<br />
dice.<br />
Con precisión increíble consigue arrancar el empapelado,<br />
oculta esa parte por mi cuerpo. Quizá<br />
fueron tres o cinco los minutos que sus uñas escarbaron,<br />
ahuecaron el cemento, lo horadaron. Disimuló<br />
el paquete en el agujero y restableció, sobre<br />
el empapelado rojo los arabescos <strong>del</strong> dibujo mientras<br />
con sus piernas de ágil bailarín mantenía a<br />
las enanas a distancia. Yo trataba de imitarlo en<br />
esa trágica pirueta; lo único que logramos era divertir<br />
a las enanas, deshechas por la risa.<br />
Después, <strong>del</strong> otro bolsillo, saca una libreta pequeña<br />
de direcciones, pensé, y me la entrega:<br />
-iGuár<strong>del</strong>a, por favor, no permita que se la<br />
quiten!<br />
No sé por qué confió en mí o qué diferencia<br />
habia en que la tuviera él o yo. Ese pedido de<br />
apoyo, esa confianza, no me dejó recapacitar en<br />
que me marcaba con el contenido.<br />
-iSweetie pie, honey bunch, lovely dove! -seguían<br />
gritando.<br />
Lancé un grito que Martín llama «alarido de<br />
mono", y las hice retroceder. Comencé a insultarlas<br />
sin ganas, con el único propósito de despertar la<br />
admiración de Val derrama. Pero él se defendía<br />
sin mi ayuda con todas sus fuerzas.<br />
Porque ahora ya nos tienen sobre la cama.<br />
-¿Cuánto, cuánto, putas payasas, enanas inmundas<br />
... ? ¿Cuánto quieren por dejarnos ir? -les<br />
gritaba.<br />
Una de ellas había descubierto en uno de mis<br />
bolsillos la cámara Polaroid y con un solo movimiento,<br />
sus pequeñas manos, sólo se me ocurre<br />
calificarlas "raposas», la pusieron en marcha. La<br />
que llamaban Poupée conocía su rápido manejo<br />
y surgió el milagro aunque no me gusta tan siquiera<br />
escribir esa palabra. Comienza así un desenfrenado<br />
espectáculo: ante !a primera revelación<br />
nos abandonan. Me siento liberado de la fuerte<br />
presión de sus manos y compruebo que en mi<br />
espalda se apoya la de Val derrama.<br />
Los dos buscamos la puerta de salida. No iba<br />
a recuperar la cámara ni me importaba: era el<br />
precio <strong>del</strong> rescate. Ya en la puerta compruebo que<br />
son varias las vueltas de llave.<br />
-¡La llave... piojosas putas! -les grito desesperado.<br />
Y no sé muy bien por qué me nace ese<br />
mismo insulto.<br />
-Basta -me grita Valderrama-, así no conseguirá<br />
nada.<br />
Ahora se acerca a ellas y pausadamente repite:<br />
-Necesitamos salir de aquí, perderemos el avión.<br />
Nuestro trabajo, trabajamos, como ustedestrabajan.<br />
Pero nadie parece escucharnos. Por el contrario,<br />
Poupée, que manejaba la cámara y a quien las<br />
otras respetaban por su sabiduría, consiguió retratarlo<br />
sin que él se diera cuenta, rodeado por<br />
todas ellas como un predicador.<br />
En1ton'ces pude verlo en la búsqueda desesperada<br />
fotografía. Valderrama se arrastra por el<br />
juega con ellas, ríe, las insulta,<br />
se esconde detrás de la cama, gruñe, las sorprende,<br />
arranca sus vestidos, a veces las escupe, otras,<br />
las besa. Practica la táctica <strong>del</strong> ring: nunca deja de<br />
saltar y de mover sus pies. Las diez enanas contra<br />
él. No podré olvidar sus manos en el aire castigándolas,<br />
sin herirlas demasiado, su mirada en la<br />
nuca, previendo el acecho por la espalda. Aprendí<br />
yo también a girar como un trompo. Y pude ayudarlo<br />
por la casualidad que nunca me ha abandonado<br />
todavía. Las circunstancias me protegen: una<br />
de ellas, la que llaman Carmela y que posee la<br />
foto, se refugia entre mis piernas. No lucho demasiado<br />
para conseguirla; la tomo en mis brazos y<br />
me dejo besar, venciendo toda repugnancia. Ella<br />
guía mi mano hasta su cuerpo: ubica los dedos<br />
pulgar e índice en sus pechos y el meñique en<br />
el pubis. Ríe a mí oído con pequeños chillidos de<br />
alegría. Una sensación de ternura hace vencer mi<br />
asco cuando apoya la cabeza en mi hombro; pero<br />
no dejo de arrebatarle la fotografía que a ella<br />
parece no importarle ahora. Soy yo quien dejando<br />
mi carga en el suelo, me dedico a observarla. La<br />
placa de Val derrama revela otra cara, otra cara que<br />
ínfructuosamente busca mi memoria, pero que está<br />
segura de reconocer, de descubrir. Y ahora él es<br />
quien ruega, tal vez amenaza con su mirada, pero<br />
sólo dice: «Gracias, gracias", mientras me la arrebata.<br />
La hace pedazos y los guarda en su bolsillo.<br />
Poupée ya nos ha tomado otra fotografía, pero<br />
esta vez Val derrama, precavido, ha dado la espalda.<br />
Me produce placer mirarlas ahora: serias, conspicuas,<br />
formales; se fotografían en conjunto, cubren<br />
las piernas y el escote con las manos. Después<br />
de contar sesenta segundos corren para<br />
mirarse reveladas. Y es tanta la satisfacción que<br />
adivino en ellas que me acerco a Poupée, no sin<br />
antes recoger detrás <strong>del</strong> empapelado rojo de la<br />
pared el paquete escondido y le digo:<br />
-La llave, la llave por otro rollo.<br />
Sin resistencia, me la entrega.<br />
Val derrama me apremia con una sonrisa y ya es<br />
bastante.<br />
-No he visto a nadie mejor preparado para la<br />
acción -me dice.<br />
Los dos empujamos la puerta. En el salón principal,<br />
a las otras enanas parece no importarles<br />
nuestra huida: rodean al mismo hombre dormido<br />
el sofá, que ahora despierta y con el sombrero<br />
puesto, trata de defenderse de ellas que<br />
practi(~an la misma solícita, imperiosa y asfixiante<br />
que ya nosotros conocíamos.<br />
Echamos a correr después de cruzar la calle has-<br />
ta llegar, por una cortada, a la compensaclon de<br />
una plaza silenciosa, con una confitería sobre una<br />
glorieta.<br />
-Necesito comer algo -digo-; no pruebo bocado<br />
desde antes de aterrizar.<br />
-La libreta, por favor-, exige y me lo recuerda.<br />
Se la entrego sin mirarla.<br />
-Gracias. Quizá un trago. Nos lo merecemos<br />
esta vez -me responde colocando la libreta en el<br />
bolsillo izquierdo, junto al corazón.<br />
Me parece que desea darse una tregua. Si no<br />
bebe, lo va a hacer para acompañarme. Yo estoy<br />
dispuesto a ir hasta el fondo de su identidad, descubrirla<br />
es el único propósito de mis próximas horas.<br />
Desespero ante la sola idea de que Valderrama<br />
pueda desaparecer de mi lado sin adioses, sin<br />
palmearme la espalda o estrecharme las manos.<br />
-Hay una plaza en Tucumán -digo sin titubear-.<br />
También Tucumán tiene una plaza y hay una<br />
glorieta para la banda de música..<br />
- Tucumán -dice- sí, es hermosa. Pero no lo<br />
será tanto cuando bajen de las montañas. Está señalada.<br />
-Todas las ciudades de América están señaladas<br />
-aseguré.<br />
Ahora es él quien se sorprende y se prepara para<br />
interrogarme.<br />
Pregunta la hora para saber cuánto tiempo le<br />
queda a la noche todavia.<br />
-¿Apenas las once... ? -respondo-o Tengo que<br />
estar a las seis de la mañana en El Paso. ¿Y<br />
usted?<br />
No me sorprende su respuesta:<br />
-A mí me prometieron buscarme después de<br />
las cinco... pero puede pasar todo el día también,<br />
eso depende.<br />
Aunque se abre la posibilidad de la indagación,<br />
no contesto y propongo ir a refrescarnos antes de<br />
comer.<br />
El hambre me trae felicidad por primera vez en<br />
estos últimos días. Las próximas horas se me presentan<br />
llenas de una excitación desconocida. Miento,<br />
hubo otra vez: cuando el 17 de agosto de 1955<br />
me eligió Frondizi entre los estudiantes <strong>del</strong> Nacional<br />
Buenos Aires, para hacerle un informe sobre la<br />
repercusión de su discurso. El recuerdo de ese<br />
día, quizá, el temor a que Valderrama me hablara<br />
de «claudicaciones necesarias", me trajo y produjo<br />
en mí el mismo temblor incontrolable por todo el<br />
cuerpo. Las «claudicaciones necesarias» iban unidas<br />
ya imperecederamente a cualquier palabra o<br />
gesto político. Temblaba; tiemblo ahora porque me<br />
preparo. Estoy entrenado en la desilusión y el desencanto;<br />
una sola palabra puede sumirme en el<br />
desconcierto más total. Quizá sea el gran pretexto